De cara al horizonte: 2008

jueves, 11 de septiembre de 2008

Loco, ¿o no?

Dicen que estoy loco. Creen que estoy loco porque a veces hablo solo. Creen que estoy loco por mis extraños pensamientos. Vivo encerrado por una sociedad que me considera loco. Pero realmente, ¿quién está más loco, yo o ellos? Si yo les contara… Mi vida transcurre lenta y monótona en una habitación. En mi pequeña habitación recuerdo una y otra vez mi vida antes de que me trajeran a este psiquiátrico. Y cuando la recuerdo no puedo evitar una irónica sonrisa. La gente corre desesperada. La lucha por la existencia ya no es vivir para comer, es vivir para tener unos zapatos de piel de cocodrilo, para oler a colonias apestosas que atraen al sexo contrario con altos grados de excitación, para tener móviles con funciones y servicios que ni si quiera podemos permitirnos… La vida es un caos total. ¿Y luego soy yo el loco? La gente se hunde en sus problemas causados por una sociedad que la incita a hacer cosas que no puede y que al final, sea como sea, acaba haciendo. Gente que llora y chilla por ver a su cantante favorito, que se pelean a la entrada de un centro comercial con ofertas y descuentos, que viven por y para los demás, para que los demás le vean bien vestido, que se deja influenciar por imágenes emitidas en una caja tonta, bueno, perdón, ahora es de plasma.
Yo, encerrado en mi pequeña habitación, hablo con el diablo y me dice: “a estos no les salva ni dios. Atentan constantemente unos contra otros, contra su moral, contra su dignidad, se dejan llevar como borregos, y los que conducen a los rebaños son peores todavía. Unos por otros, cada vez que los veo me dan ganas de vomitar. Son tontos, nacen para vivir libres y se dejan encadenar por la esclavitud de las apariencias y de una sociedad consumista. Se van a cocer todos en el infierno, y a fuego lento.”
Cuando mis vigilantes me escuchan, se ríen, me miran extrañados o pasan de largo.
Cuando me acuerdo de la tele suspiro por ella… Dónde estarás… Qué feliz es vivir bajo tu ausencia. Recuerdo los programas de la tele. Nada tenía valor, ni si quiera los telediarios. Lo mejor eran los programas rosas. Provocaban en mí sentimientos contradictorios: no sabía si llorar de pena o ahogarme de la risa. La gente discutía de temas tan trascendentales como las posibles relaciones amorosas del tío de la hermana de la compañera de piso de esa que estuvo en aquel programa diciendo que conocía a un futbolista y que habían mantenido relaciones sexuales por teléfono. Qué momentos… También estaban aquellos días en los que dos personas, como seres civilizados que eran, se ponían el uno al otro a caer de un burro con un léxico digno de cualquier diccionario para escolares de primaria. O aquellos en los que salían personas que en su afán de ser conocidas, decían poder hablar con Dios, o en apenas cinco minutos se dejaban su dignidad en un pequeño reportaje para estos programas tan educativos, con acciones que provocaban la vergüenza ajena. Siempre me quedó la duda de si lo hacían simplemente porque eran muy inteligentes y ganaban dinero fácil o simplemente tenían una deficiencia mental peor que la mía.
También estaban los educativos programas de entretenimiento para niños (pobrecitos). Me acuerdo de aquella serie de dibujos animados que protagonizaba un niño prodigio del balón. Era increíble como podía deformar el espacio-tiempo y hacer que atravesar un campo de fútbol le llevara por lo menos diez minutos al muchacho, y en el transcurso de los cuales miles de piernas, casualmente todas parecían iguales, intentaban frenar su avance a la portería contraria, que debía de estar en el campo de fútbol de la capital del país vecino. Mágicamente, ninguna conseguía tal propósito y en el momento de disparar el balón todo se detenía. Este pasaba largos periodos de tiempo en el aire en los que me daba tiempo a prepararme el bocata de jamón, comérmelo y digerirlo, y tras los cuales, el portero, que debía tener un pavo encima impresionante, no era capaz de atrapar la pelota. Al final el esférico acababa en la red de la portería con la cara de asombro del portero. Mientras todo lo demás recobraba el tiempo normal el balón seguía dando vueltas sobre si mismo pegado a la red y desafiando las leyes de la gravedad y la física.



Como no se muy bien qué contar, aquí dejo una de mis breves historias (sin terminar).
Espero que os guste.