De cara al horizonte: Nomadi
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viernes, 20 de mayo de 2016

Nomadi recordó a Enzo

De repente, Nomadi sintió que no podía respirar, que había exhalado todo el aire de sus pulmones hasta dejarlos vacíos. Y por más que intentaba inhalar, nunca era suficiente. De repente recordó aquel momento en el que se arrancó el corazón del pecho y lo estrujó como si fuera una fruta, y al guardarlo de nuevo, estaba seco y magullado. Y al recordarlo, sintió un profundo dolor en su pecho. El aire se había perdido en el viento y su sangre huía por las cloacas en busca de un refugio en el que olvidar cada traumático instante en el que él había ofrecido su vida entera a cambio de una esperanza escrita en un idioma que sólo él podía entender. Había regalado sus sueños, casi los había machacado y pisoteado, todo por alimentar aquella vana ilusión de que Enzo podía volver. Y, cuando estaba casi convencido de que estaba enloqueciendo y comenzaba a recobrar el sentido, un recuerdo volvía de forma furtiva y él volvía a apretar con más fuerza el corazón entre sus manos, mientras la sangre se escurría por sus dedos e iba a parar al suelo. Pero ya ni siquiera los recuerdos servían de bálsamo, ni la esperanza era ya verde, sino que se había convertido en un negro denso e impenetrable, triste y lúgubre. Ahora no podía respirar, y al no hacerlo, miles de ideas se quedaban atrapadas en su mente, incapaces de salir por su boca en forma de palabras. Esas ideas iban de un lado a otro y tomaban el control de su cuerpo inerte, un cuerpo que ya no le pertenecía porque no era capaz ni de respirar ni de latir, un cuerpo del que ya no era consciente.

domingo, 3 de abril de 2016

La liberación de Nomadi

A veces, sin darnos cuenta, nos encontramos ante un abismo y no recordamos cómo hemos llegado a él. Y así estaba Nomadi, de frente a ese lago inmenso, todavía buscando en su propio reflejo en el agua las respuestas que no encontraba. El pequeño nómada guardaba muchas preguntas sin responder en su pequeña mochila, tantas dudas como noches había permanecido allí, sentado al borde del lago sin saber qué hacer. Tras él, un par de árboles viejos, curtidos por el tiempo, que todo lo saben pero no pueden hablar; y los cientos, miles, millones de pasos que le habían llevado hasta allí. Cada uno parecía igual que el anterior, pero siempre era distinto. Nomadi tenía la sensación de que jamás se había cuestionado el destino de sus pasos, que uno imitaba al anterior sin aparente motivo. El bosque era suyo -o él era del bosque-, ante sus ojos no había más límites que los de la propia naturaleza. Y sin embargo, parecía que su ruta seguía un camino trazado por un ente invisible. ¿Qué le impedía cambiar de rumbo, qué se escondía en su subconsciente? Entonces se dio cuenta. Ese algo era lo mismo que le había empujado a caminar en el limbo, a buscar un destino sin valor ni determinación. El miedo había guiado sus pasos. Su corazón respiraba tranquilo, atormentado por el temor, cada vez que uno de sus pies se volvía a posar a pocos centímetros del anterior, buscando imitar su huella. Pero ahora su corazón latía frenético, ansioso, igual que un niño pequeño al que descubren en medio de su mentira. Nomadi miró a su alrededor: águilas, búhos, liebres u osos parecían ser libres, pero siempre hacían lo mismo. Algo en su interior les hacía creer que para cada destino solo existe un camino. Ese mismo algo que en el pequeño nómada se disfrazaba de miedo dentro de su corazón, lo había atrapado y teñía su sangre. Y Nomadi se enfadó, se enfadó tanto consigo mismo, con su corazón, con el bosque, con el miedo... que dejó de buscar respuestas y vació su mochila desperdigando sus preguntas por el suelo, delante de los dos árboles que sabían pero no podían responderlas. Algo se rompió dentro de él y fue la coraza que el miedo había tejido alrededor de su alma. Su corazón latía rápido, emocionado por sentirse con miedo pero libre al fin. Porque la tranquilidad no es alimento para el alma, que languidece de inanición cuando es conformismo lo que la nutre. Porque el miedo no debe oprimir la mente, sino el pecho, haciendo que el corazón lata deprisa pero sin barreras. Porque Nomadi por fin sabía que su destino, que era ser feliz, se hallaba en alguna parte de ese mundo que era su hogar, porque para Nomadi el mundo entero es su hogar. Y ahora, por fin, era libre de elegir su camino. Sin pensarlo dos veces, se tiró de cabeza al agua y comenzó a nadar. Tras él, ya no quedan huellas ni pasos, solo el agua de un lago inmenso que con sus brazadas apenas consigue enturbiar y que, a su paso, permanece aparentemente intacto. Y desde el cielo, Enzo sonríe y los animales del bosque le envidian, porque Nomadi ya es libre.



lunes, 29 de febrero de 2016

Nomadi y su oscuro reflejo

Es lo que tiene caminar siempre por un camino pero con la vista puesta en otro, que a veces sin pensarlo los pies se dirigen hacia el borde intentando cruzar, y el cerebro súbitamente consciente, da un golpe de realidad e intenta parar el arrebato de sinceridad. Y así, los pies se enredan y uno acaba precipitándose de bruces al limbo entre ambos caminos. Allí estaba Nomadi, tirado en medio de la nada. Había perdido el norte... y el sur, y el este. Lo había perdido todo salvo dos cosas: el férreo y racional convencimiento de volver al camino del que se había salido y el apasionado y sincero deseo de deshacerse de todo y andar, no... correr, casi volar, por donde siempre soñó. Pero ni el deseo era lo suficientemente valiente, ni el convencimiento lo bastante sólido. Avanzó días y noches atravesando matorrales, esquivando árboles, tropezando con obstáculos minúsculos pero que, poco a poco, ralentizaban su avanzar. Y así llegó el día en el que el pequeño nómada decidió que no quería caminar más hasta no saber qué sendero seguir... Un inmenso lago de aguas oscuras y profundas se extendía hasta donde la vista le alcanzaba, justo en medio de ambos caminos. Y es que siempre llega el momento en el que todo nómada debe decidir, porque una cosa es caminar sin saber hacia dónde, algo natural para todo nómada, y otra sin saber por dónde. Tarde o temprano llega el momento de pisar firme, sin dudar. Se hizo la noche... y el día de nuevo, y la noche otra vez. Y allí sigue Nomadi, esperando encontrar la respuesta en el reflejo que un agua densa y oscura devuelve de su propio mirar, buceando en sus ojos para intentar encontrar la verdad que se pega a la suela de sus zapatos y que, como un chicle, ni se despega ni le deja caminar en paz. Vamos Nomadi, decide ya, que en alguna parte Enzo comienza a desesperar y te mira con aprehensión sabiendo que no podrás nadar.

sábado, 16 de enero de 2016

Nomadi y la lluvia que nunca cesó

Puede que nunca deje de llover-, pensó Nomadi mientras caminaba. Pero, ¿qué podía hacer? La razón de existir de un nómada es caminar, y tenía que hacerlo. Porque cuando no hacemos lo que surge de lo más profundo del alma, aquello que da sentido a la vida, que le da una razón de peso a cada segundo que pasa..., cuando no lo hacemos, simplemente no existimos. Puede, quizás, que sigamos respirando, que si nos detenemos y escuchamos con silencio, detrás del estruendo de cada suspiro, se escuche el pulso de nuestro corazón. Pero vivir no significa existir... por eso Nomadi tenía que caminar, aunque siempre lloviera, tan intensamente que pareciera imposible avanzar, que la tierra se hundiera bajo sus pies deshaciéndose en forma de un espeso barro que atrapaba sus pies a cada paso como si de un gigantesco imán se tratara.

No siempre era fácil caminar para Nomadi, a quien le dolía aquello que dejaba atrás. Para él, Enzo siempre estaría presente, era casi como un compañero de viaje que siempre le acompañaba pero que jamás avanzaba, que le hacía retrasarse e ir más lento, siguiéndole dos pasos por detrás y tentándole a dejar de caminar. Y por dentro, Nomadi se desgarraba al intentar decidir qué hacer: dar razón a su existencia o sentarse al cobijo de un árbol junto al pasado, junto a Enzo.

Hubo un día en que no pudo seguir, un día en el que el debate en su interior era tan fuerte que emergía a borbotones en forma de lágrimas que se confundían con la intensa lluvia que nunca dejaba de caer. Ese día, Nomadi hubo de parar. Ese día, el pequeño nómada se desplomó al pie de un árbol entre indescriptibles dolores al sentir cómo su alma parecía querer salir hacia afuera, colocarse del revés y mirar al bosque desprotegida para sentir lo que de verdad era el mundo y no lo que Nomadi decidía que el mundo era para él. Los días pasaron, las noches detrás. Todos en el bosque hablaban, rumoreaban... y aquellas bestias que antaño persiguieron al pequeño nómada deseando que su enjuto cuerpo acabara entre sus fauces, comenzaron a oler el miedo, y se fueron acercando cada vez más.

Afortunadamente, Nomadi ya había recorrido mucho mundo, e instintivamente había aprendido a reaccionar cuando algo iba mal. Y después de llorar días y noches, sentado bajo la lluvia, vio que el pasado nunca alcanzaba al presente por más que lo esperara desesperado a que el fantasma de Enzo le diera caza. Pero aquel espectro siempre permaneció dos pasos detrás de él, clavando su etérea mirada fijamente, vacío de todo sentimiento, desprovisto de toda vitalidad. Y aunque Nomadi gritó, pataleó, siempre sin moverse del sitio, el fantasma nunca se inmutó. Entonces, el pequeño nómada se dio cuenta de que tendría que volver a caminar. Pequeño nómada, vuelve a emprender tu camino, llueva o nieve, de día o de noche, bajo la luz o en medio de la más espesa y densa oscuridad. Camina hasta que tus pies dejen de ser pies, hasta que caminar ya no sea tu razón de ser. No esperes al pasado, porque siempre estará detrás. No ansíes el futuro, porque jamás lo conocerás hasta que en presente se convierta. No creas que todo es lo que es, no pretendas cambiar las normas del mundo, porque este mundo no es tuyo aunque lo hagas funcionar. Camina, pequeño nómada, mientras te das cuenta de que las cosas son como son y que sólo tus pasos, uno detrás de otro, con sus respectivas huellas, marcarán un sendero tan nítido que ni la más fuerte de las tormentas podrá desdibujar. Camina, Nomadi, y si alguna vez no quieres caminar más, recuerda que soltar el lastre es siempre es una opción, pero jamás abandones nada que sea de valor.

Y así, el pequeño nómada volvió a ser eso, un nómada que recorre el bosque, el mundo, mientras las fieras que lo persiguen mascaban de nuevo el sabor de la decepción.

martes, 17 de diciembre de 2013

La carrera de Nomadi; el recuerdo de Enzo.

Arrancó a caminar tan pronto encontró una mínima excusa para hacerlo. Había pasado mucho tiempo sentado y odiaba ver pasar el tiempo sin hacer nada. Pero no había tenido opción: llovía mucho. Tanto que allá donde miraba una densa cortina de lluvia se interponía entre él y su destino. Pero para un nómada su destino es simplemente caminar. Y Nomadi ya no recordaba la última vez que sus pies habían dejado una huella en el suelo, porque sus últimas huellas las había borrado la lluvia. Cuando el corazón late tan fuerte que casi parece gritar lo que quiere, cada segundo que pasa sin que lo hagas es como una punzada en el alma. Así que un día Nomadi arrancó a caminar pese a que la lluvia seguía inundando el camino, inundando la selva. Pero se agarró a la esperanza y a un trozo de tela y comenzó a andar.
Caminó muy rápido, intentando dejar atrás el remordimiento y la tristeza que anegaban sus pensamientos, como la lluvia el suelo. Todavía no olvidaba a Enzo... El destino quiso que pasara: son las reglas de la selva y nadie las puede alterar. Sólo a veces, bajo algunas circunstancias, con algunas excepciones. Momentos casi mágicos en los que nada ni nadie sabe cómo o por qué sí en vez de cómo o por qué no, en los que todos admiran perplejos la forma en que la vida se contradice a sí misma doblegándose a la voluntad de un espíritu. Pero son raras ocasiones... y la de Nomadi no había sido esa. Enzo ya no estaba ni volvería a estar a su lado. Siempre con él, pero nunca a su lado.

Cada vez que se lo repetía, una losa caía sobre su espalda y se entrelazaba entre sus piernas. Cada segundo le pedía que dejara de caminar mientras Nomadi volvía a sucumbir y sus lágrimas se confundían en su rostro con aquellas gotas de lluvia que empapaban su cara y todo cuanto le rodeaba. Y cuanto más quería parar, más corría pero menos fuerzas le quedaban. El tiempo pasó y dejó de llorar, pero siguió corriendo, sin saber por qué. Nomadi huyó de su mente, pero sus pensamientos siempre estaban con él. Por eso intentaba ir más rápido, tanto, que hasta la selva se desdibujó hasta convertirse en un borrón verde y marrón, enturbiado por el gris de una lluvia que nunca parecía cesar. Nunca supo el pequeño nómada del mundo cuánto tiempo corrió: pero un día, sin darse cuenta, cayó al suelo y se sentó en medio de un charco. Y allí, la tierra lo volvió a atrapar. Al pie de un árbol inmenso, sus raíces se entrelazaron impercetiblemente con sus pies, con sus brazos... con su alma. Su voluntad poco a poco se convertía en un vegetal más: inmóvil  e indiferentemente viva. Pero Nomadi resistió: furioso se arrancó las ramas tan fuerte que hasta se arrancó un pedazo de su vida. Dejándolo atrás, volvió a correr.

Hoy sigue lloviendo. Nomadi sigue corriendo. Entre gota y gota, a veces encuentra la felicidad. Pero sólo cuando deje de correr para huir y comience a correr para vivir, podrá volver a sonreír. Mientras, sigue siendo un nómada más, sin hogar, porque los nómadas no son de ningún sitio, el mundo es su hogar. Corre Nomadi, la selva se acaba. No seas enfermizo y disfruta de su frondosa vegetación, porque algún día, en el desierto, te arrepentirás de no haberte empapado de la lluvia. Maldecirás no haber acariciado cada uno de sus árboles, ni observado a cada uno de sus animales. No mientas Nomadi, no hay excusas: tu camino está empapado, pero tus pies los mueven tus músculos que seguirán calientes mientras la sangre fluya y tu corazón siga latiendo. Mientras tu voluntad siga intacta... pese a la lluvia. 

domingo, 27 de enero de 2013

El arrepentimiento de Nomadi: el principio de la búsqueda de Enzo

Nomadi miró a la luna, que estaba borrosa. No por el cielo, sino por las lágrimas que cubrían su rostro e inundaban sus ojos. Una y otra vez por su mente pasaba la imagen de Enzo, frente a frente a una temible pantera, negra como el carbón, como la más pura ausencia de luz. Y tantas veces lo recordaba, voluntaria o involuntariamente, tantas se repetía a sí mismo que nunca debió abandonarlo a su suerte, aunque quizás su suerte fuera ser abandonado y puede que entonces el abandono dejara de existir. Porque en la vida hay cosas que existen o no dependiendo de quien quiera que existan o no. Así, a veces el miedo inunda el cuerpo hinchando las venas como si la sangre pareciera que fuera a estallar, mientras que otros impasibles piensan en cómo pueden el problema solucionar. En este largo camino que es la vida, nada hay ningún sendero escrito a fuego sobre la inerte vitalidad de la tierra, aunque a veces nuestras actitudes sean los más grandes obstáculos que nos podamos imaginar. En este impredecible camino, todo parece ser nada, y nada parece ser todo, pues las cosas cambian a placer en una intrincada melodía de la que uno no sabe cuándo lleva la batuta y cuándo es mero esclavo del ritmo que la música parece llevar, aunque sea el del palpitar de nuestro corazón.

Sentado en el suelo al borde del río, miró el reflejo de la luna en el río, pues esta se escondía entre las nubes cada vez que alzaba la vista al cielo. Cada reflejo de su pálida luz iluminaba un recóndito lugar del lecho del río: rocas, peces en busca de un lugar en el que descansar aleteando más lento, pues nunca un pez deja de nadar salvo cuando la selva y sus naturales leyes así lo sentencian; y en la superficie se encontró a sí mismo, el reflejo de su alma. Cuántos días más debería esperar sin poder hacer nada a que las cosas se solucionasen. Cuántas veces puede la vida cambiar sin que un nómada pueda hacer nada. Cuántos pasos a través de la frondosa selva podría dar, bajo la atenta vigilancia de fuertes y robustos, a la par que longevos árboles, recelosos guardianes de la intimidad de la vida allá en la tierra, a la que protegían de la indiscreción de los rayos del sol. Cuántos latidos más podría su corazón aguantar antes de hincharse a llorar y a gritar hasta que la garganta y las manos sangraran el dolor de la impotencia de un espíritu lleno de heridas lacerantes que el destino le inflige con sus afiladas garras para obligarlo a avanzar, aunque el obligado se obligue a sí mismo sin saberlo.

Pobre Nomadi, pensaba la hiena, aunque en su naturaleza estuviera el reírse de la desgracia ajena. Pobre y menudo nómada, decía la letal serpiente. Pobre Nomadi, pensaba Nomadi. La rabia y la desesperación habían impregnado cada una de las huellas que en su camino había dejado atrás, y ahora comenzaban a pesar en las piernas del nómada del mundo. El viento elevó el susurro de su lamento y lo llevó hasta el último rincón y gélido rincón de la selva, y todo ser vivo supo que el pequeño habitante erguido sufría la incoherencia de su comportamiento que el caos de la vida había sembrado en su nervio. Entonces pasó una de las cosas que pasaban siempre cuando Nomadi no podía más: o bien la furia rompía los tensos corsés que la incertidumbre había atado a su alrededor... o bien, buscando fuerzas cuando ya no parecía tenerlas, de un lugar que ni el propio Nomadi sabía, se levantaba y cargaba a sus espaldas con la rabia y la desesperación, envolviéndolas en el miedo que le paralizaba. Y así, se levantó y se arrancó con la más determinada indiferencia la incertidumbre que al suelo lo ataba, y en su pequeña mochila guardó la rabia. Y así, dejó plantada a la luna que, aunque tímida, a través de las nubes observaba. Así, Nomadi volvió a hacer lo que siempre hace un nómada del mundo: caminar, vivir, hacer lo que la vida o él mismo consideran necesario, aunque sus actos estén impregnados de la más absoluta desgana y falta de fe, o llenos de la más férrea voluntad. Porque hay veces que no importa nada el destino, sino posar los pies sobre un camino: el que dejan los pies a través de sus huellas.
La luna tímida a través de las nubes

lunes, 31 de diciembre de 2012

En un momento y un lugar indeterminados: Nomadi y Enzo, un año más.

Y de repente, allí estaba de nuevo. La oscuridad volvía a cernirse sobre el cielo como un manto infinito, lleno de pequeñas pelusas que algunos en la selva decían que eran las estrellas, el alma de miles y miles de nómadas que tras siglos y siglos de caminar por el mundo, su cuerpo les abandonaba, pero su espíritu, incansable, seguía dando vueltas, regalando un poco de ellos a cambio de nada. Y allí estaba Nomadi, sentado en el camino, con Enzo a su lado. Mucho tiempo había pasado desde que habían empezado a caminar juntos, desde que el feroz lobo le enseñara sus fauces al pequeño nómada en medio del bosque, desde que, inexplicablemente, unieran sus destinos para vagar por el mundo juntos; desde aquella vez que un  jaguar les atacara y... bueno, tantas y tantas otras cosas.

Momentos en los que rieron tanto que el universo entero vibró con sus carcajadas, en los que la alegría inundaba tanto que ahogaba y se formaba un nudo en la garganta que incluso llegaba a doler, pero no importaba, porque era alegría. Momentos en los que la tristeza era tan densa y oscura que la propia noche parecía el día... Instantes en los que no supieron que hacer, porque hay veces que la vida nos pregunta tantas cosas que nos deja sin respuestas, veces en las que la verdad es tan profunda que alcanza la propia raíz de nuestra existencia. Segundos en los que el corazón dejó de latir, expectante, esperando que Nomadi hiciera algo, porque hay veces en los que la razón no tiene respuestas y la sangre que por nuestras venas fluye late y se siente con fuerza, apuntando a la dirección correcta.

Nomadi y Enzo se habían encontrado con grandes obstáculos, y hubo momentos en los que pensaron incluso en no seguir y abandonar, momentos en los que, tiempo después, creyeron tomar decisiones incorrectas. Pero ya todo daba igual. Porque el pasado, pasado está, y sea como sea, les había llevado a donde estaban: sentados al borde de una roca inmensa a la orilla del río. Nomadi y Enzo se miraron y comprendieron que habían aprendido una valiosa lección:

Por mucho que a veces todo parezca imposible, por muy inexplicablemente incomprensible que sean los retos que la vida nos pone, llorar y reír, amar y seguir adelante es lo único que cuenta. La vida es un largo camino, un camino distinto para todos y cada uno, pero en el que todos buscamos lo mismo: la felicidad. Y siempre llega el día en el que miramos con recelo al de al lado, en el que miramos con angustia el nuestro... pero al fin y al cabo es un maravilloso camino lleno de grandes experiencias para sentir, para disfrutar, para vivir... Camina hasta que te canses, y cuando no sepas qué hacer, tienes dos opciones: siéntate a llorar o a reír hasta que no puedas más y entonces con fuerza te levantarás, o haz lo primero que se te ocurra y sigue los pasos que en el camino marques. Camina, llora, ríe, vive. Y todo lo demás, da igual. Ser feliz es una decisión, es tu decisión. Sé feliz.
Y así, Nomadi y Enzo volvieron a caminar una vez que el gran león de la selva rugió doce veces.
Feliz año.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Enzo y la pantera; Nomadi y su prueba.

Cansado, muy cansado, exhausto. Y después de mucho caminar y correr, de avanzar sin un destino, con el único objetivo que el propio avanzar, tuvo que sentarse. Así recorría Nomadi el mundo, volando raso cuando el ímpetu llenaba su pecho, suspirando alto cuando la verde densidad de la selva se hacía demasiado espesa. Respira hondo Nomadi, lo mira compasivo y temeroso el lobo. “No te preocupes Enzo, nada es para siempre”, le dijo.
Llegó la noche y la oscuridad se abalanzó sobre la selva como una pantera sobre su presa, sigilosa pero implacable. Aquellos que tenían que dormir, durmieron; los que tenían que despertar, abrieron los ojos a la luz, a la ausencia de luz; y aquellos que  nunca duermen ni despiertan, aquellos que son eternos, permanecieron en su eternidad. El cielo se cubrió de miles y miles de puntos blancos, las marcas que el tiempo dejó en el universo, aunque esto sólo es una suposición… ni Enzo ni Nomadi podían ver nada. El cielo era inaccesible a su vista, lo mismo que la luz al fértil suelo de la selva: entre ambos, una tupida frontera de hojas y copas de árboles se extendía más allá de lo imaginable. Todos y cada uno de ellos se enzarzaban en una lucha por la supervivencia, una lucha eterna, pacífica y cruel, lenta e implacable. Porque en la vida no todo es negro o blanco, siempre hay alguna mancha de gris, cuyo significado siempre depende de cuánto negro o blanco la rodee. Y Nomadi comenzó a cerrar los ojos pensando en que ya no quería pensar más, que durante ese día estaba de más seguir preguntándose por qué buscaba su hogar en el mundo, que es su propio hogar, que es el hogar de los nómadas como él. Y así, Nomadi exhaló su último suspiro del día que ya no era día, y Enzo, a su lado, lo acompañó, sin saber qué hacer, sin saber qué decir, porque como lobo no puede hablar, porque como lobo nada es igual y todo parece distinto a sus lupinos ojos.
Todo parecía en calma y todo parecía silencioso, con el silencio propio de una selva que duerme y despierta al mismo tiempo. Pero, de repente, un profundo rugido rasgó la noche con violenta fiereza. Y, después, un lastimero aullido lo acompañó. Nomadi, acurrucado entre unos arbustos, despertó y vio al otro lado a su gran amigo hocico con hocico frente a una imponente pantera negra. Todo fue muy rápido, pero tan tenso, que Nomadi no perdió ni un solo detalle. La pantera, escuálida y probablemente hambrienta pero, aun así, fuerte y musculosa, estaba de espaldas a él y enseñaba los dientes de forma amenazante a Enzo quien, disimuladamente, atravesaba con la vista a Nomadi. Y, a pesar de que nunca habían hablado como tal, pues un lobo no puede hablar, lo entendió: Enzo quería que se fuera. Nomadi le suplicaba que no con la mirada, pero Enzo era implacable. Un lobo, por muy amigo de un nómada que fuera, no dejaba de ser un lobo, una criatura salvaje, un feroz animal del bosque que necesitaba reivindicar su lugar en la selva. Nomadi no quiso pero se fue. Nomadi no lo entendía pero marchó. Y es que a veces en esta vida es difícil dejar sólo a alguien, a veces es complicado permitir que otros se enfrenten con su destino cara a cara. Y para Nomadi, era casi imposible. Hay momentos en el largo camino que es la vida en el que los rumbos de ciertas personas se separan… a veces por necesidad de uno, otras por necesidad de otro, a veces por los dos. A veces hiriendo sólo a uno o a otro, otras a los dos o a ninguno. La vida es impredecible, igual que Nomadi… Y así, el pequeño nómada se encontró de nuevo con otro reto en su camino. Porque a veces las pruebas más difíciles de la vida son las que nosotros mismos nos ponemos. Suerte Nomadi.

viernes, 2 de noviembre de 2012

Cuando Enzo perdonó a Nomadi

De repente, Nomadi no pudo hablar. Había corrido tanto y tan lejos, tan rápido y tan desesperadamente, que no había visto ni siquiera hacia dónde iba. Había dejado que su espíritu se embargara del pánico de una duda estúpida con una pregunta evidente que no quería ver... Pero es que cuando la duda inunda los más profundos recovecos del corazón no hay razón que pueda mediar ante la intensidad de una voluntad que sólo verá su final cuando la irracional lógica del universo pasa de ser un bache en el suelo a un muro en el camino.
De repente, Nomadi se encontró con un gigantesco muro: el de la verdad. Y la verdad era que había corrido durante horas buscando su hogar y, cuando se cansó de mirar sin mirar, echó un vistazo a su alrededor y descubrió que ya no sabía dónde estaba. Eso no era el bosque, ese no era su bosque. Los altos árboles pero separados, las pequeñas charcas y los diseminados arbustos habían dado paso a grandes ramas entrelazadas, tan densas de hojas que apenas unos rayos de sol lograban llegar a tocar el suelo... un suelo tupido de arbustos de todas clases y tipos, de diversas alturas. Allá donde posaba la vista, el pequeño nómada sólo veía verde y más verde, en distintas tonalidades y con distintas formas... pero verde. Y durante unos instantes, la incertidumbre dio paso al pánico contenido, pues Nomadi siempre acostumbraba a encerrar sus sus frustraciones en la dura coraza de su alma: odio, tristeza, desesperación... todos iban acumulándose hasta que cierto día Nomadi no aguantaba más... y ese día, cuando su alma decía 'ya basta', esperaba paciente a encontrar una buena excusa para soltarlos todos. Por el contrario, alegría, felicidad, amor, esperanza... todos ellos salían impulsados desde lo más hondo de las entrañas del pequeño nómada con la fuerza de mil huracanes.
¿Dónde estaba? Escuchó tras de sí el aullido del lobo, lo que significaba que le había seguido. Y durante un instante, se sintió increíblemente culpable puesto que en todo ese tiempo ni siquiera se había preocupado de saber si el lobo estaba a su lado. Cierto era que no eran grandes amigos y que sabía que, en algún momento, sus diferencias los separarían. Pero de momento, ambos compartían la soledad de un viaje que ninguno recordaba dónde había empezado ni en qué lugar tocaría a su fin. Aunque era un nómada del mundo, nunca acostumbraba a olvidarse de aquellos que en algún momento de su larga travesía le habían apoyado.
En ese momento, el lobo llegó y se puso a su lado. En su mirada se reflejaba cierto enojo pero cuando Nomadi acarició su suave y cobrizo lomo el perdón se desprendió de cada uno de sus pelos.
- Gracias... y lo siento-, dijo el pequeño nómada.
El lobo aulló de la forma en que sólo le aullaba a la Luna.
- Sé que por mi culpa hemos dejado el bosque. Lo siento, Enzo... A veces, aunque estés a mi lado, me siento sólo y me dejo llevar... A veces me canso de mi propio destino y decido que quiero encontrar mi hogar-, dijo mientras el lobo lo miraba fijamente. Te prometería que no volverá a pasar... pero te estaría mintiendo.
Nomadi suspiró y se sentó en el suelo. Había dejado atrás el único sitio que conocía... Los búhos, las ardillas, los jabalíes... todos ellos, con buenas o malas intenciones, pero eran caras conocidas, una referencia en su mundo. La 'charca plateada', el árbol solitario, a los pies del cual muchos habían desaparecido bajo sus raíces atrapados enterrados por su propia duda. Antes no tenía un hogar... pero tenía las experiencias que aquellos lugares y animales le dejaban en su día a día, que eran siempre las mismas y nuevas al mismo tiempo. Ya no podía volver... porque un nómada pocas veces da un paso atrás. Lo hecho, hecho está. Con las mismas, el pánico huyó de su cuerpo al ver que la férrea decisión de seguir adelante había hecho acto de presencia. Pegando un brinco y poniéndose de pie tan deprisa que a punto estuvo de tirar al suelo sus flechas dijo:
- Vamos Enzo, hay un mundo que caminar.
Y así, Nomadi y Enzo volvieron a iniciar otro capítulo más de ese viaje sin retorno que es su vida. Y es que errores se cometen muchos y son inevitables, porque la vida es muy larga y hasta los aciertos necesitan descansar. Pero nunca se ha de dejar que el descanso se convierta en eterno... porque ese será el fin de cualquier alma, que estará abocada a la oscuridad de la indiferencia y la tristeza asumida.
Así, un nómada y un lobo siguieron su camino con paso firme y decidido, sin saber hacia dónde, pero sí por qué: para vivir. Recuerda Nomadi: pies en el suelo, cabeza al frente y mirada al cielo... aunque esté cubierto.

martes, 30 de octubre de 2012

El día en que Nomadi se perdió en su hogar

Un día se descubrió intentando encontrar cuál era su hogar, dónde estaba aquel sitio en el que podría descansar con la tranquilidad de saber que hasta los sentimientos que allí vivía le eran familiares. Esa incógnita se convirtió, en poco tiempo, en una duda existencial que amenazaba con destruir su existencia: no había paso que diera sin que el corazón se le encogiera, no había lugar al que mirara sin que sintiera que, de repente, su pecho se hinchaba esperando más aire del que podía inspirar, y entonces se formaba un nudo en su garganta que ataba su alma a los más oscuros temores. Hasta los silencios dejaron de ser silencios y se convirtieron en el hogar de un incesante ruido de fondo compuesto de interrogaciones disonantes.
Caminaba tan distraído por el bosque, buscando tan desesperadamente que, a los cinco segundos, no podía recordar lo que había visto cinco segundos antes. Y es que cuando la obsesión pasa a ser la guía de nuestros desvelos, lo importante deja de ser el resultado de encontrar algo, y lo prioritario pasa a ser la acción de buscar, ya sea bien o mal. No importa el cómo, sino el qué.
Y así pasaron los días y las noches, las luces y las sombras, el frío, casi helado, de la vida que pasa sin mirar donde pisa. Incluso las criaturas del bosque, desde las más grandes a las más pequeñas, desde las que procuraban su bienestar hasta aquellas a quienes su desgracia les gustaría contemplar y, a veces, provocar; hasta el mismísimo lobo, quien tiempo atrás deseó albergar su alma en sus fauces, con quien una turbulenta amistad había conseguido entablar... Todos contemplaron a Nomadi surcar el bosque sin cesar, con más prisa que cuidado. Aquel nómada del mundo que un día, ya no sabían cuál, llegó al bosque en medio de llantos, y ahora se había convertido en el alma del bosque... ahora se alejaba sin ni siquiera mirar atrás. Hasta el lobo aulló constantemente para advertirle de que, sin darse cuenta, el bosque estaba dejando atrás, arriesgándose a la ira de la Luna que, recelosa, desde la otra cara del universo se preguntaba a quién  su peludo amigo gritaba sus más profundos sentimientos que no fuera ella al abrigo de la helada oscuridad.
Todos le vieron alejarse, entre lágrimas amargas, lágrimas falsas, sonrisas verdaderas y sonrisas caducas. Y Nomadi buscaba y buscaba hasta que un día, entre las sombras del fin del bosque se perdió. Ese día, la tierra se empapó con las lágrimas del cielo que alimentaban la desdicha de los charcos y riachuelos, hogares de los antiguos compañeros de vida del nómada del mundo.
Y así, pasó del bosque a la selva. Así, Nomadi, que nunca tuvo hogar, perdió el único lugar hasta aquel entonces del que podía describir con los ojos cerrados hasta el más recóndito lugar. Así, Nomadi olvidó que es un nómada del mundo, quien todos lugares habita pero ninguno llama hogar... porque su hogar es el mundo que lo ve crecer y luchar. Y el lobo, aunque enojado y furioso, al principio lo decidió abandonar... pronto aulló con fuerza y tras él echó a correr.
Nomadi sigue caminando sin saber que en la selva se ha adentrado con un lobo furioso y turbulentamente amigo de su caminar. Para, Nomadi, que tus pies se van a cansar.


miércoles, 13 de junio de 2012

Nomadi and the wolf

Uno nunca sabe en qué momentos la vida le deparará sorpresas, ni tampoco sabe si serán buenas o malas. A veces, de las peores experiencias se sacan las más valiosas lecciones, y en los momentos más malos aparecen las mejores oportunidades.
Y en esto que una mala experiencia y un perro intrépido dieron lugar a que dos personas encontraran uno de los mayores tesoros que el hombre puede encontrar jamás: la amistad. Y con ella, cosas que uno nunca olvida y que no pasan desapercibidas, ni siquiera aunque uno lo pretenda. Un abrazo a tiempo, una charla interminable, algunas 'bombas' a la luz de la Luna... son algunas de ellas.
Uno nunca sabe cuándo la vida le abrirá una puerta, por eso hay que estar muy atento para colarse cuan rápido se pueda. La última vez, alguien estuvo raudo cual lobo feroz y mereció la pena. Ahora un nómada recorre el bosque mientras el lobo se asoma entre los árboles y le grita: ¡Bu!, con la esperanza de arrancarle un susto y una sonrisa, aunque a veces el lobo sea quien se asuste cuando el nómada le pilla desprevenido.
Y entre susto y susto, ambos saben que durante su travesía, bajo la atenta mirada de las estrellas que reflejan la oscura claridad de las charcas y la siniestra belleza del bosque, uno siempre contará con la ayuda del otro.

Felicidades Bu, espero que la vida nunca deje de depararte sorpresas. Aprovéchala al máximo, que dicen que los lobos viven siete u ocho años, aunque seguro que los buenos viven más.
¡Hakuna Matata!


miércoles, 11 de abril de 2012

Piccoli Nomadi e il lupo feroce

Dónde estas, dime lo que ves, si es que entre tanta oscuridad distingues algo que no sean tus manos a dos palmos de tu nariz. Dime qué suena, a parte de tu corazón, qué es eso que perfora el oído. Dime, pequeño nómada, qué puede haber en el bosque que pueda asustar al propio miedo, que espante a los pájaros tan lejos de los árboles, tanto como nunca habían estado. Se ha hecho de noche y te ha pillado por sorpresa. Y entonces, pequeño nómada, te entristeces, te lloras a ti mismo al pie de un árbol centenario, mientras el aullido del lobo feroz rasga la calma que inunda el bosque. Te sientas e intentas pensar, pero los latidos de tu corazón retumban demasiado fuerte, haciendo temblar tu pecho. No te mientas, pequeño nómada, es culpa tuya. No señales, que es de mala educación, ni apuntes hacia otros que no sean tú. Mírate, de nuevo, en el reflejo del río que te acecha, de la luna que te contempla llorar. Mira tus ojos, adéntrate en ellos, allí hallarás la verdad. Quisiste jugar a las marionetas sin ni siquiera tener los hilos, y ahora tus muñecos se desparraman sobre el escenario, mientras el lobo sigue aullando, esperando que tus lágrimas le lleven a ti. No le culpes, es un lobo feroz, tú un pequeño nómada. En los más antiguos pasajes de la historia del bosque está escrito que cada noche que un nómada se descuide, permaneciendo expuesto a la tibia luz de la luna, su cuerpo repose en las fauces del lobo por siempre jamás. Te dejo, pequeño nómada, tu verás si aún quieres llorar, o si no prefieres escalar a la copa de un árbol ahora que los pájaros durante la noche no volverán. Recuerda, piccolo Nomadi, tú no elegiste tu bosque, ni él te eligió a ti, pero dónde camines, dónde duermas y qué comas, solo dependerá de ti. Ahora, pequeño nómada, te dejo bajo el frío manto sedoso de las estrellas, que la luna se esfuerza en extender sobre su pequeño retoño que es el cielo. Buenas noches. Buena suerte.

viernes, 12 de agosto de 2011

El fin del pequeño nómada

Ya no quieres llorar, ni quieres reír, no quieres siquiera caminar. Has decidido sentarte apesadumbrado al borde del camino. ¿Qué esperas encontrar allí, iluso de ti? No hallarás paz, ni las respuestas que buscas; tampoco el indulto que te salve del dolor que crees que te aqueja. Si permaneces allí, solo te queda esperar a que la oscuridad de la noche te hiele el alma, tanto, que la voz se te quiebre al querer gritar y tus palabras se conviertan en un nudo en la garganta. Hace tiempo que has muerto, que tu hedor inunda el aire que rodeas y el de cada una de tus intenciones, que se resquebrajan apenas tocan el vestíbulo de la realidad, allí donde tu sueños se perdieron tantas veces que jamás los volviste a recordar. Siento ser tan duro contigo, pequeño nómada, pero es la verdad la que debes saber, no lo que las hienas te susurran con malicia, esperando que la inanición acabe contigo y con su inanición. Todos en el bosque te dan por perdido, nadie cree ya en ti. La negra figura encapuchada de cierto espectro ronda la orilla del río, esperando tomarte allí para sí. Está claro, todos esperan, de una u otra forma. Y en el arte de esperar está la esencia de la vida, donde se pierden los segundos más valiosos por la inocencia de una ilusión en sueños vivida. Corre, pequeño nómada, intenta salvar aunque sea tus huesos, que no se los quede la Tierra sino el Cielo; que el retumbar de tu corazón perdure más allá del fin del parpadeo de tus ojos, del respirar de tu alma. Apresúrate a marcar en los árboles por los que pasaste, que estuviste allí, y que ellos te conocieron, si no en carne, al menos en hueso. Este es tu fin, pequeño nómada. Hacer de ello la mejor o peor experiencia, conseguir que tu camino no haya sido en vano, está en tus manos... o en lo que queda de ellas.