De cara al horizonte: Enzo y la pantera; Nomadi y su prueba.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Enzo y la pantera; Nomadi y su prueba.

Cansado, muy cansado, exhausto. Y después de mucho caminar y correr, de avanzar sin un destino, con el único objetivo que el propio avanzar, tuvo que sentarse. Así recorría Nomadi el mundo, volando raso cuando el ímpetu llenaba su pecho, suspirando alto cuando la verde densidad de la selva se hacía demasiado espesa. Respira hondo Nomadi, lo mira compasivo y temeroso el lobo. “No te preocupes Enzo, nada es para siempre”, le dijo.
Llegó la noche y la oscuridad se abalanzó sobre la selva como una pantera sobre su presa, sigilosa pero implacable. Aquellos que tenían que dormir, durmieron; los que tenían que despertar, abrieron los ojos a la luz, a la ausencia de luz; y aquellos que  nunca duermen ni despiertan, aquellos que son eternos, permanecieron en su eternidad. El cielo se cubrió de miles y miles de puntos blancos, las marcas que el tiempo dejó en el universo, aunque esto sólo es una suposición… ni Enzo ni Nomadi podían ver nada. El cielo era inaccesible a su vista, lo mismo que la luz al fértil suelo de la selva: entre ambos, una tupida frontera de hojas y copas de árboles se extendía más allá de lo imaginable. Todos y cada uno de ellos se enzarzaban en una lucha por la supervivencia, una lucha eterna, pacífica y cruel, lenta e implacable. Porque en la vida no todo es negro o blanco, siempre hay alguna mancha de gris, cuyo significado siempre depende de cuánto negro o blanco la rodee. Y Nomadi comenzó a cerrar los ojos pensando en que ya no quería pensar más, que durante ese día estaba de más seguir preguntándose por qué buscaba su hogar en el mundo, que es su propio hogar, que es el hogar de los nómadas como él. Y así, Nomadi exhaló su último suspiro del día que ya no era día, y Enzo, a su lado, lo acompañó, sin saber qué hacer, sin saber qué decir, porque como lobo no puede hablar, porque como lobo nada es igual y todo parece distinto a sus lupinos ojos.
Todo parecía en calma y todo parecía silencioso, con el silencio propio de una selva que duerme y despierta al mismo tiempo. Pero, de repente, un profundo rugido rasgó la noche con violenta fiereza. Y, después, un lastimero aullido lo acompañó. Nomadi, acurrucado entre unos arbustos, despertó y vio al otro lado a su gran amigo hocico con hocico frente a una imponente pantera negra. Todo fue muy rápido, pero tan tenso, que Nomadi no perdió ni un solo detalle. La pantera, escuálida y probablemente hambrienta pero, aun así, fuerte y musculosa, estaba de espaldas a él y enseñaba los dientes de forma amenazante a Enzo quien, disimuladamente, atravesaba con la vista a Nomadi. Y, a pesar de que nunca habían hablado como tal, pues un lobo no puede hablar, lo entendió: Enzo quería que se fuera. Nomadi le suplicaba que no con la mirada, pero Enzo era implacable. Un lobo, por muy amigo de un nómada que fuera, no dejaba de ser un lobo, una criatura salvaje, un feroz animal del bosque que necesitaba reivindicar su lugar en la selva. Nomadi no quiso pero se fue. Nomadi no lo entendía pero marchó. Y es que a veces en esta vida es difícil dejar sólo a alguien, a veces es complicado permitir que otros se enfrenten con su destino cara a cara. Y para Nomadi, era casi imposible. Hay momentos en el largo camino que es la vida en el que los rumbos de ciertas personas se separan… a veces por necesidad de uno, otras por necesidad de otro, a veces por los dos. A veces hiriendo sólo a uno o a otro, otras a los dos o a ninguno. La vida es impredecible, igual que Nomadi… Y así, el pequeño nómada se encontró de nuevo con otro reto en su camino. Porque a veces las pruebas más difíciles de la vida son las que nosotros mismos nos ponemos. Suerte Nomadi.

No hay comentarios: