De cara al horizonte: octubre 2011

lunes, 31 de octubre de 2011

De mariposas, hadas y locos

Hace tiempo que te busco entre un millón de besos, en miradas vacías que, iluso de mí, lleno con mariposas, esas mismas que esperan en mi estómago a que vengas y las hagas revolotear. Pero no te encuentro, te escondes, huyes de mí... o yo huyo de ti.
No te conozco y, cada vez que sueño contigo, no puedo evitar sonreírle a la noche que se sonroja y saca a relucir sus luminosas pecas. No sé quién eres, pero si te conociera, conseguiría que la felicidad te pareciera un juego de niños.
No sé dónde estás, ya no sé dónde buscarte. Se me agrietan las manos de revolver la arena, se me secan los ojos de mantenerlos abiertos, se me hiela el corazón de tanta expectación fraudulenta.
Y cada día que pasa, me siento más pesado, y cada segundo que te imagino con los ojos cerrados y desapareces al abrirlos me vuelvo más loco. Escucho pasos detrás de mí y me hierven las venas sólo de pensar que puedas susurrarme al oído aquello que quiero escuchar.
Has sembrado el caos en mi vida y aún ni siquiera existes. Has conseguido que pase noches en vela, días en espera. Y en cada corazón que tengo la desfachatez de acercarme a escuchar, buscando un ritmo conocido, pierdo un ápice más de mi dignidad mientras, tú, en algún lugar, te ríes inconscientemente de este pobre enamorado del amor que te busca y no te encuentra, te persigue pero desespera al pensar que todo pueda ser en vano.
Ni siquiera has tenido la decencia de dejar un rastro, un aroma que aspirar, una sonrisa con la que soñar, un trozo de un papel con la mitad de un número el cual rellenaré infructuosamente con todas las combinaciones esperando que al otro lado escuche una voz, escuche un suspiro y las mariposas que me he comido pidan salir de la cárcel que las oprime.
Mientras, sigo buscándote en mil bocas, robando mil besos a desconocidas, a un puñado de almas errantes que ni sienten ni padecen más que el puro placer de la fugacidad.
Empiezo a pensar que no seas más que un sueño, y que pasaré el resto de la vida dejando un montón de marcas delebles que el tiempo consumirá con la malicia de aquel que lo sabe todo pero no se lo cuenta a nadie
Y aun así, esta noche contigo soñaré, y al despertar volveré a buscar entre mil interrogantes la respuesta a un cuento de hadas del que jamás leí su final.

viernes, 28 de octubre de 2011

El árbol de la vida

Se sentó bajo la copa del árbol y lloró. Aún recordaba cuando, de pequeña, había plantado una semilla que su padre le había regalado. Día tras día, noche tras noche, ambos crecieron a la par, uno más rápido que el otro. Ella conoció su primer amor cuando la primavera vio crecer las primeras hojas de su hermano vegetal. Y ella se sentó al lado de su árbol cuando conoció el primer desamor, cuando el otoño llegó y tiño las hojas de melancólico marrón. Más tarde, ella vió nacer a sus hijos entre lágrimas de alegría, mientras el árbol acogía entre sus ramas el maravilloso momento en el que una paloma contemplaba, espectante y temerosa, el momento en el que la vida eclosionaba de un pequeño punto blanco en la inmensidad del universo. Y el tiempo pasó y pobló sus semblantes de arrugas, aunque ella las ocultaba con cremas y el con musgo, los años no perdonan, y en sus ramas se esconde las visicitudes de una vida, en las cicatrices de ella, los errores y los tropiezos, en el corazón de ambos, la esencia de la existencia, la grandiosiad de la vida. Mientras ella lloraba, el árbol derramaba lágrima de elaborada savia. Uno al lado del otro, solos los dos, con todo un camino por detrás, con la sensación de que lo que aún queda por delante poco va a durar. Y así, entre lágrimas saladas, entre sabias lágrimas de savia, un corazón se apagaba mientras otro lo cubría con el melancólico marrón del otoño. En invierno, una fina capa de dolor helado congeló el tiempo. Y en primavera, el dolor se derritió dejando paso a la vida, el pasado quedó en el pasado, y el futuro empezó a corretear en el presente.

domingo, 23 de octubre de 2011

Grandes cosas, pequeños comienzos

Hay grandes cosas que empezaron siendo pequeñas. Por ejemplo, Apple empezó en un garaje. Hoy, no hay garaje en el que no haya un Apple. Amancio Ortega comenzó haciendo batas para bebés. Hoy, todos y cada uno de esos ex-bebés han entrado al menos una vez en una de sus tiendas.
Hay grandes cosas que empiezan siendo pequeñas. La vida, por ejemplo, en su inicio no es más que un par de células y acaba siendo una huella imborrable en otras vidas, que en su momento fueron también otro par de células.
Hay grandes amistades que surgen en pequeños momentos como, por ejemplo, conocer al amigo de una amiga enfrente de un ascensor. Amistades que, a pesar del tiempo y del espacio, permanecen inalterables en su esencia. Porque compartir entre tres una habitación para dos lo hace todo más entretenido. Y compartir entre dos una habitación para uno lo hace todo más profundo.
Lo dicho, hay grandes cosas que comienzan siendo pequeñas. Igual que hace veinte años un gallego no pasaría de los tres kilos y sería igual de enano que dos palmos. Ahora es más alto que yo e incluso me gana corriendo, ni qué decir nadando. Y seguramente acabará, como ya dije una vez, en un increíble piso con vistas a la Gran Manzana siendo uno de los mejores publicistas, porque imaginación y ganas le sobran. Pero hay algo en lo que es muy grande y empezó siendo pequeño. Es un gran amigo, uno de esos que no se olvidan. Las cosas podrán cambiar, ser distintas, a mejor o a peor, pero si yo le hablo de pelotas azules, él me responderá hablando de pelotas rojas y los dos sabremos de qué hablamos.
Felicidades, peloto azul.
Recuerdos desde el páramo desértico.
PD: Me tiraste tú el vaso y lo sabes.
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martes, 18 de octubre de 2011

El mundo es para los valientes

Pasión. La vida no es nada sin pasión, sin algo por lo que luchar al levantarse, sin un objetivo por el que sonreir cuando llueve, por el que llorar de alegría cuando el dolor nos embarga y nos conmueve. Hay quienes se levantan y se acuestan, y en medio sólo han hecho lo mismo que hicieron el día anterior. Pero hay otros queal abrir los ojos deciden que no les gusta lo que ven, que quieren más, que quieren volar más alto, bucear más hondo, correr más rápido... Muchos los admiran, otros temen su valentía. Pero todos los ven, todos escuchan sus corazones latir más fuerte, porque sus corazones alimentan deseos imposibles, sentimientos poderosos, grandes actitudes, realidades fantasiosas que sólo un puñado de elegidos son capaces de imaginar.
Son ellos los que nos hacen reir, quienes nos hacen vibrar, los que, muchas veces se juegan la vida por ellos, por nosotros, por todos, por dejar una huella allá por donde van, porque su paso por el tiempo no sea una marca en la arena que la marea pueda borrar, sino un texto en piedra que jamás desaparecerá.
Sus vidas alimentan las del resto, hacen los sueños algo más humanos, algo más cercanos. Hacen que cada latido, por insulso que sea, cada suspiro, contenga la emoción de lo imposible, de lo inimaginable, de lo atrevido.
Porque la vida no está para verla pasar, porque es mejor saborear el más pequeño de los mejores dulces que la mayor barra de pan. Porque, para algunos, dedicar su vida a una pasión es más satisfactorio que ir de flor en flor sin recordar. De ellos es el mundo y su recuerdo nunca perecerá.
Aún retumban los motores encendidos, sólo uno se apagó. Pero el recuerdo permanecerá en el tiempo y la pasión jamás morirá. El mundo es para los valientes.
Descanse en paz.
En memoria de Dan Wheldon.

domingo, 9 de octubre de 2011

Una melodía diabólica

Sigues un camino. No sabes cuál es, mas lo sigues sin cuestionártelo. A pesar de los baches, a pesar de las adversidades, de las alegrías, de aquellas que debieron serlo pero no lo fueron. Sigues encontrando a cada paso la razón de tu indiferencia, aquella que te impulsa a dar otro paso, y así indefinidamente hasta que tu caminar se convierte en un fin en si mismo, en una sinrazón, en un motivo desmotivado que busca bajo las piedras un corazón latiendo. Hace ya tiempo que tu alma te dejó tirado en alguna de las curvas de tu infructuoso sendero, y allí sigue llorando desconsolada. Caminas sin motivo y desalmado, lo único humano que en tí queda es el corazón, que suena hueco y sin sentimiento, casi artificial. Tu vida bien podría parecer una melodía al piano, en la que una nota suena tozuda y repetitiva, taladrando la partitura, marcando un ritmo y un compás que el pianista no se atreve a cambiar. El piano ya no es de quien lo toca, la música se ha adueñado de sus manos y él ya no decide dónde van sus dedos, que revolotean ágil y forzadamente sobre la sonriente boca del monstruo de madera. Algún día amanecerá antes de que la noche se haya ido, el tiempo te pillará con el pie cambiado y te darás cuenta de lo lejos que queda ya todo aquello por lo que empezaste a caminar. Escucharás en tus endebles oídos el lamento de tu alma que, kilómetros atrás, suspira roncamente deseando que llegue la doble barra y, con ello, el final de una partitura que ya no es melodiosa, sino ruidosa y aparentemente vulgar.