Hay grandes cosas que empiezan siendo pequeñas. La vida, por ejemplo, en su inicio no es más que un par de células y acaba siendo una huella imborrable en otras vidas, que en su momento fueron también otro par de células.
Hay grandes amistades que surgen en pequeños momentos como, por ejemplo, conocer al amigo de una amiga enfrente de un ascensor. Amistades que, a pesar del tiempo y del espacio, permanecen inalterables en su esencia. Porque compartir entre tres una habitación para dos lo hace todo más entretenido. Y compartir entre dos una habitación para uno lo hace todo más profundo.
Lo dicho, hay grandes cosas que comienzan siendo pequeñas. Igual que hace veinte años un gallego no pasaría de los tres kilos y sería igual de enano que dos palmos. Ahora es más alto que yo e incluso me gana corriendo, ni qué decir nadando. Y seguramente acabará, como ya dije una vez, en un increíble piso con vistas a la Gran Manzana siendo uno de los mejores publicistas, porque imaginación y ganas le sobran. Pero hay algo en lo que es muy grande y empezó siendo pequeño. Es un gran amigo, uno de esos que no se olvidan. Las cosas podrán cambiar, ser distintas, a mejor o a peor, pero si yo le hablo de pelotas azules, él me responderá hablando de pelotas rojas y los dos sabremos de qué hablamos.
Felicidades, peloto azul.
Recuerdos desde el páramo desértico.
PD: Me tiraste tú el vaso y lo sabes.
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