De cara al horizonte: marzo 2010

lunes, 22 de marzo de 2010

Felicidades

Hoy cumple un año más y, aunque no esté allí, estoy seguro de que en algún momento del día soltará su típico: "Estoy vieja y pelleja". Pero la verdad es que en ese cuerpo habita un alma tan joven que, en comparación, yo parezco el abuelito de Heidi. Siempre quiere hacer cosas, cambiar, descubrir, probar. Y, aunque la vida no le ofrece muchas oportunidades, se aferra a ellas como a un clavo ardiendo. Es luchadora a más no poder y, aunque encuentre obstáculos, con su fuerza de voluntad es como si desaparecieran. A pesar de las tormentas, las malas rachas, los estómagos de vaca dilatados... aún sigue viva y coleando, nadando a contracorriente. Para mi es un milagro, una fueza sobrenatural. A veces me siento egoísta por confiar tanto en ella, porque eso aumenta más la carga que lleva a sus espaldas, y aunque es fuerte, no es justo abusar de su fortaleza. Es una persona que siempre da sin esperar recibir nada a cambio, e incluso a veces lo que recibe lo vuelve a dar.
Junto con papá, sois los mejores padres que jamás podría haber imaginado. Con vuestros fallos y con vuestras virtudes, hacéis de mi vida algo mejor.
Siempre me has dado lo que he querido, o al menos lo que has podido y, si por ti fuera, me darías todo lo que quisiera, por mucho que fuera, si creyeras que es conveniente y que me ayudaría a ser feliz. A veces creo que es más de lo que me merezco. Me apoyas en todo aquello que yo crea y siempre sé que puedo contar contigo.
Eres todo amor, amor a la vida, a las personas. Deberías quererte más a ti misma.
No sé cómo mas puedo expresar lo mucho que te quiero y que te admiro, y cuánto te debo. Sólo espero algún día poder recompensarte, comprarte una vaca nueva y tirar la vieja a la basura. Y con su estómago, hacernos un buen guiso.
Felicidades mamá.

sábado, 20 de marzo de 2010

Almendro

El suelo estaba encharcado, la tierra mojada, el cielo oscuro. Las lágrimas de ella se confundían con la lluvia, o quizás la lluvia con las lágrimas de ella. Cada gota sonaba igual, pero sus lágrimas al caer eran distintas. Sonaban a tristeza y a amor, amor del que da luz en la noche, del que construye puentes y atraviesa montañas. Llevaba nueve meses dentro de ella. Dos corazones latiendo armoniosamente, uno más rápido, cada vez más rapido, otro más lento, cada vez más lento. Le había dado todo el calor y cariño que había podido. Y él no quería salir, ni ella que saliera, pues ello la hacía sentir como si le faltara un brazo, un ojo, un pie... Pero era inevitable. Entre gritos de dolor que la lluvía acuchillaba, que el cielo gris envolvía, llegó al mundo. El agua se tornó roja. Con sus manos ensangrentadas cogió a la criatura. Y al verlo, comprendió que todo cuanto había hecho en su corta vida, todo cuanto la había llevado hasta allí, bueno o malo, había merecido la pena. Ahora todo tenía sentido. Lo acurrucó en su brazo, y le dió todo el amor que podía, toda la vida que le quedaba. Y su corazón dejó de latir, descansó por siempre jamás. Y al exhalar el último suspiro, el bebé arrancó a llorar, llenando sus pulmones de aire, de vida. Al amparo de un almendro siguió llorando, viviendo. Una hoja cayó al suelo y se mojó. Seca y triste, se pudrió y desapareció. En su lugar, un verdor comenzó a surgir. Y siguió creciendo bajo la lluvia, que lloraba sin cesar, viendo cómo la vida viene, cómo la vida se va, y en medio la muerte le da un descanso para coger fuerzas.

jueves, 11 de marzo de 2010

La importancia de comer bien

Cuenta la leyenda que hubo una vez un hombre que ansió con todas fuerzas coronar la cumbre más alta de la tierra. Se imaginaba a sí mismo una y otra vez, llegando a la cima y alzando la vista al cielo, tocándolo con los dedos. Llegado un día, el intrépido escalador que nunca había escalado, decidió partir a la aventura. Amigos, vecinos, conocidos, gentes de todo tipo y condición le apoyaron, aun cuando el pobre hombre jamás habia levantado un pie más de medio palmo sobre la tierra. Sin dudar ni un sólo instante, se plantó en el fondo del valle, delante de la montaña, y comenzó a escalar sin vacilación alguna. Poco a poco fue escalando, no sin sufrir percances. De vez en cuando se arañaba con una roca, o resbalaba al apoyar el pie. Al principio, se reponía y sacaba fuerzas sobrehumanas para seguir. Pero el día fue pasando lentamente, y sus heridas cada vez eran más, y menos los metros que subía. En su fuero interno, su alma clamaba piedad, sometida a la tiranía de la ilógica razón. La noche cayó como un manto de oscuridad con motas de estrellas. Y en la negra espesura, a la luz de la luna, comprendió, no sin dolor, que nunca quiso escalar esa montaña. Cayó en la cuenta del engaño que durante años se había forjado en sí mismo, pegado como una lapa, nublándole la vista. Todo él se vino abajo, sus músculos, su fuerza, su corazón. Y al poner el siguiente pie en un saliente de la pared, resbaló. Pero ya no quiso agarrarse más, no quiso luchar allí, en un campo de batalla que nunca fue suyo. Dejó las manos muertas, y los brazos flácidos, y el alma semincosciente. El resto corrió parte de la gravedad y el destino. Una hoja cayó de un árbol y la oscuridad, hambrienta, se la tragó. Esa mañana no había desayunado.

sábado, 6 de marzo de 2010

Sinsentidos

El alma se le cayó a los pies. Tan cansada estaba que buscó un recogedor para barrerla, como si fueran las migas de pan de la cena o un poco de arena dispersa. Sin piedad alguna, ni si quiera remordimiento, tiró a la basura los restos de su vida, cerrando la bolsa con ganas. Esperó toda la noche para ver pasar el camión de la basura, y con él su alma. Aun así bajó, abrió el contenedor, y se cercioró de que estaba bien vacío. Y al comprobarlo sintió que podía respirar en paz, mas no tenía alma para sentir la tranquilidad, ni tampoco la angustia que le producía no poder sentir la tranquilidad, ni si quiera la ansiedad producida por la angustia, asi como tampoco la impotencia, ni la desolación que venía detrás de ella. Su frágil existencia se rompió, llena de sinsentidos que no podía sentir y, súbitamente, desapareció. La tapa del contenedor se cerró cuando perdió el apoyo, y al hacerlo se quejó sonoramente emitiendo un gruñido hueco y aireado, algo maloliente. Las ratas de las alcantarillas no daban crédito a lo ocurrido, ni tampoco la luna que, asustada, fue menguando hasta desvanecerse en la noche. Un alma vaga entre desperdicios y desechos, esperando en vano ser reciclada.

martes, 2 de marzo de 2010

El gato canta blues

Llegó tambaleándose, sin aire, sin ganas. Cuando no tuvo fuerzas para más, se dejó caer. Un colchón de hojas secas recogieron molestas su peso, lanzando quejidos resquebrajados que se perdieron en el silencio del lugar. Dios sabe cuánto tiempo pasó allí tirado, recogiendo el frío del aire y secando la humedad de las lágrimas tardías. Cómo decir cuándo y por qué, pero su alma comenzó a desnudarse poco a poco, como se desnuda una flor cuando abre sus pétalos, como se abre el cielo después de una tormenta, dejando paso al sol, que aparece tímidamente pidiendo disculpas susurrantes. El alma descubierta, las heridas al aire. La tierra silenciosa, esperando anhelante un cuerpo para alimentar sus criaturas. Los desechos cayeron por su propio peso, entremezclándose y confundiéndose con las hojas, desechos de otras criaturas. Las alegrías volaron al cielo, vaporizándose y escondiéndose entre las nubes. Recuerdos, tristezas, luces y sombras. Dolores punzantes, cicatrices rosadas y cubiertas, marcas de historias que el tiempo garabateó como una adolescente escribe en las cortezas de los árboles de un parque anochecido. Todo fue desapareciendo, lenta y paulatinamente. Todo se desvaneció, bueno o malo, dejando un rastro apenas perceptible a su paso. Y al final sólo quedó luz. Donde antes hubo un cuerpo, donde el alma se desnudó abandonando sus vergüenzas, ahora había un brillante punto de luz que permanecía encima de la hojarasca. Un punto de luz que brilló más y más, y tanto brilló, que absorbió toda la luz del lugar, que quedó sumida en la más absoluta oscuridad. Y la luz se hizo tan grande, y tanto resplandeció, que se expandió súbitamente, azotando las ramas de los árboles a su paso, haciendo temblar el suelo. Y de nuevo el día. Las nubes se hicieron tan blancas que se desvanecieron, y con ellas las alegrías pasadas. Una suave brisa barrió las hojas secas, y con ellas los desechos. Poco a poco, las hojas volaron de donde él permaneció en cuerpo y alma, de dónde surgió y desapareció la luz. Y en su lugar, dejaron al descubierto una hermosa planta verde esperanza, que comenzaba a brotar en el suelo. Y el todo volvió a la nada, y la nada se hizo todo. Un gato canta blues para dormir a la nueva criatura del bosque.