De cara al horizonte: 2016

martes, 28 de junio de 2016

Palabras para vivir

Las palabras se escapan de su boca
desde el fondo de su alma,
mientras su corazón palpita libre
para encontrar la paz.

Con cada suspiro, el aire se tiñe
con un fuerte deseo,
el que inunda sus venas con
su fuerte vitalidad.

En cada paso, el suelo tiembla,
a cada segundo, a cada instante,
la vida pasa por ella mientras
la consume con intensidad.

No hay muro tan grueso
que le pueda frenar,
ni tan alto para que su sombra
la pueda ocultar.

No hay bache tan profundo
ni amplio para enterrar
la fuerza con que sus pies
avanzan sin parar.

Se hace la noche, cae la oscuridad,
y sus ojos brillan antes de claudicar
al sueño que Morfeo
le intenta contagiar.

En sueños, su corazón sigue latiendo,
su sangre arrastra por su cuerpo
la firme voluntad de vivir siempre
buscando la felicidad.

Entre las sábanas descansa
un espíritu libre,
un alma que recorre el mundo
de punta a punta sin descansar,
exprimiendo la esencia de la vida
que en cada esquina del tiempo
alguien decidió guardar.

martes, 14 de junio de 2016

El lienzo sin color

Y qué más daba si se iba o si no,
qué importaba anestesiar el corazón
si, al sentir el calor en sus venas,
volaba enloquecida su imaginación.

Lejos, sin rumbo, sin sentido,
hasta llegar a la nada y caer,
y entre sollozos recoger después
los restos de un sueño roto.

El suelo seguía en su sitio,
las paredes, imperturbables, también,
pero su ardiente y mutilador desvarío
lo convertía todo en amargo aire vacío.

Sentado en la penumbra del salón,
se preguntaba dónde estaba la razón
cuando la necesitaba, cuando su cuerpo,
drogado, lo teñía todo de negro carbón.

Abría los ojos para ver el gris, rosa,
y descubrir, desolado, que nada era de color,
que no hay tiempo ni pincel
que pinte el oscuro lienzo del desamor.

Y el cielo, a sus pies, cayó,
y lo atrapó entre el suelo y sus anhelos,
como un pájaro encerrado para siempre
entre las rejas de su jaula de latón.

El tiempo se hizo nada, desapareció,
mientras intentaba olvidar lo inolvidable,
algo que jamás existió, algo tan real
como el dolor de una cicatriz que se abre en el corazón.



viernes, 27 de mayo de 2016

Un chicle, un puzle, un sueño

Volvió a suceder. Una vez más, sus esperanzas se habían estirado hasta casi volverse invisibles, como un chicle rosa que se convierte en transparente cuando de forma inocente lo conviertes en un globo. Y, al igual que la pompa de chicle, sus esperanzas explotaron una vez más. Se quedó con esa sensación de estupidez que sientes cuando te llega el chicle hasta las cejas y torpemente intentas deshacerte de los restos sin sentirte más humillado. Pero, al igual que el chicle, las esperanzas son adictivas y, una vez recuperado todos los restos, en vez de tirarlo volvió a mascarlo, con la ilusión de volver a hacer una pompa más grande y rumiando la ingenua idea de que a la siguiente no explotaría. Y así, una vez más, cogió sus sueños rotos y los unió a duras penas. Cada vez que unía sus maltrechos trozos, su sueño se desconfiguraba un poco más, al igual que un puzle que, cuantas más veces haces, más piezas faltan. Pero a él le daba igual, le gustaba ese puzle, le encantaba mascar ese chicle porque, en definitiva, se había enganchado a sus esperanzas. Y ya no importaba que, día tras día, estas chocaran con la realidad y se hicieran añicos, y sus miles de pedazos cortantes rasgaran su alma por dentro. Qué más daba si al sonreír por dentro lloraba mientras pudiera aferrarse a la romántica idea de que algún día su sueño se iba a hacer realidad. Porque a veces, hay luces que nos guían por caminos llenos de obstáculos, caminos imposibles de los que al final tenemos que huir antes de que nos maten. Pero no hay nada como ver que en el horizonte hay una luz que ilumina un mundo distinto. Por eso, cada mañana, volvía a emprender ese sendero lleno de matorrales que arañaban sus piernas, de cuestas imposibles y rocas puntiagudas.

Pero, al igual que los chicles, llega el momento en el que no dan más de sí, en el que el sabor se convierte en amargo, en el que son imposibles de estirar sin que se rompan con solo intentarlo. Llega el momento en el que la imaginación no basta, en el que los sueños solo duelen y la esperanza es una losa en el fondo del alma, que se hace un nudo en el estómago y te impide dormir. Hubo un día en el que estiró el chicle una vez más, pero la pompa fue ridículamente enana, ínfima, y su estallido fue tan sonoro y doloroso, que supo que tenía que tirarlo. Porque hasta la luz puede llegar a cegar y sumirnos en una oscuridad incierta. Y ese día, su corazón lloró, pensando que jamás volvería a hincharse de emoción al pensar que un sueño podía hacerse realidad. Sus lágrimas anegaron una almohada gris, cansada de soportar el peso de una fantasía nocturna imposible de realizar. Sus llantos acariciaron las paredes por última vez y, de alguna forma se durmió. Pero, al igual que un chicle, las esperanzas jamás se pueden abandonar, y en lo más hondo del ser dejan un vacío lleno de su esencia imposible de reemplazar. Por eso, su chicle duerme en papel guardado en el fondo de un cajón. Por eso, un puzle sin piezas descansa bajo su cama. Y, todas las noches, justo antes de dormir, y aunque él no lo sepa, una lágrima se escapa de sus ojos, y vuelve a empapar la almohada de un sueño que su corazón ansía realizar.

martes, 24 de mayo de 2016

La solución encriptada

Se ahoga el corazón cuando no respira,
cuando no late nada en su interior,
se agota y desespera cuando la sangre
por dentro quema y por fuera está a punto de helar.

No te martirices, ingenuo,
tus lágrimas ya no vendrán,
porque no las liberaste
cuando tu alma te quiso gritar.

Porque el miedo te ata,
te envenena y te ciega,
dejando tu destino al azar
de un paso incierto en medio
de la oscuridad.

No hay normas, no hay caminos
para que puedas encontrar
la luz que en tus sueños
ahogas y que despierto ignoras.

No hay consuelo si no hay dolor
pero sí hay dolor si no hay consuelo,
y con ello, un horrible desvelo
que te sume en una noche sin final.

Grita, corre, huye, miente,
que la verdad te quiere matar,
con el afilado cuchillo que la retiene
en lo más hondo de tu pesar.

Descansa, siente pero no pienses,
ya no hay nada que hablar,
las palabras se quedan cortas
cuando no encuentran su lugar.

Escucha el latido apagado
de tu corazón agotado,
cansado de bombear
una ilusión rota que solo alimenta
tu soledad.

viernes, 20 de mayo de 2016

Nomadi recordó a Enzo

De repente, Nomadi sintió que no podía respirar, que había exhalado todo el aire de sus pulmones hasta dejarlos vacíos. Y por más que intentaba inhalar, nunca era suficiente. De repente recordó aquel momento en el que se arrancó el corazón del pecho y lo estrujó como si fuera una fruta, y al guardarlo de nuevo, estaba seco y magullado. Y al recordarlo, sintió un profundo dolor en su pecho. El aire se había perdido en el viento y su sangre huía por las cloacas en busca de un refugio en el que olvidar cada traumático instante en el que él había ofrecido su vida entera a cambio de una esperanza escrita en un idioma que sólo él podía entender. Había regalado sus sueños, casi los había machacado y pisoteado, todo por alimentar aquella vana ilusión de que Enzo podía volver. Y, cuando estaba casi convencido de que estaba enloqueciendo y comenzaba a recobrar el sentido, un recuerdo volvía de forma furtiva y él volvía a apretar con más fuerza el corazón entre sus manos, mientras la sangre se escurría por sus dedos e iba a parar al suelo. Pero ya ni siquiera los recuerdos servían de bálsamo, ni la esperanza era ya verde, sino que se había convertido en un negro denso e impenetrable, triste y lúgubre. Ahora no podía respirar, y al no hacerlo, miles de ideas se quedaban atrapadas en su mente, incapaces de salir por su boca en forma de palabras. Esas ideas iban de un lado a otro y tomaban el control de su cuerpo inerte, un cuerpo que ya no le pertenecía porque no era capaz ni de respirar ni de latir, un cuerpo del que ya no era consciente.

miércoles, 11 de mayo de 2016

La risa invisible

Hace tiempo que no sé qué decir,
pero sé que quiero decir algo,
que mi alma arde con violencia,
que la sangre no llega a mis manos.

Cada suspiro parece de hielo,
cada latido, un mazazo sordo y hueco,
y al respirar, mi garganta se agrieta
y sucumbe a un silencio seco.

Me ahogo, y por dentro muero,
porque ya no entiendo cuánto
ha de esperar mi alma para
encontrar, en algún lugar, consuelo.

Y si río, lloro, y si lloro, desespero;
y al pensar, enloquece mi fuero interno,
buscando razones ocultas tras mis
pasos dudosos, vacilantes, inquietos.

Las noches pasan, los días vuelan,
y mis palabras no llegan, se esfuman,
me abandonan y me condenan.

Mis silencios se alargan, arde mi corazón,
arrasado hasta los cimientos por
una oscura e irreverente pasión.

Y, al final, algo acabó, algo murió,
dentro de mi pecho, todo se estremeció,
mientras mi corazón palpita enardecido
por una risa que nadie escuchó.

Y, al final, una lágrima cayó
y empapó el suelo que bajo mis pies
se hunde, como se desvanece la ilusión
de abrir los ojos y descubrir
que mi dolor fue un mal sueño,
y mi silencio, un inocente instante de indecisión.


miércoles, 4 de mayo de 2016

La historia sin palabras

He buscado en mil diccionarios
las palabras que para ti no encuentro,
que te escribo a escondidas
porque al pensarlas, les tengo miedo.

He borrado tantos versos que
podría con ellos contar mi vida,
pero solo narran una historia
que, sin ti, no quiero ni entiendo.

He escuchado tantas veces
mis promesas rotas,
que mis palabras, que no encuentro,
se vuelven vacías, frías, de hielo.

He dado tantos pasos
en un camino sin rumbo ni final,
que podría dar la vuelta
a un mundo que ya no quiero habitar.

Tus sonrisas se convirtieron en droga,
y mis silencios en una adicción
que rellenan los huecos
de mis frases vacías y ausentes.

El aire ya no sirve,
ni la sangre me revive,
pues mi corazón late
si tú lo sigues.

Pero tú no estás,
ni jamás lo harás,
y mi corazón no late
ni volverá.

Porque no hay palabras
en el mundo que me puedan consolar,
ni puedan decirte cuánto necesito
que me hagas soñar;

Que dibujes un camino
en el que mis huellas se borran
cuando tus pies las vuelven a pisar.

Porque no hay silencios en este mundo
para que te pueda contar
la historia sin palabras
que jamás quisiste escuchar.






jueves, 21 de abril de 2016

La vida que va y viene

Y la vida volvió a la tierra,
pero de forma distinta
a como, de ella, emergió.

El viento se llevó tus cenizas,
y tu ser, en el todo se perdió,
y se hizo uno con el mundo.

Y en cada una de esas cenizas,
una historia, un momento y un lugar.
Años y años que, sin decir nada,
se pierden en el tiempo y en la infinidad.

Tu sangre se hizo polvo
que ahora alimenta la tierra,
el aire las llevó donde quiso,
donde tú querías estar.

Un corazón fuerte y vigoroso
que regaló cada latido
a quien lo escuchó.

Y ahora que no estás,
mi corazón, el de muchos,
late con el eco del tuyo.

Y ahora que te has ido,
tus palabras, tu recuerdo,
llena con tristeza un vacío.

Y así, la vida volvió a la tierra,
los años se perdieron en el viento,
y del fondo de un lugar
perdido en el monte,

varias rosas y un árbol,
y un puñado de historias,
harán de tu paso por el mundo
algo eterno y puro.





domingo, 3 de abril de 2016

La liberación de Nomadi

A veces, sin darnos cuenta, nos encontramos ante un abismo y no recordamos cómo hemos llegado a él. Y así estaba Nomadi, de frente a ese lago inmenso, todavía buscando en su propio reflejo en el agua las respuestas que no encontraba. El pequeño nómada guardaba muchas preguntas sin responder en su pequeña mochila, tantas dudas como noches había permanecido allí, sentado al borde del lago sin saber qué hacer. Tras él, un par de árboles viejos, curtidos por el tiempo, que todo lo saben pero no pueden hablar; y los cientos, miles, millones de pasos que le habían llevado hasta allí. Cada uno parecía igual que el anterior, pero siempre era distinto. Nomadi tenía la sensación de que jamás se había cuestionado el destino de sus pasos, que uno imitaba al anterior sin aparente motivo. El bosque era suyo -o él era del bosque-, ante sus ojos no había más límites que los de la propia naturaleza. Y sin embargo, parecía que su ruta seguía un camino trazado por un ente invisible. ¿Qué le impedía cambiar de rumbo, qué se escondía en su subconsciente? Entonces se dio cuenta. Ese algo era lo mismo que le había empujado a caminar en el limbo, a buscar un destino sin valor ni determinación. El miedo había guiado sus pasos. Su corazón respiraba tranquilo, atormentado por el temor, cada vez que uno de sus pies se volvía a posar a pocos centímetros del anterior, buscando imitar su huella. Pero ahora su corazón latía frenético, ansioso, igual que un niño pequeño al que descubren en medio de su mentira. Nomadi miró a su alrededor: águilas, búhos, liebres u osos parecían ser libres, pero siempre hacían lo mismo. Algo en su interior les hacía creer que para cada destino solo existe un camino. Ese mismo algo que en el pequeño nómada se disfrazaba de miedo dentro de su corazón, lo había atrapado y teñía su sangre. Y Nomadi se enfadó, se enfadó tanto consigo mismo, con su corazón, con el bosque, con el miedo... que dejó de buscar respuestas y vació su mochila desperdigando sus preguntas por el suelo, delante de los dos árboles que sabían pero no podían responderlas. Algo se rompió dentro de él y fue la coraza que el miedo había tejido alrededor de su alma. Su corazón latía rápido, emocionado por sentirse con miedo pero libre al fin. Porque la tranquilidad no es alimento para el alma, que languidece de inanición cuando es conformismo lo que la nutre. Porque el miedo no debe oprimir la mente, sino el pecho, haciendo que el corazón lata deprisa pero sin barreras. Porque Nomadi por fin sabía que su destino, que era ser feliz, se hallaba en alguna parte de ese mundo que era su hogar, porque para Nomadi el mundo entero es su hogar. Y ahora, por fin, era libre de elegir su camino. Sin pensarlo dos veces, se tiró de cabeza al agua y comenzó a nadar. Tras él, ya no quedan huellas ni pasos, solo el agua de un lago inmenso que con sus brazadas apenas consigue enturbiar y que, a su paso, permanece aparentemente intacto. Y desde el cielo, Enzo sonríe y los animales del bosque le envidian, porque Nomadi ya es libre.



lunes, 28 de marzo de 2016

La luz perdida

Te busqué con miedo,
a oscuras, con recelo,
y al encontrarte, cobarde,
casi te pierdo.

Y al igual que la vida,
apareciste sin quererlo,
y como la misma vida,
ansiándote desespero.

No ves en mis ojos,
lo que grita mi alma,
lo que en mis venas arde
con furia, sin pausa.

En cada latido,
parece que muero,
en cada suspiro,
me hundo y me elevo.

Y así pasa el tiempo,
que ya no existe,
los segundos se pierden
se diluyen y se detienen.

En la soledad que me rodea
todos conocen tu nombre
que en sueños repito
pero despierto se esconde.

En el fondo de mi ser
pesan amargas las palabras,
que en mi boca se mueren
buscando salir intactas.

Me falta el aire,
que me rodea y ahoga,
que fuera me busca
y dentro me abandona.

Bajo mi piel retumba intenso,
desbocado, mi corazón,
que ya no me obedece ni pertenece.

En cada suspiro suena violento,
cada paso que a oscuras
di sin querer ver.

En cada segundo, que ya no existen,
se dibuja el desconsuelo
que siento si no estás aquí.

Te busqué sin querer,
en medio de la oscuridad,
y ahora que te encontré
la luz se esconde arrogante
para que no te pueda amar.





martes, 22 de marzo de 2016

El regalo de la vida

Hubo una vez alguien que se aferró tanto a la vida que Dios, la Tierra o el Universo le regaló, que casi la consume nada más tocarla. La tomó con tantas ganas que la estrujaba hasta más no poder, la arrastraba de aquí para allá con tanto ímpetu, que a ratos parecía que la iba a soltar. Y Dios, o la Tierra, o el Universo, tuvo que ponerle algunos obstáculos para que no se lanzara a correr como alma que lleva el diablo y evitar que zarandease su vida en medio de su trotar. Al principio, parecía que los obstáculos funcionaban y, por un tiempo, dejaba de agotar al divino creador tratando de recuperar el aliento cuando veía cómo su creación parecía que se iba a romper de un momento a otro. Por un tiempo, los obstáculos frenaban su arrasadora fuerza e, incluso, llegaban a contenerla en exceso. Pareciera que, a veces, conseguían que dejara de correr, casi de caminar y se sentara a llorar. Pero siempre sucedía lo mismo. Cuando se le agotaban las lágrimas, del fondo emergía la solución. Y, aunque la mayoría de las veces, la solución parecía acarrear otro problema, la mera perspectiva de encontrar un rayo de luz en la más absoluta oscuridad era suficiente. Entonces, agarraba entre sus brazos su vida, la volvía a apretar con fuerza contra su pecho y volvía a correr. Y, de un salto, superaba muros que se perdían en el cielo y abismos cuyo fondo parecía arder en el infierno. Así, uno tras otro, los superaba todos antes o después. Corría tan rápido, que ni siquiera sabía por dónde iba, si el camino era el correcto. Pero eso daba igual, porque no había sensación más maravillosa que correr sintiendo que tu corazón no dice basta, sino que late con más fuerza para que tus pies lleguen más lejos. Hubo una vez alguien que corrió tanto, que Dios, la Tierra o el Universo, puede que los tres juntos, se dieron por vencidos, y dejaron que hiciera con su vida lo que quisiera, que corriera tan lejos, tan rápido y hacia donde sus piernas y su corazón le mandaran. Aunque se tropezara y se cayera, aunque se asustara y se detuviera, aunque esa vida que tanto estrujaba se arrugara y se doblara. Porque hay cosas que parecen imposibles, pero en realidad solo son un poco más difíciles de conseguir. Solo hay que limpiarse las lágrimas, respirar hondo, coger carrerilla y pensar, creer, vivir como si al otro lado nos esperara siempre algo mejor.

sábado, 19 de marzo de 2016

La ciudad de hormigón

Bajo la noche se hunden mis pies,
no toco el suelo, que se desvanece,
que se pierde y me condena.

Llueve, me caigo, no me levanto,
no puedo sentir más que dolor,
solo el agudo sentir de que
llora desconsolado mi corazón

Nunca lo esperé, nunca lo busqué,
pero sin querer apareció
y sin pensarlo pensé que quizás
el gris no fue nunca mi color.

Y quise decirte que quería pintar
de arcoíris mi sangre marchita,
pero tus miradas frías
me evitan, me invitan a dudar.

Quizás es tarde, quizás no eres tú,
quizás jamás debí pensar que
bajo la noche mojada de una ciudad
de hormigón
encontraría consuelo al sinsentido
que gobierna mi corazón.

viernes, 18 de marzo de 2016

El viaje a ningún sitio

Se miraron a los ojos y volvió a suceder. Volvió a caer en ese mundo paralelo que no parecía existir nada más que en sus pupilas. Y allí, todo era tan distinto que no sabía qué hacer. Respirar era diferente, porque al coger aire, podía sentir cada partícula, cada átomo, entrando en sus pulmones y llenándolos hasta el límite de sus capacidades. Escuchar era casi nuevo, porque de repente lo que antes parecía haber pasado desapercibido sin llegar siquiera a la categoría de ruido de fondo, se había convertido en un constante grito en sus oídos, tan intenso, que era imposible obviarlo más de cinco segundos. ¿Y ver? Ya no veía nada de forma normal. Una vez que sus miradas se cruzaban y la suya quedaba atrapada en ese mini universo, todo a su alrededor desaparecía. A su alrededor no existía, se formaba una burbuja enorme que le impedía sentir nada que no fuera lo que ese mini universo recreaba. Y allí, todo sucedía a flor de piel. Allí solo veía sus sueños entremezclarse como se unen las gotas de lluvia que resbalan por una ventana, a sus palabras volar de una parte a otra sin posarse en ningún sitio, sin saber cuál era su sitio en una oración que jamás iba a existir fuera de ese pequeño micro cosmos. La luz del sol se apagaba y, sin embargo, hasta las más pobres y tenues luces de una farola en un callejón sin salida, se convertía en un foco de luz intenso pero acorralado en medio de una extraña oscuridad. Lo que parecía ser sólido en realidad se hundía bajo sus pies, y lo que parecía ser etéreo... era etéreo también. Tal era el desbarajuste que cuando una voz familiar interrumpió su extraño viaje a ninguna parte, no supo qué decir. ¿Qué si iba a llegar tarde a su casa? Y qué más daba, qué importaba todo si cuando se volvieran a mirar, el mundo iba a dejar de ser como era para ser un extraño lugar en el que nada era como debía ser, o quizás era exactamente tan fiel a lo que debería ser, que parecía irreal.

martes, 15 de marzo de 2016

El lienzo gris

Pensó que no lo volvería a escuchar, que lo único que quedaba de ello era su desdibujado recuerdo, como una palabra que en la memoria se pierde y que uno trata de rescatar inútilmente. Como si buscara un hilo en una montaña de arena y los granos se resbalaran entre sus dedos una y otra vez, mientras exhalaba melancólicamente al encontrar sus manos vacías cuando el último de ellos se abandonaba a su suerte y volvía a perderse. Comía sin pensar, no pensaba ni en comer. Lo único que ocupaba su mente era el vacío, la nada inundada de un anhelo rancio. Salía de casa sin dejar nada atrás y sin esperar nada delante, ni siquiera la madera crujía bajo sus pies, pues su alma estaba ausente.

Y, de repente, un buen día, todo cambió tan bruscamente que a punto estuvo de ahogarse en su asombro. De pronto, algo retumbó en su interior e hizo que vibrara desde los dedos de los pies hasta el último pelo de la cabeza. Tan fuerte, tan intenso, que pensó que no era él, sino el mundo entero el que de repente se estremecía. Y, sin embargo, era cierto, ahí estaba. Su corazón volvía a latir, perezoso primero, vigoroso después. Poco a poco, la sangre se extendió por su cuerpo, inundando todo a su paso de una extraña sensación. El calor regresaba a sus brazos, la emoción le embargó hasta tal punto de que creyó estallar. ¿Qué iba a hacer ahora? Allí estaba, paralizado por el asombro, mirando absorto como en su antebrazo volvían a dibujarse tenues y sinuosas líneas azules. No supo qué hacer, no supo a dónde ir ni cómo liberar la energía que llenaba su cuerpo. Tuvo miedo, mucho miedo de hacerlo mal y perderlo todo, de volver a sentir que la llama se apagaba por intentar avivar el fuego, que el barco se hundía por intentar navegar demasiado lejos. Se aferró a sí mismo atrapándose en sus brazos intentando que nada se escapara, como si temiera deshacerse en pedazos y quisiera mantener los trozos unidos en un equilibrio imperfecto.

Pero lo que sin ser esperado llega, sin querer se va. Su corazón descendió el ritmo, cansado de latir sin motivo, exhausto por tratar de mover un muro de hielo. Los latidos cada vez eran más débiles, cada vez menos audibles... hasta que el silencio volvió. En su interior solo quedó de nuevo ese recuerdo que uno espera mantener vivo para siempre, pero que el tiempo se esfuerza en desdibujar hasta dejar de él un boceto borroso e impreciso. Cuando todo hubo pasado, resignado volvió a caminar, de nuevo sin esperar nada delante, sin dejar nada detrás, salvo los trozos rotos y resecos de un lienzo gris que no se atrevió a pintar.

Sin título

jueves, 10 de marzo de 2016

No hay nada

Supura la herida ardiente
brilla la sangre al sol,
el recuerdo vehemente
escuece con dolor.

El compás de la vida
se acelera y detiene,
se seca y se marchita,
se congela, se muere.

Los ojos brillan,
la sonrisa enmudece,
hueca suena la risa
y en el aire palidece.

Las palabras me rehúyen,
me evitan, se esconden,
y, tras un muro de anhelos,
languidecen.

Olvidar ya no sirve,
la memoria te retiene,
gritar, imposible
para quien no atiende.

No hay luz,
para quien cierra los ojos,
ni alivio
para quien quiere sufrir.

No hay melodía
para quien no quiere oír,
no hay nada, ni siquiera amor,
para quien ignora que puedan
de alguna forma existir.


Sin título

lunes, 29 de febrero de 2016

Nomadi y su oscuro reflejo

Es lo que tiene caminar siempre por un camino pero con la vista puesta en otro, que a veces sin pensarlo los pies se dirigen hacia el borde intentando cruzar, y el cerebro súbitamente consciente, da un golpe de realidad e intenta parar el arrebato de sinceridad. Y así, los pies se enredan y uno acaba precipitándose de bruces al limbo entre ambos caminos. Allí estaba Nomadi, tirado en medio de la nada. Había perdido el norte... y el sur, y el este. Lo había perdido todo salvo dos cosas: el férreo y racional convencimiento de volver al camino del que se había salido y el apasionado y sincero deseo de deshacerse de todo y andar, no... correr, casi volar, por donde siempre soñó. Pero ni el deseo era lo suficientemente valiente, ni el convencimiento lo bastante sólido. Avanzó días y noches atravesando matorrales, esquivando árboles, tropezando con obstáculos minúsculos pero que, poco a poco, ralentizaban su avanzar. Y así llegó el día en el que el pequeño nómada decidió que no quería caminar más hasta no saber qué sendero seguir... Un inmenso lago de aguas oscuras y profundas se extendía hasta donde la vista le alcanzaba, justo en medio de ambos caminos. Y es que siempre llega el momento en el que todo nómada debe decidir, porque una cosa es caminar sin saber hacia dónde, algo natural para todo nómada, y otra sin saber por dónde. Tarde o temprano llega el momento de pisar firme, sin dudar. Se hizo la noche... y el día de nuevo, y la noche otra vez. Y allí sigue Nomadi, esperando encontrar la respuesta en el reflejo que un agua densa y oscura devuelve de su propio mirar, buceando en sus ojos para intentar encontrar la verdad que se pega a la suela de sus zapatos y que, como un chicle, ni se despega ni le deja caminar en paz. Vamos Nomadi, decide ya, que en alguna parte Enzo comienza a desesperar y te mira con aprehensión sabiendo que no podrás nadar.

sábado, 16 de enero de 2016

Nomadi y la lluvia que nunca cesó

Puede que nunca deje de llover-, pensó Nomadi mientras caminaba. Pero, ¿qué podía hacer? La razón de existir de un nómada es caminar, y tenía que hacerlo. Porque cuando no hacemos lo que surge de lo más profundo del alma, aquello que da sentido a la vida, que le da una razón de peso a cada segundo que pasa..., cuando no lo hacemos, simplemente no existimos. Puede, quizás, que sigamos respirando, que si nos detenemos y escuchamos con silencio, detrás del estruendo de cada suspiro, se escuche el pulso de nuestro corazón. Pero vivir no significa existir... por eso Nomadi tenía que caminar, aunque siempre lloviera, tan intensamente que pareciera imposible avanzar, que la tierra se hundiera bajo sus pies deshaciéndose en forma de un espeso barro que atrapaba sus pies a cada paso como si de un gigantesco imán se tratara.

No siempre era fácil caminar para Nomadi, a quien le dolía aquello que dejaba atrás. Para él, Enzo siempre estaría presente, era casi como un compañero de viaje que siempre le acompañaba pero que jamás avanzaba, que le hacía retrasarse e ir más lento, siguiéndole dos pasos por detrás y tentándole a dejar de caminar. Y por dentro, Nomadi se desgarraba al intentar decidir qué hacer: dar razón a su existencia o sentarse al cobijo de un árbol junto al pasado, junto a Enzo.

Hubo un día en que no pudo seguir, un día en el que el debate en su interior era tan fuerte que emergía a borbotones en forma de lágrimas que se confundían con la intensa lluvia que nunca dejaba de caer. Ese día, Nomadi hubo de parar. Ese día, el pequeño nómada se desplomó al pie de un árbol entre indescriptibles dolores al sentir cómo su alma parecía querer salir hacia afuera, colocarse del revés y mirar al bosque desprotegida para sentir lo que de verdad era el mundo y no lo que Nomadi decidía que el mundo era para él. Los días pasaron, las noches detrás. Todos en el bosque hablaban, rumoreaban... y aquellas bestias que antaño persiguieron al pequeño nómada deseando que su enjuto cuerpo acabara entre sus fauces, comenzaron a oler el miedo, y se fueron acercando cada vez más.

Afortunadamente, Nomadi ya había recorrido mucho mundo, e instintivamente había aprendido a reaccionar cuando algo iba mal. Y después de llorar días y noches, sentado bajo la lluvia, vio que el pasado nunca alcanzaba al presente por más que lo esperara desesperado a que el fantasma de Enzo le diera caza. Pero aquel espectro siempre permaneció dos pasos detrás de él, clavando su etérea mirada fijamente, vacío de todo sentimiento, desprovisto de toda vitalidad. Y aunque Nomadi gritó, pataleó, siempre sin moverse del sitio, el fantasma nunca se inmutó. Entonces, el pequeño nómada se dio cuenta de que tendría que volver a caminar. Pequeño nómada, vuelve a emprender tu camino, llueva o nieve, de día o de noche, bajo la luz o en medio de la más espesa y densa oscuridad. Camina hasta que tus pies dejen de ser pies, hasta que caminar ya no sea tu razón de ser. No esperes al pasado, porque siempre estará detrás. No ansíes el futuro, porque jamás lo conocerás hasta que en presente se convierta. No creas que todo es lo que es, no pretendas cambiar las normas del mundo, porque este mundo no es tuyo aunque lo hagas funcionar. Camina, pequeño nómada, mientras te das cuenta de que las cosas son como son y que sólo tus pasos, uno detrás de otro, con sus respectivas huellas, marcarán un sendero tan nítido que ni la más fuerte de las tormentas podrá desdibujar. Camina, Nomadi, y si alguna vez no quieres caminar más, recuerda que soltar el lastre es siempre es una opción, pero jamás abandones nada que sea de valor.

Y así, el pequeño nómada volvió a ser eso, un nómada que recorre el bosque, el mundo, mientras las fieras que lo persiguen mascaban de nuevo el sabor de la decepción.