Supura la herida ardiente
brilla la sangre al sol,
el recuerdo vehemente
escuece con dolor.
El compás de la vida
se acelera y detiene,
se seca y se marchita,
se congela, se muere.
Los ojos brillan,
la sonrisa enmudece,
hueca suena la risa
y en el aire palidece.
Las palabras me rehúyen,
me evitan, se esconden,
y, tras un muro de anhelos,
languidecen.
Olvidar ya no sirve,
la memoria te retiene,
gritar, imposible
para quien no atiende.
No hay luz,
para quien cierra los ojos,
ni alivio
para quien quiere sufrir.
No hay melodía
para quien no quiere oír,
no hay nada, ni siquiera amor,
para quien ignora que puedan
de alguna forma existir.
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