De cara al horizonte: El regalo de la vida

martes, 22 de marzo de 2016

El regalo de la vida

Hubo una vez alguien que se aferró tanto a la vida que Dios, la Tierra o el Universo le regaló, que casi la consume nada más tocarla. La tomó con tantas ganas que la estrujaba hasta más no poder, la arrastraba de aquí para allá con tanto ímpetu, que a ratos parecía que la iba a soltar. Y Dios, o la Tierra, o el Universo, tuvo que ponerle algunos obstáculos para que no se lanzara a correr como alma que lleva el diablo y evitar que zarandease su vida en medio de su trotar. Al principio, parecía que los obstáculos funcionaban y, por un tiempo, dejaba de agotar al divino creador tratando de recuperar el aliento cuando veía cómo su creación parecía que se iba a romper de un momento a otro. Por un tiempo, los obstáculos frenaban su arrasadora fuerza e, incluso, llegaban a contenerla en exceso. Pareciera que, a veces, conseguían que dejara de correr, casi de caminar y se sentara a llorar. Pero siempre sucedía lo mismo. Cuando se le agotaban las lágrimas, del fondo emergía la solución. Y, aunque la mayoría de las veces, la solución parecía acarrear otro problema, la mera perspectiva de encontrar un rayo de luz en la más absoluta oscuridad era suficiente. Entonces, agarraba entre sus brazos su vida, la volvía a apretar con fuerza contra su pecho y volvía a correr. Y, de un salto, superaba muros que se perdían en el cielo y abismos cuyo fondo parecía arder en el infierno. Así, uno tras otro, los superaba todos antes o después. Corría tan rápido, que ni siquiera sabía por dónde iba, si el camino era el correcto. Pero eso daba igual, porque no había sensación más maravillosa que correr sintiendo que tu corazón no dice basta, sino que late con más fuerza para que tus pies lleguen más lejos. Hubo una vez alguien que corrió tanto, que Dios, la Tierra o el Universo, puede que los tres juntos, se dieron por vencidos, y dejaron que hiciera con su vida lo que quisiera, que corriera tan lejos, tan rápido y hacia donde sus piernas y su corazón le mandaran. Aunque se tropezara y se cayera, aunque se asustara y se detuviera, aunque esa vida que tanto estrujaba se arrugara y se doblara. Porque hay cosas que parecen imposibles, pero en realidad solo son un poco más difíciles de conseguir. Solo hay que limpiarse las lágrimas, respirar hondo, coger carrerilla y pensar, creer, vivir como si al otro lado nos esperara siempre algo mejor.

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