De cara al horizonte: mayo 2014

lunes, 26 de mayo de 2014

De cuando se fue

Y empezó otra vez, la tercera. Estaba esperando a que viniera sin percatarse de que ella, al irse, no dijo "hasta luego". Es más, no dijo nada: se fue tan silenciosamente que él apenas se dio cuenta de que se había ido. Y sin embargo, ahí seguía, tumbado en su cama, lleno de esa esperanza que parece hincharnos el cuerpo entero pero en cuanto te dan un abrazo más fuerte de la cuenta te das cuenta de que apenas hay aire. De esa esperanza tan frágil que te tiembla la barriga y que sabes que en cualquier momento se desinflará tan brusca y patéticamente como un globo cuando se suelta, emitiendo ese humillante chillido que indica que todo se acabó ya.

El día parecía radiante, pero la realidad es que los rayos del sol ni siquiera tocaban el suelo de su habitación, iluminada por una de esas bombillas viejas y amarillentas. Pero él sonreía, feliz de despertar en un día tan soleado. Y de repente pasó: uno nunca sabe cómo, jamás recuerda por qué en un determinado momento la verdad cae como un jarro de agua fría, helada, tan gélida que al tocar el suelo en vez de salpicar, se resquebrajó en mil pedazos de hielo. Uno nunca sabe por qué de repente todo se viene abajo y la realidad aparece bruscamente, más dura y afilada de lo que en realidad es, pero demasiado hiriente para quien le ha dado la espalda.

Entonces se levantó de la cama tan rápido que los muelles chirriaron molestos por semejante falta de consideración. Las sábanas volaron más alto de lo que jamás un trozo de tela inerte podrá hacerlo. Sus pies apenas tocaban el suelo mientras recorría la casa nervioso buscándola pero sin buscarla, pasando la vista por encima de todo rincón pero sin detener su mirada en ellos, asumiendo que ya no iba a estar. El día radiante se convirtió en un cielo teñido de nubes grises y plomizas, tan densas como el aire que cada vez le costaba más respirar, con el que casi se atragantaba.

Cuando ya no pudo más se sentó, puso la cabeza entre las manos y suspiró. La había perdido y parecía que para siempre. Mientras la esperaba en la cama con los ojos cerrados para no ser consciente de la verdad, con la ingenua ilusión de que ella le despertara, en realidad ella se había ido sin hacer ruido. Y en realidad había hecho mucho ruido, tanto como para que su vida entera se desmoronara. Pero cuando uno cierra sus ojos, sus oídos y su alma para no herirla, ni mil bombas pueden rozarla aunque por dentro se muera de asfixia. Así, un frío pero soleado día, su voluntad se marchó sin decir nada y él quedó tan vacío de intenciones que hasta su corazón se sentía ridículo latiendo un corazón sin sueños.