De cara al horizonte: 2010

viernes, 17 de diciembre de 2010

Ana Lucía

Comenzo a bajar las escaleras hacia la boca de metro, que esperaba pacientemente como una planta carnívora, a que sus presas llegaran solas. Y al bajar, una ráfaga de aire le trajo el olor de las prisas, del estrés, del agobio, de alegrías explosivas, de tristezas contenidas, abrazos olvidados y besos perdidos. Avanzó con paso decidido y armonioso. Una vez dentro, comenzó a imaginar. A cada persona le asignó un papel (cocinero, vecina, policía, amiga del alma...). Cada insulso lugar de aquella estación se transformó hasta convertirse en una calle, una panadería o un cruce de peatones. Estaba ensimismada, creando historias, mundos, vida... hasta que una serpiente inmensa de color blanco le devolvió a la realidad. Por un momento se sintió frustrada. ¿Cuándo volvería a aquel lugar? Pero al sentarse en el vagón, el señor de su lado le saludó amablemente y le dijo: "¿Qué te pongo hoy, Lucía? Las almejas están de oferta". Y una vez más, Ana se transformó, esta vez en una tal Lucía. Esperemos que sea capaz de volver a la realidad y no pasarse de parada.

Para Ana, escritora, periodista y crítica literaria de éxito =)
Feliz Cumpleaños! :D

martes, 14 de diciembre de 2010

La baldosa picuda

Qué decirte cuando no sé ni qué decirme. Qué hacer después si ni si quiera sé qué voy a hacer ahora. Cómo parar esta película que va demasiado deprisa, cómo poner un punto y seguido para descansar, con sumo cuidado para no confundirlo con un punto y final. En las noches hallo la desesperación que en el día me consume. En el día encuentro el agotamiento que por las noches me desespera y no me deja dormir. Cuerdas que me atan, manos que me liberan. Cómo evitar que la bola ruede más y se haga más y más grande, cómo terminar con lo que nunca debió empezar. Quiero el cómo y el porqué, el cuándo y el dónde de tantas cosas que me pierdo entre ellas. Volver a cerrar los ojos y encontrar la paz, sentir el corazón latir con dignidad. Levantar la cabeza al cielo sabiendo que puedo andar sin encontrarme una baldosa picuda con la que tropezar.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Gracias =)

Podría escribir lineas y más lineas diciéndote lo genial y maravillosa que eres, pero lo resumiré todo en una palabra: gracias. Gracias por tu ayuda, por tus ánimos, por los momentos buenos y malos a tu lado, porque siempre encuentras la forma de hacerme reir (aunque ello implique una depilación forzosa y poco ortodoxa). Si no fuera por ti ahora mismo no estaría aquí, y por eso no me cansaré de darte las gracias nunca. En la habitación 234 nunca ha dormido ni nunca dormirá nadie mejor que tú. Sé que te irá todo bien, que algún día conquistarás el espacio o el cielo (dependiendo de si coges A1 o A2 XD) y ojalá esté a tu lado para disfrutarlo contigo. Por todos los abrazos, por todos las palabras, por todos los momentos, por ti: gracias.
PD: Se me ha olvidado lo mas importante... Felicidadeeeeees!!
PD2: Espero que no leas mi blog antes del cumple, estoy seguro de que no sucederá tal cosa porque hace un rato que te has ido, pero si lo hicieras... Feliz No-Cumpleaños!! xD

El enfado de las criaturas nocturnas

En la oscuridad vio el reflejo, el reflejo de lo indecible. Se le agarrotaron las manos, tanto que se doblaron como el tallo de una flor. Y a la mañana recordó en un pozo la oscuridad de la noche pasada, se sumió en el dolor y se quedó dormido, atormentado por pesadillas sin sentido ni razón, sin piedad ni compasión. Al abrir los ojos, un cuervo le miraba desde la ventana, un cuervo negro, como la noche que ya había llegado, como su alma dormida y angustiada. Se horrorizó al pensar que vivía a oscuras, que el día no llegaba jamás, porque jamás lo veía. El cuervo huyó, asustado por tan perturbador lugar, y al desplegar sus alas removió el polvo de los recuerdos que en el alféizar se acumulaban. Y él, alérgico, estornudó al sentir sus recuerdos, estornudó tan fuerte que ni si quiera Jesús pudo evitar que su alma saliera por la boca y huyera lejos, allá donde la oscuridad era para los búhos y los sueños. Sin alma y con corazón, se quedó cual planta al sol, que no era el sol, sino la luna disfrazada intentando enrabietar a las criaturas de la noche.

viernes, 10 de diciembre de 2010

De cara al horizonte

Escucha, siente, es tu corazon latente, que lo oye, lo ve venir. Respira hondo y piensa. Aquello que te da aire te ahoga al respirar. Abre tus ojos, no te hagas el loco, no te mientas ni consientas, la verdad está ahí, es bella, dolorosa quizás, pero lo mejor que puedes tener. No huyas, no te escondas, la vida te quiere así. Abre los puños, relaja el alma, no todo es blanco ni negro, encuentra el gris para dar color a las nubes que darán vida a tus recuerdos. Coge cuanto necesites, no te evites, no te quites la oportunidad de gritar, de amar, de mirar de cara al horizonte sin vergüenza, sin rencor y con paciencia. Lo que tenga que venir vendrá, si no es ahora será después, si no es así será asá, pero los trenes siempre pasan cada media hora. Y si no, puedes coger un bus. Vive como si fuera un sueño, sueña con construir tu vida.

domingo, 5 de diciembre de 2010

El sueño de la razón produce monstruos

Hubo una vez un pintor cuyos cuadros eran todos uno. Lo mismo daba que daba lo mismo cómo lo hiciera que lo hicera como fuera. A veces empezaba dibujando el contorno, por la esquina derecha, por la esquina izquierda. Otras veces cogía la paleta sin más y daba color a formas inexistentes. Incluso probó cerrando los ojos o con la mano izquierda. Fuera como fuera, siempre, al acabar, se encontraba de frente con un Sol extrañamente brillante y unas nubes esponjosamente grises de cara al horizonte. Unas gaviotas solitarias parecían descansar al borde de un acantilado donde el mar estaba en calma y acariciaba las rocas con condescendencia. Y en medio de la playa, un hombre moldeaba la arena con aparente calma, con la tranquilidad dibujada en su rostro joven y la seguridad en su mirada. Desconsolado, el pintor pintaba y rompía sus cuadros al acabar y acumulaba astillas en sus manos de tanto romper y pintar. Un día, exahusto, se quedó dormido sobre el lienzo en blanco y con el pincel en la mano. Y al soñar, la razón se sumió en un profundo letargo dejando al corazón campar a sus anchas llenándolo todo de imágenes apocalítpicas, palabras malsonantes y verdades inconcebibles. Los muros caen, el alma se quita el bozal y a pleno pulmón grita sin que nadie la pueda acallar, hasta dejarse la garganta en ello, roja e inflamada de tanto sangrar las mentiras con que la rutina la disfrazaba de forma ridícula y esperpéntica. Entre tanta algarabía, el pintor despertó, y horrorizado descubrió que en sueños había pintado. Pero ya no era lo de siempre, ni nunca volvería a ser igual. El Sol se tornó enfermizo, cansado y viejo de tanto empujar, de cara al horizonte, de espaldas a su pintor. Las nubes se tornaron negras y negramente lloraban, al igual que las gaviotas que contemplaban al mar maltratar furiosamente a las rocas. Y entre tanto horror, un joven frustrado en medio de la playa, buscando entre la arena y encontrando carbón. Y cada vez que sumergía la mano, un trozo de su alma se desprendía y se escondía entre las conchas de crustáceos fantasmas. Dicen que se volvió loco, que sobre el lienzo pereció, que su cuerpo reposa sobre los monstruos que la razón produce al soñar.

martes, 30 de noviembre de 2010

El fin de los sueños

Hoy te fuiste sin avisar. Hoy te esperé y no te encontré, buscándote entre recuerdos e imágenes. En cada latido y en cada suspiro se me encogió el alma imaginando que jamás volverás, que quizá me abandonaras para no volver más. La noche ya esta aquí, y me has dejado sólo ante ella, con sus innumerables estrellas vigilando mis pasos, intrigadas por lo que pueda hacer, mientras yo las contemplo desilusionado pensando que pensarán cuando vean que no pienso hacer nada porque nada puedo hacer, porque no estás y no sé dónde encontrarte. Al final llegará el momento y me iré, me marcharé con la mirada perdida y el corazón agotado de suspirar en cada latido, de imaginar que vienes pero en realidad no estás, mientras te sumas a una larga lista de listas sin terminar. Dónde empiezan y dónde acaban los sueños, dónde termina la realidad. Cómo saber el qué y el cómo de tantas cosas que se escurren entre mis dedos, que se pierden para volver más tarde a molestar, como una mosca que te despierta y entre airadas protestas se va para regresar más tarde buscando volver a jugar con un pobre hombre que sólo quiere dormir. Las noches se acumulan y los sueños se acaban, y en el cielo la Luna me vuelve a mirar, como tantas otras veces, como las veces que aun más volverá. Pero lo cierto es que la única que no vuelves y aún no sé cuándo lo harás eres tú. Me hago el indiferente, como si tuvieras un balón que no quisiera o un caramelo que no me gustara. Si miraras en mi mirada, mis ojos te dirían la verdad. Aún te espero todas las noches entre puntos y puntos que terminan en un gran punto y final, que a veces no es un punto porque se esconde por la mitad. Mientras, te sirvo una taza de té, o una de café descafeinado para poder dormir con los ojos abiertos, el alma en vilo y el corazón a medio ahogar. El té está sobre la mesa y con el café empieza a hablar. Ven pronto, porque desunir algo que el tiempo a unido tiempo te costará.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Querer y no poder, la historia de un insomne dormido.

Cada paso estaba impregnado de cierta impaciencia, tanta que los chicles pegados como lapas a las aceras se enervaban y las baldosas protestaban enfurruñadas ante tanta desconsideración. El sol se había escondido detrás de las nubes grises que amenazaban con darse una ducha y mojar a todo el mundo. Por cada latido, una imagen, un recuerdo. Cada vez más y más rapido. Hacía tanto tiempo que no la veía, que no estaba a su lado, que el temor a besarla que antaño escondía entre risas nerviosas y abrazos a medias se había esfumado. Quería volver a oir su risa graciosa, algo aguda y estridente, su forma de hacer de lo evidente algo gracioso y de lo sorprendente, algo normal. Deseaba sacudirse todo de encima, y sin más, plantarle un beso y decirle al oído algo como "Te quiero". Y al fin, llegó el autobús, ronroneando de forma bastante ruidosa, quizás cansado de perseguir a un ratón del que sólo llegó a ver su blanca cola. Y por las escaleras bajó ella, con una sonrisa de par en par. Por cada escalón, un latido más, un suspiro menos. Y al tenerla en frente, se sintió como un niño que quiere inflar un globo que permanece insolente y arrogantemente flácido. Tanto tenía, que no había por dónde. Tanto había que no sabía que hacer. Y en el momento de la verdad, se fundió con ella en uno de esos abrazos a medias que tanto detestaba, que a ella tanto le gustaban. Y las nubes decidieron por fin ducharse, dejándolos a ella húmedamente feliz, a él, tristemente empapado, pues nunca llueve a gusto de todos. Todo acabó cuando el gato decidió marcharse, cansado de querer y no poder, de poder y no querer, mientras el ratón se rie sonconamente pegado al suelo.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Un café sólo

Con sus dedos tocaba las fibras de su corazón y este latía de forma parecida a una guitarra. Los pájaros volaban ya a sus casas y el sol se escondía entre las torres más altas de la ciudad, sonrojado, con la sensación de que esa noche tampoco sería capaz de dormir. Escuchó sus palabras, dulcemente amargas, como un zumo de naranjas pasado, como suena un violín desafinado. Sabía que cada paso era el último, que en cada zancada llegaba al final, allí donde la verdad le estaría esperando sentado en la barra de un bar para invitarle a un vaso de agua fría. Disfrutó cada instante, captando la esencia de cada una de las imágenes que en sus sueños recordaría cada noche, y que poco a poco se emborronarán, se desgastarán, como lo hace un chicle mil veces mascado, como se difumina el agua del mar al llegar a la orilla. Sintió cómo aquello que le daba vida, que le daba alas para volar lejos, le quitaba el aliento y, poco a poco, volaba a ras de suelo hasta posarse brusca e indefinidamente. Escuchó los pasos con los que todo acababa, con los que un sueño terminaba por siempre jamás, y sin querer se guardó la melancolía en el bolsillo. Por fin, todo terminó, el tren lanzó su último aviso y el revisor su mirada más severa, y de forma torpe pero decidida, deslizó su tripa sobre el frío acero, cada vez más rápido, cada vez más irreversible. Y al salir de la estación se llevó las manos a los bolsillos para resguardarlas del frío, y en ellos halló la melancolía que se llevó como quien se lleva un sobre de azúcar de la cafetería. Y con él se hizo un café con azúcar caducado. Sólos, él y el café.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Luciérnagas con insomnio

Te busco y no te encuentro, y cuando no te busco, me importunas maleducadamente. Te quiero cuando no estás, te odio si te vas. Pero prefiero atarme las manos con lazos de cuello de rosa y sufrir tu ausencia, que atar mi alma con sonrisas huecas por el día y sangrarla por la noche, a la luz de un flexo oxidado. No pido más que un "por favor", un aviso de que estarás, para prepararme el guión que seguirán mis pasos ausentes, vacíos, inertes. No me hagas improvisar, buscar el desinterés cuando me hierven las venas al sentirte detrás, al escucharte respirar. No aparezcas sin más, mirándome a los ojos, porque en ellos hallarás la verdad, encontrarás la espesura que inunda mi caminar, el pesar de mis latidos, de mi respirar. Dame tiempo para pensar antes de hablar, para pasar lista y encontrar a las fugitivas, aquellas que se mueren por salir, por envolverte con sus deseos y llevarte lejos, allá donde jamás te encontrarán. Déjame sólo, a la luz de mi flexo roto, donde espero sin cesar, retorciéndome de dolor, que te vayas sin más. De ti sólo quiero un hasta nunca, no un adiós, ni si quiera un quizás. Deja que el tiempo me borre, que la lluvia me empape, que el viento me lleve donde los búhos duermen tan poco que siempre están, donde las luciérnagas sufren de insomnio y la Luna de estrés; donde haga tanto ruido que no me escuche pensar, donde no seas sino una imagen de un sueño irreal. Lamento odiarte, pero lamentaría querer tenerte. Siento irme, pero sentíría quedarme. Déjame marchar, ya que tú no te irás. Que en el camino encuentre las huellas de otros caminantes que escucharon la nana de un corazón roto, el cantar de un jilguero afónico, la razón de su inexistente existencia. Porque hay cosas del corazón que la razón no entiende. Hay cosas que no pueden ser, y sólo imaginarlas es ya una maravilla. Maravillosamente dolorosa.

martes, 16 de noviembre de 2010

El despertador dormido

Hoy, a la luz de la oscuridad, contemplé mi alma. En un latir sin querer escuché el ritmo de mi corazón, el aleteo acompasado de las gaviotas que sobre la mar esperan encontrar a un salmón con alzheimer. Hoy, abrí la celda de los sueños fantasiosos, y estos huyeron despavoridos, buscando el son de otro cantar. Hoy entendí frente al reflejo de unos ojos rojos que la arena no es buena para hacer edificios, que sobre el barro todo resbala y se tambalea, que sobre el aire, todo viene y todo va, y en el camino deja su marca a fuego en la sien. Hoy escuché como suena mi melodía cuando la canta otro animal. Mañana, horriblemente asustado, abriré los ojos a la luz, abandonaré al abismo a los gusanos destinados a pudrirse entre rosas de plástico y tazas de manzanilla amarga, hasta que el olor sea tan fuerte que las moscas no quieran ni parar. Mañana, seguiré como sigue el río, sin pararse a pensar si la ladera es buena o si quiere llegar al mar. Mañana volveré a caminar entre el día y la noche, entre el cielo y la tierra, esperando un soplo de aire, un frío despertar, un despertador dormido que algún día sonará a la hora de la siesta.

El vigués que devoró la Gran Manzana

Es pura energía, quizás demasiada, pero dicen que más vale que sobre a no que falte. En su mente todo funciona de forma distinta, de forma singular. Donde hay un hoja en blanco él ve oportunidades, imágenes, sentimientos... No se rinde, no tiene límites, es como un caballo desbocado que no encuentra obstáculo alguno. Es de esas personas que en diez años habrá vivido más cosas que el resto de nosotros en dos vidas. Y, a fin de cuentas, es un buen amigo. Está en lo bueno, en lo malo, siempre que necesito alguien que me escuche, sé que en la habitación de minusválidos para válidos del cuarto derecha tengo un lugar, un lugar donde no existe el no puedo, donde los sueños más idealistas tienen su lugar, donde no hay cabida para lo imposible, porque lo imposible es solo aquello que es un poco más difícil de conseguir. No puedo encontrar forma de agradecértelo, porque cualquier cosa que haga será insignificante en comparación. Lo único que puedo hacer es pensar que siempre estaremos el uno para el otro, porque recuerda que siempre estaré para apoyarte en tus locas aventuras, en tus disparatadas ideas. Me gusta imaginar que, pase lo que pase, allá donde la vida me lleve (a Maranello, Getafe o la caja de un supermercado), seguiré teniendo un lugar donde alguien me escuche en la habitación de minusválidos para válidos del cuarto derecha o en un gran apartamento con vistas al Central Park y una Harley en el garaje en la casa de un famoso publicista de la Gran Manzana con ligero acento gallego.
Gracias jefe PIS.
Con cariño, de tu ayudante al mando.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Pasión

Miles de corazones latiendo juntos, desbocados. Un suspiro, un abrir y cerrar de ojos y todo cambia. Ilusiones, esfuerzo, trabajo. La gloria y la derrota en cuatro metros de puro arte, en cuatro gomas negras como la noche de oriente. El hombre contra el hombre, el hombre contra la máquina, contra el destino. Pasión inmensa, roja, amarilla, azul... Orgullo y rabia en un minuto escaso, en cuatro quilómetros de puro asfalto. Se sabe cuándo empieza pero nunca cuando acaba. Una veintena de elegidos, cientos de pensadores y miles de seguidores persiguiendo lo mismo, luchando por un mismo objetivo. Los sueños tienen cuatro ruedas, un cavallino en la frente y setecientos en el corazón.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Cuando la Luna se confunde de lugar

Cuando la Luna aparece donde no debe estar es inútil obstinarse intentando que se marche del lugar. En su equivocación permanecerá toda la noche, y su reflejo nítido y frío permanecerá en la retina de las aves nocturnas, aquellas que murieron de hambre esperando a que ella volviera a donde solía estar. Y buscar entre las nubes gotas de rocío que mañana descansarán en las hojas secas de un tulipán, que se encuentra allí por el mero hecho de rimar con la tierra que la quiere albergar. Corta pero intensa, en su seno alberga las razones de que mañana llueva, y no son otras que un puñado de estrellas malcriadas que salen de fiesta a horas poco recomendadas. Y al amanecer, un pájaro reposa sobre el cadáver de su homónimo nocturno, el que pereció pensando que la Luna volvería a dormitar en el lado del cielo reservado para tal eventualidad. Y al atardecer, un estornudo estruendoso, un alma que quiere escapar de las garras de la pasión que ha encerrado al corazón y a la razón en una cárcel de hielo, frío como la noche, como el cadáver de un tulipán oportunista que sucumbió al peso del rocío.

domingo, 17 de octubre de 2010

Una partida de cartas

Y por fin, lo escuchó desde la lejanía, con su ligero trotar, su pesado avanzar. Sintió la furia y la rabia que hacían temblar su cuerpo, al igual que un flan en su plato, como una flor seca cuando la abeja se va desilusionada. Y sintió en su estómago que vomitaría las últimas rosas de su juventud, aquellas que la vida le regaló en forma de semilla y ella se dedicó a maltratar, ahogándolas de ignorancia, secándolas con pasotismo. Escuchó en cada travesaño el dulce traqueteo, el lento pasar del tiempo que desperdició ocultando sus penas en vasos de vino rancio, zumo de uvas putrefactas a la luz del Sol, zumo amargo enrarecido en barricas de mohoso desprecio. A la luz de la Luna, brilló la via que condujo su vida hasta que la máquina echó demasiado vapor, consumió demasiado carbón y, cubierta de hollín, descarriló sin remedio, abandonando con un estridente y doloroso quejido los railes de frío acero. Encontró en cada piedra de la vía una razón para desamparar el alma que por dentro la inundaba, que por fuera quería salir para seguir viviendo. En cada una de esas piedras, el odio y el temor, el miedo. Pero la Luna, caprichosa aquella noche, decidió darse un paseo por el cielo, incordiando a otras estrellas que brillaban más de lo que su ego podía permitir. Y en su pasear, las vías se convirtieron en la senda que debía retomar, en un nuevo camino para empezar. Los travesaños contenían los segundos que aún quedaban por vivir, aquellos que le regalarían rosas fuera de temporada para cultivar con mimo y paciencia. En cada una de las piedras encontró los momentos que nunca debió olvidar, aquellos que marginó en el oscuro ostracismo de la obstinación consentida.
En la noche, en la fría noche, un tren avanza pausada y parsimoniosamente, como un gordo gusano con zapatos de hierro, esperando zamparse de un sólo bocado las vidas de los ingenuos que se interponen en su camino. En la noche, en la oscura noche, un alma contempla los vagones avanzar, como avanza la vida sin remedio, llenándose de recuerdos que repartir en la última estación. Cuán doloroso es enfrentarse a los miedos, qué difícil reconocer la verdad. Qué lástima perder la partida escondiendo las cartas que el temor no deja jugar.

lunes, 11 de octubre de 2010

El castigo

Y en las paredes encontró escrito el futuro, encontró monstruos cuya monstruosidad radica en su permanente e inalterable presencia. En el suelo descubrió los caminos secretos por los que el frío avanzaba sin piedad, helando toda esperanza como una rosa se congela entre la nieve, como se endurece el pan al amanecer. En su cama halló, desperdigada, la ilusa vida que un día quiso vivir, llena de rayos de sol, de nuves de azúcar glaseado. Pero los rayos estaban ya fríos, el azúcar se había podrido, y entre las sábanas encontró un corazón latiendo a duras penas, sintiendo su esfuerzo sin resultado, como un ciclista que corre en una bici estática, intentando avanzar, intentando recorrer el mundo, mientras agota sus fuerzas erosionando el suelo, desgastando su alma, hiriéndola con mentiras que la verdad remata como verdugo del medievo. Dime Luna, que me miras tan sonriente, si mañana encontrarás en tu regazo su espíritu taciturno, su existencia indeleble, que permanece en el tiempo como el llanto reprimido de un niño castigado de cara a la pared.

lunes, 4 de octubre de 2010

Los secretos de una lombriz de tierra

Se despertó pensando que era de día, que ya no dormiría más, que el Sol en el cielo le sonreiría y que se iba a levantar, escuchando a los pájaros cantar, a las lombrices susurrarle a la tierra y a las hojas del árbol cantarle al viento. Pero al abrir los ojos, la más absoluta oscuridad le invadió. Ni si quiera la Luna se veía, menos decir las estrellas, que son como niñas pequeñas que no van a ningún lado sin su madre. Y el frío le sobrecogió, tanto que su alma se estremeció en el silencio de la noche, en el silencio de los pájaros dormidos, de las lombrices reposantes, de las hojas siseantes que con su dulce ulular adormecen al árbol. Y su alma se escondió donde se esconden las almas perdidas, aquellas que circulan por el mundo sin saber de dónde vienen ni a dónde van, sintiendo que el tiempo las maltrata sin cesar, con caramelos de fresa, con dulces de ajo, que se entremezclan en ese plato de sabores que es la vida. La noche se hizo más oscura, y el cielo empezó a llorar, como lloran los peces cuando ven sus burbujas marchar. Y en la noche un sonido abrupto, un sonoro gritar, el del cielo entristecido por ver al Sol poco a poco llegar, despidiendo la noche solo, sin estrellas en su despertar. Y entonces se durmió, sin saber que al despertar, volvería a encontrarse de bruces en la oscuridad, que los pájaros dormirían por siempre jamás y que las gotas de rocío se volverían a secar, ajenas a la desgracia de una vida sin luz, de una lombriz bajo tierra, que se esconde para que los gatos de callejón no descubran sus arenosos secretos.

domingo, 26 de septiembre de 2010

Un chicle helado

Y se despertó en medio de la oscuridad con la absoluta certeza de que en si vida algo iba mal, alguna de las piezas del puzzle no acababa de encajar. Y al abir los ojos encontró entre sus manos trozos punzantes que rasgaban su piel. Y al mirar, halló su corazón roto en pedazos, bañados en lágrimas sin color, en lágrimas rojas. Y sintió que el gato pardo de la ventana se burlaba de él, que la Luna le miraba con desprecio y sin pudor, que su alma clamaba compasión. Sintió tanta soledad que la habitación se hizo más y más grande, y él, más y más pequeño, hasta que llegó a confundirse entre las motas de polvo que habitaban bajo su lecho. Aquellas que, alérgenas, contemplaron cómo caía un coloso, cómo se derrumbaba un corazón, cómo una rosa parda enamorada de un gato rojo se marchitaba sin perdón, regalándole al tiempo, impotente y dolorida, cada uno de sus pétalos, hasta quedar desnuda y cubierta de pinchos con rencor. Y es que todo tiene que acabar, porque seguir prolongando algo que ya llegó a su final es como estirar un chicle helado a la luz de las estrellas.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Al borde de la noche

Tenía en el alma la mirada perdida de quien busca las estrellas en una noche nublada. En sus ojos enrojecidos se sentía el silencioso gritar de unas lágrimas escondidas tras la vergüenza disfrazada de ánimo. Y es que nadie quiere sentir que se caen los muros que esconden el alma, como quien sale de la ducha y a mitad de camino pierde la toalla. Nadie busca sentir que siente que no sabe lo que siente, porque sentir y no saber es luchar con tirachinas en una batalla de armas. Nadie quiere encontrarse con una interrogación que anhela ser respondida, y con una exclamación que se alarma ante tal posibilidad. Sólo quien no quiere encontrar bellotas las busca con interés en un arrozal, aliviando la curiosidad, calmando el miedo, dando de comer a una vaca comida de perro. Ni siquiera un perro quiere tener que decidir entre quedarse tras un telón de seda rosa o plantarse en un escenario sin luz, porque no quiere salir ante las miradas policíacas de un público a oscuras, porque sabe que tras el telón nunca dirá su guión, un guión sin título y con autor, cuyas frases se escriben entre los aplausos y abucheos de aquellos que contemplan la obra. Espectadores varios y pintorescos, algunos con interés amable y agradable, otros con maliciosa curiosidad, que aplauden o abuchean guardándose entre las hojas del programa el origen de su alegría o pesar. Al fin, las nubes se fueron, las estrellas aparecieron, y en medio de tanta consternación, dirigió, sin saberlo, la mirada al suelo en el momento más inoportuno, privándose de la verdad, agachando la cabeza con condescendencia ante el disfraz de una fiesta a la que nunca asistirá.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Quién

Quién le iba a decir a la gota, libre y victoriosa, que llegaría a estrellarse violentamente contra el suelo, como quien se queda sin respiración, como cuando se va la luz sin avisar, y entre sombras contemplamos el tiempo sin pensar. Quién le iba a decir al Sol, triunfante y brillante en el cielo, que pasadas las ocho, se escondería vergonzosamente, amedrentado por una bella dama con cara de queso. Quién le iba a decir a los sueños, dulces e imaginativos, esplendorosos en su transcurrir, que acabarían saliendo por la puerta de atrás al sonar de un sórdido timbre de reloj. Quién te iba a decir a ti, vida grandiosa y magnífica, que llegaría tu final sin ni si quiera avisar, falto de modales, ni un adios o un hasta nunca jamás. Por eso, gotas futuras, disfrutad vuestro descenso mientras podáis, sin preocuparos de si lo hacéis bien o mal. Por eso, Sol madrugador, ilumina con cariño a tus criaturas saboreando cada rayo que das. Por ello, sueños nocturnos, fantasead cuanto queráis, sin pensar en el tiempo o en la realidad. Por esto, vida, agradece cada latir de tu corazón, cada respirar de tu pecho. Siente el tiempo pasar por tus venas sin cesar, que la vida tan pronto viene, tan pronto se va, y no malgastes ni un segundo pensando en lo que pueda pasar, que lo que el destino dicte, en su momento se sabrá, y es una pena dormirse en el viaje sin contar las lineas blancas que el bus se zampa al rodar.

jueves, 2 de septiembre de 2010

Érase una vez...

Hubo una vez un hombre que acudía todos los días al mar, y desde las rocas contemplaba las olas estrellarse sin cesar. Dicen que aquel hombre buscaba algo. Dicen que anhelaba historias, algo que contar. Entre las piedras esperaba encontrar palabras, frases sin terminar, cuentos sin dueños, fantasías sin final. Las olas murmuraban cosas, la brisa le susurraba sin parar. Pero por más que él escuchaba, nada lograba entender. Cada tarde, desde el borde del acantilado, su larga sombra se podía contemplar, hasta que el sol se escondía en el horizonte y la noche se lo tragaba sin piedad. Un día el sol se hizo de rogar y, escondido entre nubes grises y negras, alargó su letargo sin preguntar. Cuando al fin se dignó a asomarse en el cielo, aun con legañas en los ojos, una sombra surgió de la nada, y en el mar se descubrió su macabra silueta, la de aquel que busca sin razón, que escarba sin parar y, sin darse cuenta, se entierra en su propio buscar. Dicen que el mar se lo llevó, que la sal le corroyó. Alrededor de sus huesos, alguien pudo un día encontrar un montón de palabras partidas por la mitad, escombros de una historia que se derrumbó al empezar. Érase una vez...

jueves, 19 de agosto de 2010

Palabras

Dulce brisa marina que atosiga mi garganta con su aroma a sal. Sol radiante que abrasa mis poros sin piedad. Luna solitaria y presumida, idolatras tu reflejo en la mar, que se revuelve furibunda para librarse de tu imagen fantasmal. Verdes prados, sombríos arboles, que lloráis amargamente al amanecer, y escondéis en vuestras lágrimas los pesares de las gélidas noches, tristes y aletargantes, que se alzan en el cielo y lo cubren todo con su manto de hielo. Qué bellas aquellas palabras que parecen no decir nada. Qué burdas las que se apelotonan sin saber si salen o si entran, si vienen o si van, si tras ellas aguarda un punto y seguido o el final de una historia sin terminar.

lunes, 21 de junio de 2010

Y al final, volver a empezar.

Y llegará el mañana. Y las nubes se volverán de color púrpura, maltratadas por el viento que las empuja violentamente unas contra otras. Y estas llorarán en silencio más tarde, volviéndose negras de luto, después, blancas de indiferencia y, al final, desaparecerán tan pronto como vinieron, dejando tras de si un charco de lágrimas que servirá de consuelo para las nubes venideras. Y así llegará el mañana, con los ojos cerrados, con la boca abierta, con la mente en blanco. Y cuando sea mañana, miraré al cielo y preguntaré con rabia e indignación qué fue de mi ayer, que sucedió con todo aquello que dejé a mis espaldas para no perder el camino de vuelta. Consternado me doy cuenta de que no hay regreso, no se puede volver a empezar. Ni si quiera puedo parar, pues algo me empuja a andar en contra de mi voluntad, como mi corazón, que latirá hasta que la mera voluntad no sea suficiente. Y al mirar a los lados, todo pasa deprisa, corriendo.

Al cabo de un tiempo, encontró un banco. Y detrás de él, una línea difusa. Y detrás de la línea, oscuridad. Cansado, se sentó en él. Todo su cuerpo, todo su ser, agradecieron el descanso. Una brisa ligera comenzó a soplar, refrescante, relajante. Cada vez se fué hundiendo más en el banco, hasta que llegó el punto de no poder levantarse jamás. No importaba, tampoco quería. Súbita pero pausadamente, la brisa sopló más y más fuerte, y poco a poco, el viento se llevaba su cuerpo en forma de arena. Se difuminaba en el espacio, en el tiempo. Cuando toda la arena se hubo ido, una pequeña hoja apareció en su lugar. La oscuridad se replegó sobre sí misma, y suavemente la línea cambió, se desplazó. Detrás de la planta, nada. Delante, un pequeño sendero surgió. Al terminar estas últimas líneas, alguien avanza ya, firme e inevitablemente, hacia el próximo banco.

miércoles, 16 de junio de 2010

Un diente de ajo

Un gusano de metal recorre las entrañas del animal, como si un tren recorriera la ciudad. Alguien mira a través del cristal mientras otro lee. Un grupo de amigos hablan y bromean los unos con los otros. Fuera, los árboles se desdibujan al pasar, se emborronan, se alejan temerosos de que el bicho devore sus ramas. A lo lejos comienza a escucharse una melodía. De repente, ella irrumpe cojeando en el vagón y habla, con voz temblorosa y desgastada, de su hija a la que no puede mantener, de un estómago al que no puede alimentar. Comienzan entonces las dudas, los prejuicios... En las caras de los pasajeros se refleja la indiferencia muda que la vergüenza atrapa como puede para que no salga huyendo. En el aire se siente el muro que ha levantado el silencio y los parapetos que tras él se han construido para no dejar entrar ni un atisbo de conciencia. Su discurso acaba, y de forma lastimera vuelve a tocar la armónica, pasando con mucho esfuerzo entre los pasajeros a los que ofrece una bolsa donde purgar su alma. Poco a poco avanza, y al final, el pesado sonar de sus pasos se pierde, el lamento agónico de su música se diluye. Tras de sí, los muros han caído, la vergüenza ha soltado a la indiferencia y se ha marchado pegada a los talones de la mujer, quien la llevará a otro vagón. Tras ella, todo vuelve a la normalidad, y lo único que queda es el sabor amargo de aquel que muerde, sin querer, un diente de ajo escondido en una bolsa de caramelos.

martes, 18 de mayo de 2010

Arena también

Hace tiempo que relleno silencios con ruidos innecesarios, que garabateo ansiosamente papeles en blanco, que inundo el tiempo con hechos baldíos. Hace ya demasiado tiempo... Pero hoy, después de tantos años, el cansancio ha hecho mella en mí. La férra vigilancia que había establecido, tratando de impedir que la verdad llegara a mi conciencia, ha flaqueado. Y ella no ha aprovechado el descuido, entrando al galope, arrasando con todo y con nada. El silencio se ha vuelto verdad sonora que incomoda mis tímpanos como moscardón veraniego, las hojas se han rellenado de palabras escurridizas que escapan a mi goma cuales ratas callejeras. Y las ratas me llevaron a la playa, donde pasé el tiempo cogiendo la arena una y otra vez, viendo como se escurría entre mis dedos otra vez y una. Al fin, me convertí en piedra sin percatarme y, más tarde, en arena. Al fin, yo fui la arena que un día intenté coger. Al fin seré la arena cogida por otro que, en su vano intento de retenerme en sus manos, se convertirá en arena también. Así es como cae un imperio. Así se derrumba un castillo de naipes.

martes, 11 de mayo de 2010

Un payaso de segunda

Caminaba lento, despacio, entre la multitud. Y de pronto, sin previo aviso, el cristal se rompió. Miles de pedazos saltaron por los aires y rasgaron el cielo, que comenzó a llorar. Miró austado, sin apenas respirar, a su alrededor. Nadie se había percatado. Pero los restos de su alma yacían en el suelo. Y entonces sintió el vacío, la angustia, la opresión. Sintió dentro de sí que se encogía, lenta pero inevitablemente, hacia la desaparición. Entre el llanto del cielo, el de sus lágrimas, recogió los cristales rotos. Y al cogerlos, de su piel emanaban rosas, miles de rosas. Y cuantos más cristales cogía, más rosas acababan en el suelo, y al mezclarse con el agua se difuminaban, coloreando el suelo de rojo pasión, de rojo dolor. Un trueno a lo lejos, un rayo en el cielo. Las nubes protestaron ante el dantesco espectáculo. El payaso se retiró, avergonzado, y sólo quedó la carpa, que al final cedió y cayó sobre un rosal diluído que yacía en la acera. Pasaron los días, los años, y un día alguien levantó la enorme carpa de cristal. Debajo, sólo agua, roja agua. En ella, el amargo sabor del dolor perdido. En el aire, el sonido de un lamento sordo y eterno.

martes, 4 de mayo de 2010

Modo sombra On/Off

Estaba deprimida, estaba agotada, estaba que no estaba de lo cansada que estaba de estar. Hasta el viento le parecía horrible y desastroso, con sus manazas llenas de dedos dispuestos a imponer el caos en su pelo. Las nubes que cubrían parte del cielo eran un monstruo venido de los abismos para encapotar sus sueños. La multitud era como una gran masa de problemas que la agobiaban y la empujaban al malhacer, a dejar la tapa de la mermelada mal cerrada, el grifo medio abierto y las puertas goteando, a la dejadez y la desdicha de la desgana. Qué desesperación tan patética... Pero al doblar la esquina todo cambió. Las notas flotaban en el aire y como un hilo de partitura entraron por un oido y salieron por el otro, dejando su felicidad dentro y llevándose la basura que el basurero olvidó durante semanas. Un simple acordeón acompañado de un violín estaban en medio de la inmensa plaza, en el centro de la marabunta, iluminándolo todo con su alegría, su desenfado y su despreocupación. Quizás parezca tonto, pero casi sintió hasta ganas de bailar. Y entonces el viento dejó de ser el malvado peluquero manazas y se convirtió en un liberador de cabellos reprimidos. Las nubes pasaron a ser las perfectas protectoras que dejaban un día luminoso sin que el Sol molestara a la vista, y la multitud una divertida yincana que hacían del tedioso camino al trabajo una experiencia única. Alguien en algún lado se ha dado cuenta de que tenía la linterna en modo oscuro y lo ha cambiado a modo luz. Qué distinto se ve todo ahora y qué igual es el objeto a observar.

martes, 20 de abril de 2010

Una luna cotilla

La nana comenzó a salir del alma, de su alma, de un alma dolorida. Las notas recorrían el gélido aire y, heladas de frío, llenaban la oscuridad de la noche. El niño lloraba, lloraba sin lágrimas, y llorando a la luna asustaba, que temerosa ahuyentó a las estrellas. Tanto se asustó, que se escondío tras una puerta circular, y de ella sólo se veía asomar la cabeza en forma de media luna. Mientras, el dolor seco del niño se unía al sufrimiento húmedo de las lágrimas de su madre. La tierra bajo sus pies tembló de frío y de compasión. Los árboles dejaron caer una hoja en señal de luto y los pájaros volaron lejos, allá donde su recuerdo se perdía entre las nubes. Solos, la madre, el niño, la luna y la nana. Una nana para dormir, para descansar, para, quién sabe, quizás despertar. Una nana llena de amor, de dolor, envuelta en frío y oscuridad. El niño fue cediendo, y poco a poco cerró sus párpados. El llanto y la nana, juntos se extinguieron. El campo y la luna, el cuándo, el dónde y el cómo se precipitaron al vacío tras un brusco punto y final. Un párrafo que nunca existió. Un recuerdo emborronado por el frío. Un amor que duró por los siglos de los siglos. Una nana para dormir, una nana para llorar. Una nana para acabar. El día ha llegado a su final. Y la luna todo lo arropó con un inmenso manto de estrellas.

lunes, 22 de marzo de 2010

Felicidades

Hoy cumple un año más y, aunque no esté allí, estoy seguro de que en algún momento del día soltará su típico: "Estoy vieja y pelleja". Pero la verdad es que en ese cuerpo habita un alma tan joven que, en comparación, yo parezco el abuelito de Heidi. Siempre quiere hacer cosas, cambiar, descubrir, probar. Y, aunque la vida no le ofrece muchas oportunidades, se aferra a ellas como a un clavo ardiendo. Es luchadora a más no poder y, aunque encuentre obstáculos, con su fuerza de voluntad es como si desaparecieran. A pesar de las tormentas, las malas rachas, los estómagos de vaca dilatados... aún sigue viva y coleando, nadando a contracorriente. Para mi es un milagro, una fueza sobrenatural. A veces me siento egoísta por confiar tanto en ella, porque eso aumenta más la carga que lleva a sus espaldas, y aunque es fuerte, no es justo abusar de su fortaleza. Es una persona que siempre da sin esperar recibir nada a cambio, e incluso a veces lo que recibe lo vuelve a dar.
Junto con papá, sois los mejores padres que jamás podría haber imaginado. Con vuestros fallos y con vuestras virtudes, hacéis de mi vida algo mejor.
Siempre me has dado lo que he querido, o al menos lo que has podido y, si por ti fuera, me darías todo lo que quisiera, por mucho que fuera, si creyeras que es conveniente y que me ayudaría a ser feliz. A veces creo que es más de lo que me merezco. Me apoyas en todo aquello que yo crea y siempre sé que puedo contar contigo.
Eres todo amor, amor a la vida, a las personas. Deberías quererte más a ti misma.
No sé cómo mas puedo expresar lo mucho que te quiero y que te admiro, y cuánto te debo. Sólo espero algún día poder recompensarte, comprarte una vaca nueva y tirar la vieja a la basura. Y con su estómago, hacernos un buen guiso.
Felicidades mamá.

sábado, 20 de marzo de 2010

Almendro

El suelo estaba encharcado, la tierra mojada, el cielo oscuro. Las lágrimas de ella se confundían con la lluvia, o quizás la lluvia con las lágrimas de ella. Cada gota sonaba igual, pero sus lágrimas al caer eran distintas. Sonaban a tristeza y a amor, amor del que da luz en la noche, del que construye puentes y atraviesa montañas. Llevaba nueve meses dentro de ella. Dos corazones latiendo armoniosamente, uno más rápido, cada vez más rapido, otro más lento, cada vez más lento. Le había dado todo el calor y cariño que había podido. Y él no quería salir, ni ella que saliera, pues ello la hacía sentir como si le faltara un brazo, un ojo, un pie... Pero era inevitable. Entre gritos de dolor que la lluvía acuchillaba, que el cielo gris envolvía, llegó al mundo. El agua se tornó roja. Con sus manos ensangrentadas cogió a la criatura. Y al verlo, comprendió que todo cuanto había hecho en su corta vida, todo cuanto la había llevado hasta allí, bueno o malo, había merecido la pena. Ahora todo tenía sentido. Lo acurrucó en su brazo, y le dió todo el amor que podía, toda la vida que le quedaba. Y su corazón dejó de latir, descansó por siempre jamás. Y al exhalar el último suspiro, el bebé arrancó a llorar, llenando sus pulmones de aire, de vida. Al amparo de un almendro siguió llorando, viviendo. Una hoja cayó al suelo y se mojó. Seca y triste, se pudrió y desapareció. En su lugar, un verdor comenzó a surgir. Y siguió creciendo bajo la lluvia, que lloraba sin cesar, viendo cómo la vida viene, cómo la vida se va, y en medio la muerte le da un descanso para coger fuerzas.

jueves, 11 de marzo de 2010

La importancia de comer bien

Cuenta la leyenda que hubo una vez un hombre que ansió con todas fuerzas coronar la cumbre más alta de la tierra. Se imaginaba a sí mismo una y otra vez, llegando a la cima y alzando la vista al cielo, tocándolo con los dedos. Llegado un día, el intrépido escalador que nunca había escalado, decidió partir a la aventura. Amigos, vecinos, conocidos, gentes de todo tipo y condición le apoyaron, aun cuando el pobre hombre jamás habia levantado un pie más de medio palmo sobre la tierra. Sin dudar ni un sólo instante, se plantó en el fondo del valle, delante de la montaña, y comenzó a escalar sin vacilación alguna. Poco a poco fue escalando, no sin sufrir percances. De vez en cuando se arañaba con una roca, o resbalaba al apoyar el pie. Al principio, se reponía y sacaba fuerzas sobrehumanas para seguir. Pero el día fue pasando lentamente, y sus heridas cada vez eran más, y menos los metros que subía. En su fuero interno, su alma clamaba piedad, sometida a la tiranía de la ilógica razón. La noche cayó como un manto de oscuridad con motas de estrellas. Y en la negra espesura, a la luz de la luna, comprendió, no sin dolor, que nunca quiso escalar esa montaña. Cayó en la cuenta del engaño que durante años se había forjado en sí mismo, pegado como una lapa, nublándole la vista. Todo él se vino abajo, sus músculos, su fuerza, su corazón. Y al poner el siguiente pie en un saliente de la pared, resbaló. Pero ya no quiso agarrarse más, no quiso luchar allí, en un campo de batalla que nunca fue suyo. Dejó las manos muertas, y los brazos flácidos, y el alma semincosciente. El resto corrió parte de la gravedad y el destino. Una hoja cayó de un árbol y la oscuridad, hambrienta, se la tragó. Esa mañana no había desayunado.

sábado, 6 de marzo de 2010

Sinsentidos

El alma se le cayó a los pies. Tan cansada estaba que buscó un recogedor para barrerla, como si fueran las migas de pan de la cena o un poco de arena dispersa. Sin piedad alguna, ni si quiera remordimiento, tiró a la basura los restos de su vida, cerrando la bolsa con ganas. Esperó toda la noche para ver pasar el camión de la basura, y con él su alma. Aun así bajó, abrió el contenedor, y se cercioró de que estaba bien vacío. Y al comprobarlo sintió que podía respirar en paz, mas no tenía alma para sentir la tranquilidad, ni tampoco la angustia que le producía no poder sentir la tranquilidad, ni si quiera la ansiedad producida por la angustia, asi como tampoco la impotencia, ni la desolación que venía detrás de ella. Su frágil existencia se rompió, llena de sinsentidos que no podía sentir y, súbitamente, desapareció. La tapa del contenedor se cerró cuando perdió el apoyo, y al hacerlo se quejó sonoramente emitiendo un gruñido hueco y aireado, algo maloliente. Las ratas de las alcantarillas no daban crédito a lo ocurrido, ni tampoco la luna que, asustada, fue menguando hasta desvanecerse en la noche. Un alma vaga entre desperdicios y desechos, esperando en vano ser reciclada.

martes, 2 de marzo de 2010

El gato canta blues

Llegó tambaleándose, sin aire, sin ganas. Cuando no tuvo fuerzas para más, se dejó caer. Un colchón de hojas secas recogieron molestas su peso, lanzando quejidos resquebrajados que se perdieron en el silencio del lugar. Dios sabe cuánto tiempo pasó allí tirado, recogiendo el frío del aire y secando la humedad de las lágrimas tardías. Cómo decir cuándo y por qué, pero su alma comenzó a desnudarse poco a poco, como se desnuda una flor cuando abre sus pétalos, como se abre el cielo después de una tormenta, dejando paso al sol, que aparece tímidamente pidiendo disculpas susurrantes. El alma descubierta, las heridas al aire. La tierra silenciosa, esperando anhelante un cuerpo para alimentar sus criaturas. Los desechos cayeron por su propio peso, entremezclándose y confundiéndose con las hojas, desechos de otras criaturas. Las alegrías volaron al cielo, vaporizándose y escondiéndose entre las nubes. Recuerdos, tristezas, luces y sombras. Dolores punzantes, cicatrices rosadas y cubiertas, marcas de historias que el tiempo garabateó como una adolescente escribe en las cortezas de los árboles de un parque anochecido. Todo fue desapareciendo, lenta y paulatinamente. Todo se desvaneció, bueno o malo, dejando un rastro apenas perceptible a su paso. Y al final sólo quedó luz. Donde antes hubo un cuerpo, donde el alma se desnudó abandonando sus vergüenzas, ahora había un brillante punto de luz que permanecía encima de la hojarasca. Un punto de luz que brilló más y más, y tanto brilló, que absorbió toda la luz del lugar, que quedó sumida en la más absoluta oscuridad. Y la luz se hizo tan grande, y tanto resplandeció, que se expandió súbitamente, azotando las ramas de los árboles a su paso, haciendo temblar el suelo. Y de nuevo el día. Las nubes se hicieron tan blancas que se desvanecieron, y con ellas las alegrías pasadas. Una suave brisa barrió las hojas secas, y con ellas los desechos. Poco a poco, las hojas volaron de donde él permaneció en cuerpo y alma, de dónde surgió y desapareció la luz. Y en su lugar, dejaron al descubierto una hermosa planta verde esperanza, que comenzaba a brotar en el suelo. Y el todo volvió a la nada, y la nada se hizo todo. Un gato canta blues para dormir a la nueva criatura del bosque.

viernes, 26 de febrero de 2010

El Sol jugó al escondite

Quiso amar, quiso ser feliz, quiso disfrutar y quiso sentir tantas cosas, que se hundió. Quiso navegar más allá de lo que su velero podía, y al intentarlo, la mar, impasible e intransigente, castigó a quien quiso rebasar sus límites. Quiso tocar con los pies aquello que ni si quiera podía tocar con las puntas de los dedos. Quiso respirar tan fuerte que aspiró humo y se quemó la garganta, y al toser, escupió rosas. Al tocar el suelo se marchitaron y se convirtieron en tierra, tierra muerta. Una extraña solemnidad inundó el lugar, y el rojo bermellón se mezcló con el marrón. El color de la angustia, el sabor de la desesperación, el regusto del vómito permaneció en sus recuerdos. Y sintió tanto dolor, tanto sufrimiento, que su alma se desgarró entre lamentos, lamentos suplicantes, dejando heridas lacerantes que sangraron hasta el atardecer. Carne quemada, piel helada. Pidió perdón al mundo por salpicar el lienzo con puntos negros y se escondió detrás de un almendro. A la mañana siguiente, una cruz, un mármol negro, una frase: "Siempre quise ver el sol tras las nubes negras". Y el Sol se avergonzó al oir en susurros su nombre. Detrás de una piedra aún está. Llámalo, que no vendrá.

domingo, 21 de febrero de 2010

La difunta nube

La nube se hizo pedazos en medio de un sonoro estruendo. Todos los presentes sucumbieron a la tristeza de la tragedia y pronto los cielos se llenaron de lágrimas de hojarasca. Los árboles decidieron desnudarse y presentar sus respetos, algo que no gustó a muchos, pues no se debe enseñar las vergüenzas en un acto de luto, pues por algo se llaman vergüenzas. Osadía e interés vegetales aparte, el resto de los asistentes se conmovieron visiblemente, sentados en sus sillas de madera plegable, las sillas, que no la madera. Y cuando hubieron de marchar, sus pasos crujieron en el suelo al pisar sus pies la gravilla, como si la tierra se sintiera culpable por hacer ruido, como si fuera un hijo que llega tarde a casa y hace chirriar la puerta al intentar entrar sin perturbar el sueño de sus padres. Pronto, una larga hilera de sillas quedó vacía, mirando al mar, que a lo lejos gritaba, no se sabe si de alegría o de emoción, de tristeza o de diversión. El pianista llegó, y se percató de su tardanza. Mas decidió ser profesional y comenzó interpretando la que sería la última canción que escuchara la difunta. Las sillas de madera, el piano de madera, el pianista de humanidad, se mojaron por las lágrimas de tanta tristeza. Pero todos y cada uno de ellos permanecieron impasibles e inmóviles, unos por necesidad, otros por voluntariosa obligatoriedad. Las notas jugaron a ser la protagonista, y se batieron en duelo en una partitura imaginaria que subía describiendo espirales hacia el cielo donde se dieron cuenta de su desliz, y guardaron silencio por respeto y deferencia. Unas se lo dijeron a otras, por lo que las últimas notas llegaban ya en silencio a la sala de espera. Cada vez más en silencio, hasta que la última de todas se enfadó, y se agarró a la cuerda del piano tanto como pudo hasta romperse y hacerse silencio, silencio total, silencio absoluto. El pianista, molesto consigo mismo y con sus notas, cerró el piano de golpe y se marchó. La obligatoriedad voluntariosa iba tras él siguiéndole los pasos, y el lugar cayó en el olvido una vez el músico desapareció tras la parte de linea del horizonte que no ocupaba para sí el egoísta mar.

viernes, 19 de febrero de 2010

Un cortado, por favor.

El cristal lloraba de risa observando cómo él, ingenuo e inocente, esperaba aún que apareciese, removiendo el aire de una taza vacía, que probablemente nunca se llenaría. Vacía, al igual que sus esperanzas, al igual que su vida, al igual que su alma. Y el cristal seguía llorando, y tanto se mofó de su desdicha, que las lágrimas se tiñeron de rojo, de rojo pasión, de pasión marchita, como se marchita una flor seca, mustia y olvidada por su dueño que un buen día, de buenas a primeras, dejó la regadera en el desván, dando cobijo entre sus recovecos a arañas y animales de todo tipo y tamaño. Y del rojo pasó al negro, negro oscuro y siniestro. La luz que un día iluminó sus vanos deseos se extinguió cansada de marcar un camino invisible que nunca atravesaría. La desilusión condujo a la tristeza, la tristeza a la resignación, la resignación a la locura. Y el cuervo del alféizar, aquel que pasó sin pedir permiso, se atrevió a mirar por el cristal, que aún lloraba desconsolado. Cuando se percató de haber sido descubierto, alzó el vuelo presuroso, temiendo ser protagonista de una historia ajena. Todo se volvió amargo, como el café que nunca se llegaría a tomar. Se levantó, dispuesto a dejar una taza blanca e impoluta sobre una mesa para dos. Entonces la puerta se abrío, chirriando, como en esas películas en las que alguien espera a otro con expectación, haciendo de un sonido agudo y desagradable, lo más importante sobre la faz de la tierra. Al fin apareció. El camarero llegó y pregunto:
- ¿Qué va a tomar?
- Un cortado, por favor.- respondió él sin pensárselo dos veces.

lunes, 15 de febrero de 2010

El desdichado y su desdicha

Se halló de cara al blanco y puro lienzo, intentado discernir cómo remediar su virginidad.De repente sintió que quería pintar muchas cosas, y sabía como pintarlas todas juntas, pero no cada una de ellas por separada. Y se dió cuenta de que todas no cabían. La noche se hizo, la oscuridad lo envolvió todo, mas el lienzo brillaba a la luz de la luna, anhelando albergar algo en sus entrañas. Y el pintor ansió comenzar a pintar, y el cuadro ser pintado, y los pinceles, empapados en color, y el caballete, librarse de tan pesada carga. Pero la noche no trajo consigo respuestas. Las preguntas se acumularon y formaron una pesada carga que se hundió en el alma del desgraciado pintor, provocando un enorme socavón oscuro y un ruido sordo y seco al tocar fondo. Las estrellas comenzaron a aparecer, burlonas, en el cielo, iluminando aún más al desdichado y a su desdicha, que refulgía de pena. Lágrimas comenzaron a brotar de los ojos del angustiado pintor, mojando incoloras el lienzo puro. Un cuervo de brillantes ojos negros se acomodó en el alféizar de la ventana y una helada brisa pasó sin pedir permiso y se fue por la puerta abierta. Tanto fue el dolor, tanto el sufrimiento, que se le nubló la vista y se perdió en una espiral de oscuridad. Al despertar, un trozo de blanca tela saludaba al sol que secaba las lágrimas de su húmeda piel. El pintor despertó, confuso y aturdido, intentando recordar la noche anterior. Y decidió pintar un cuadro mientras hacía memoria. Poco a poco, otra montaña de escombros sin respuesta comenzó a dejar su pesada carga encima del alféizar del alma, que miraba a la ventana pidiendo clemencia sin hallarla.

viernes, 12 de febrero de 2010

Hielo y agua

Quiso ser, y queriendo se vio siendo. Y anheló llegar pronto al ser, y disfrutarlo, y quererlo y amarlo. Reprodujo cada instante del momento, cada hora y minuto, cada segundo futuro. Marchaba seguro de su ser, y apremiaba a la vida tomar para si lo que ya había tomado a hurtadillas. Y llegó el día D, la hora H, y permaneció de pie sobre hielo sólido esperando su premio. De pronto, lo sólido se desvaneció, el hielo se evaporó, y todo a su alrededor se hizo oscuro, melancólico. Se agachó en la espesa negrura para zurzir los agujeros de su alma, desgastada y roída, y escuchó las disculpas y la vergüenza. En el reflejo de la frustración disfrazada, contempló a la gemela vanidosa reirse de él. Abatido, desolado y derrotado, escogió el primer rincón que palpó a tientas, donde se dispuso a remendar los desmanes que la ingenuidad habían causado a su alma. En la intimidad de la noche ciega, derramó lágrimas secas, áridas, que fueron apagando el llanto de un dolor persistente y tenaz. Fue entonces cuando decidió que nunca más pasearía sobre el hielo, sin percatarse de que en ese mismo instante una placa de agua helada comenzaba a formarse, sigilosa y cruel, bajo un charco de polvo de lágrimas.

lunes, 8 de febrero de 2010

Decir

Mírame a los ojos y dime si no ves un brillo difuso, el lamento errante de una luz palpitante que en el pasado olvidó su existencia y del futuro no quiso saber nada. Dime al oído si no sientes la desesperación de un alma dolida, que busca refugio en la paz de una noche ennegrecida por el hoyín de aquella luz que tanto brilló. Quiero la verdad, al menos tu verdad. Quiero que me digas que conoces la historia de mi amigo, aquel que lleva corriendo tanto tiempo una maratón llena de obstáculos, saltos, baches y ríos. Dime que sabes que hay que darle nueces porque le sientan bien, y que si le das muchos disgustos puede acabar hiperventilando en la cuneta de una calle peatonal. Quiero que sientas la inmensidad de lo oculto, de aquello que se mece tras mis miradas, que se trasluce de mis palabras vanas, que se advierte vagamente en mis gestos de conveniencia. Dime que recogerás las gotas que caen de la ventana empañada, que con ellas alimentarás los recuerdos de aquel que las poseyó. Quiero saber que limpiarás el cielo de excrementos y llenarás con ellos la maceta de una nueva planta, que crecerá vigorosa hasta nuevo aviso. Quiero respirar y sentir que, estés donde estés, comprendes que una "a" puede querer decir muchas cosas, incluso llegar a ser una "e", y si me apuras, una "o". Dime algo, pero no te quedes callado mientras observas con gesto de tristeza y compasión a veces, otras, de indiferencia muda y consentida, cómo el agua va del mar al cielo, y antes de poder decir adiós, vuelve a sentir las cosquillas que los peces le producen al nadar aleteando sin cesar.

El perro y su amiga

Se percató, aunque quizás demasiado tarde. Estuvo bien para salir del paso, para pasar un buen rato. Pero esa máscara que se había puesto en la fiesta de disfraces se había adherido a su rostro más fuerte de lo deseado. Ahora, sentía angustia y presion. Sufría con solo pensar en quitársela, en cortar ese fino y tozudo hilo que rodeaba su cabeza. El fuego consumió las llamas, y las ramas ascendieron y se disolvieron en el aire. Pero ya no eran ellas. La música sonó, las notas revolotearon juguetonas a la par que unos dedos anónimos acariciaban suavemente una gran boca de madera. Alguien apareció con una máscara igual que la suya. Ambos desaparecieron, y tras las llamas de maderas voladoras se perdieron. Nadie más supo nunca qué fue de la chica y el perro de la máscara de cristal. Al anochecer, un ladrido. Y al amanecer, un silbido. El resto del dia, la mar ronronea, apremiando a Chopin a tocar una vez más.

domingo, 31 de enero de 2010

Fotos antiguas

Quiso luchar, quiso respirar, mantenerse agarrada a la vida, suplicar, pedir piedad, clemencia. Quiso vivir, vivir más, vivir para ver, para contar, para sentir. Pero se ahogaba, no podía mas. Sus pulmones cedían, su corazón se agotaba, y todo se volvía oscuro. Y pensó que las rosas eran bellas, pero sus espinas derramaban sangre ajena, y pensó que la mar era hermosa, pero tomaba para sus abismos vidas que no le pertenecían, y se acordó del amor y del odio, de la vergüenza y del atrevimiento, de cómo sonaban los pasos de una persona paseando pausadamente por un museo, del olor de la tierra mojada, de cómo lo bueno y lo malo hacen reir y llorar, de lo que le gustaba meter la mano en el bote de alubias, como si la sumergiera en un agua del cual podía sentir todas y cada una de sus gotas. Y quiso recordar tanto, y las rosas se apoderaron de tanta sangre, y el mar quiso acaparar tanto, que el cielo se hizo negro, la luz desapareció. Angustia, desesperación, sufrimiento, agobio, impotencia, cansancio. Paz.
Y la vida se convirtió en una fotografia de color sepia.

domingo, 24 de enero de 2010

La salida está por otro lado

Del gris pasó al gris plomizo, luego al gris oscuro y, sin saber cómo, de buenas a primeras, se topó con el negro. Un negro oscuro, denso como el petróleo, áspero como el carbón. Luchó, luchó por encontrar un punto de luz, una mínima esperanza para perseguirla hasta el final. Peleaba con brazos y piernas, con toda la furia de la que era capaz, intentando zafarse de tan descabellada oscuridad. Pero se cansó. Se rindió. Su cuerpo, su alma y su corazón dijeron "basta", y él tuvo que obedecer inevitablemente. Y al relajar todos y cada uno de sus músculos, de sus nervios, al tumbarse en medio de la espesa negrura, al dejarse hundir en la miseria, aceptando que nunca encontraría la salida, un punto de luz se iluminó bajo sus pies. Al principio, pequeño y apenas perceptible. Poco a poco, se fue agrandando, hasta que se convirtió en una rasgadura inmensa en medio de la oscuridad que lo envolvió y lo cegó. Y al abrir los ojos de nuevo, respiró aire fresco por fin. Entonces deseó haberle quitado las anteojeras al burro antes de empezar a trotar.

jueves, 21 de enero de 2010

A punto de embarcar

Y se despidió. Se vió a sí mismo alzando la mano y observando con tristeza cómo el barco zarpaba, lentamente alejandose del puerto. Y sintió cómo atrás dejaba sueños, esperanzas, proyectos. Un jarro de agua fría, fría como el día, como la mañana de la despedida, cubierta de nubes de azúcar caducadas, grises y sucias, aireadas por el viento soncón que quiso hacerse pasar por ligera brisa. Triste, desoladora, incierta, blanca estampa. El barco se alejó cada vez más deprisa, huyendo angustiosamente de las cuerdas que lo ataron a tierra. Y al darse la vuelta, miró hacia la proa. Y las nubes de azúcar se convirtieron en negras, el viento se quitó el disfraz y rugió con fuerza. Pero al avanzar, al lado del timón, se encontró con pintura rosa y azúcar de cáñamo para la nube, y un chubasquero para el viento y la lluvia, que comenzaban a arreciar. Una ola de fría sal lo cubrió todo, y sudoroso, se despertó, volviendo a la realidad. Las nubes aún eran grises, y el comienzo del camino estaba a un paso. Y se vió a si mismo ante el barco que iba a tomar, como el pintor que sueña una pintura, como el mentiroso que huye de la verdad. Se encontraron de sopetón, él y el barco. Tembloroso enfiló la pasarela de embarque con las maletas llenas de moho y un trapo en los bolsillos. Y al poner el primer pie en la madera húmeda pero resistente, supo que la batalla estaba perdida, pero la guerra aún estaba abierta.

jueves, 14 de enero de 2010

Una burbuja grande y brillante

Y la burbuja estalló, salpicándolo todo de brillante sangre escarlata, disparando lágrimas a las paredes que dejaban en ellas un sendero rojo a su paso, absorbiendo el frío que fuera hacía, que dentro no se notaba. En mil pedazos quedaron las rosas rojas que pincharon el agua pomposa, en secas manchas las lágrimas del corazón desilusionado. Vívida imagen de un antes, de un presente, e incierto papel para colorear el futuro. Sonido sordo, seco, doloroso y llamativo. Los pájaros espantados echaron a volar en mil direcciones. Las ramas del árbol se balancearon tímidamente, despidiendo desoladas a las aves huidas. Llega la noche, la calma asustada. Al amanecer, alguien observa cauteloso por la ventana si los pájaros vuelven a cantar posados en las ramas del melancólico y desolado árbol.