domingo, 21 de febrero de 2010
La difunta nube
La nube se hizo pedazos en medio de un sonoro estruendo. Todos los presentes sucumbieron a la tristeza de la tragedia y pronto los cielos se llenaron de lágrimas de hojarasca. Los árboles decidieron desnudarse y presentar sus respetos, algo que no gustó a muchos, pues no se debe enseñar las vergüenzas en un acto de luto, pues por algo se llaman vergüenzas. Osadía e interés vegetales aparte, el resto de los asistentes se conmovieron visiblemente, sentados en sus sillas de madera plegable, las sillas, que no la madera. Y cuando hubieron de marchar, sus pasos crujieron en el suelo al pisar sus pies la gravilla, como si la tierra se sintiera culpable por hacer ruido, como si fuera un hijo que llega tarde a casa y hace chirriar la puerta al intentar entrar sin perturbar el sueño de sus padres. Pronto, una larga hilera de sillas quedó vacía, mirando al mar, que a lo lejos gritaba, no se sabe si de alegría o de emoción, de tristeza o de diversión. El pianista llegó, y se percató de su tardanza. Mas decidió ser profesional y comenzó interpretando la que sería la última canción que escuchara la difunta. Las sillas de madera, el piano de madera, el pianista de humanidad, se mojaron por las lágrimas de tanta tristeza. Pero todos y cada uno de ellos permanecieron impasibles e inmóviles, unos por necesidad, otros por voluntariosa obligatoriedad. Las notas jugaron a ser la protagonista, y se batieron en duelo en una partitura imaginaria que subía describiendo espirales hacia el cielo donde se dieron cuenta de su desliz, y guardaron silencio por respeto y deferencia. Unas se lo dijeron a otras, por lo que las últimas notas llegaban ya en silencio a la sala de espera. Cada vez más en silencio, hasta que la última de todas se enfadó, y se agarró a la cuerda del piano tanto como pudo hasta romperse y hacerse silencio, silencio total, silencio absoluto. El pianista, molesto consigo mismo y con sus notas, cerró el piano de golpe y se marchó. La obligatoriedad voluntariosa iba tras él siguiéndole los pasos, y el lugar cayó en el olvido una vez el músico desapareció tras la parte de linea del horizonte que no ocupaba para sí el egoísta mar.
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2 comentarios:
Un relato lleno de intensidad con un baile de palabras maravilloso, describiendo una situación de duelo, tanto de la naturaleza como del ser humano.
Me ha gustado mucho.
Un abrazo muy sereno para ti,
Naia
Feliz domingo.
Tienes unas imagenes muy evocadoras, llenas de adjetivos bien escogidos y miles de prosopopeyas bien planeadas. Muy buen texto.
Un abrazo.
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