De cara al horizonte: diciembre 2012

lunes, 31 de diciembre de 2012

En un momento y un lugar indeterminados: Nomadi y Enzo, un año más.

Y de repente, allí estaba de nuevo. La oscuridad volvía a cernirse sobre el cielo como un manto infinito, lleno de pequeñas pelusas que algunos en la selva decían que eran las estrellas, el alma de miles y miles de nómadas que tras siglos y siglos de caminar por el mundo, su cuerpo les abandonaba, pero su espíritu, incansable, seguía dando vueltas, regalando un poco de ellos a cambio de nada. Y allí estaba Nomadi, sentado en el camino, con Enzo a su lado. Mucho tiempo había pasado desde que habían empezado a caminar juntos, desde que el feroz lobo le enseñara sus fauces al pequeño nómada en medio del bosque, desde que, inexplicablemente, unieran sus destinos para vagar por el mundo juntos; desde aquella vez que un  jaguar les atacara y... bueno, tantas y tantas otras cosas.

Momentos en los que rieron tanto que el universo entero vibró con sus carcajadas, en los que la alegría inundaba tanto que ahogaba y se formaba un nudo en la garganta que incluso llegaba a doler, pero no importaba, porque era alegría. Momentos en los que la tristeza era tan densa y oscura que la propia noche parecía el día... Instantes en los que no supieron que hacer, porque hay veces que la vida nos pregunta tantas cosas que nos deja sin respuestas, veces en las que la verdad es tan profunda que alcanza la propia raíz de nuestra existencia. Segundos en los que el corazón dejó de latir, expectante, esperando que Nomadi hiciera algo, porque hay veces en los que la razón no tiene respuestas y la sangre que por nuestras venas fluye late y se siente con fuerza, apuntando a la dirección correcta.

Nomadi y Enzo se habían encontrado con grandes obstáculos, y hubo momentos en los que pensaron incluso en no seguir y abandonar, momentos en los que, tiempo después, creyeron tomar decisiones incorrectas. Pero ya todo daba igual. Porque el pasado, pasado está, y sea como sea, les había llevado a donde estaban: sentados al borde de una roca inmensa a la orilla del río. Nomadi y Enzo se miraron y comprendieron que habían aprendido una valiosa lección:

Por mucho que a veces todo parezca imposible, por muy inexplicablemente incomprensible que sean los retos que la vida nos pone, llorar y reír, amar y seguir adelante es lo único que cuenta. La vida es un largo camino, un camino distinto para todos y cada uno, pero en el que todos buscamos lo mismo: la felicidad. Y siempre llega el día en el que miramos con recelo al de al lado, en el que miramos con angustia el nuestro... pero al fin y al cabo es un maravilloso camino lleno de grandes experiencias para sentir, para disfrutar, para vivir... Camina hasta que te canses, y cuando no sepas qué hacer, tienes dos opciones: siéntate a llorar o a reír hasta que no puedas más y entonces con fuerza te levantarás, o haz lo primero que se te ocurra y sigue los pasos que en el camino marques. Camina, llora, ríe, vive. Y todo lo demás, da igual. Ser feliz es una decisión, es tu decisión. Sé feliz.
Y así, Nomadi y Enzo volvieron a caminar una vez que el gran león de la selva rugió doce veces.
Feliz año.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Enzo y la pantera; Nomadi y su prueba.

Cansado, muy cansado, exhausto. Y después de mucho caminar y correr, de avanzar sin un destino, con el único objetivo que el propio avanzar, tuvo que sentarse. Así recorría Nomadi el mundo, volando raso cuando el ímpetu llenaba su pecho, suspirando alto cuando la verde densidad de la selva se hacía demasiado espesa. Respira hondo Nomadi, lo mira compasivo y temeroso el lobo. “No te preocupes Enzo, nada es para siempre”, le dijo.
Llegó la noche y la oscuridad se abalanzó sobre la selva como una pantera sobre su presa, sigilosa pero implacable. Aquellos que tenían que dormir, durmieron; los que tenían que despertar, abrieron los ojos a la luz, a la ausencia de luz; y aquellos que  nunca duermen ni despiertan, aquellos que son eternos, permanecieron en su eternidad. El cielo se cubrió de miles y miles de puntos blancos, las marcas que el tiempo dejó en el universo, aunque esto sólo es una suposición… ni Enzo ni Nomadi podían ver nada. El cielo era inaccesible a su vista, lo mismo que la luz al fértil suelo de la selva: entre ambos, una tupida frontera de hojas y copas de árboles se extendía más allá de lo imaginable. Todos y cada uno de ellos se enzarzaban en una lucha por la supervivencia, una lucha eterna, pacífica y cruel, lenta e implacable. Porque en la vida no todo es negro o blanco, siempre hay alguna mancha de gris, cuyo significado siempre depende de cuánto negro o blanco la rodee. Y Nomadi comenzó a cerrar los ojos pensando en que ya no quería pensar más, que durante ese día estaba de más seguir preguntándose por qué buscaba su hogar en el mundo, que es su propio hogar, que es el hogar de los nómadas como él. Y así, Nomadi exhaló su último suspiro del día que ya no era día, y Enzo, a su lado, lo acompañó, sin saber qué hacer, sin saber qué decir, porque como lobo no puede hablar, porque como lobo nada es igual y todo parece distinto a sus lupinos ojos.
Todo parecía en calma y todo parecía silencioso, con el silencio propio de una selva que duerme y despierta al mismo tiempo. Pero, de repente, un profundo rugido rasgó la noche con violenta fiereza. Y, después, un lastimero aullido lo acompañó. Nomadi, acurrucado entre unos arbustos, despertó y vio al otro lado a su gran amigo hocico con hocico frente a una imponente pantera negra. Todo fue muy rápido, pero tan tenso, que Nomadi no perdió ni un solo detalle. La pantera, escuálida y probablemente hambrienta pero, aun así, fuerte y musculosa, estaba de espaldas a él y enseñaba los dientes de forma amenazante a Enzo quien, disimuladamente, atravesaba con la vista a Nomadi. Y, a pesar de que nunca habían hablado como tal, pues un lobo no puede hablar, lo entendió: Enzo quería que se fuera. Nomadi le suplicaba que no con la mirada, pero Enzo era implacable. Un lobo, por muy amigo de un nómada que fuera, no dejaba de ser un lobo, una criatura salvaje, un feroz animal del bosque que necesitaba reivindicar su lugar en la selva. Nomadi no quiso pero se fue. Nomadi no lo entendía pero marchó. Y es que a veces en esta vida es difícil dejar sólo a alguien, a veces es complicado permitir que otros se enfrenten con su destino cara a cara. Y para Nomadi, era casi imposible. Hay momentos en el largo camino que es la vida en el que los rumbos de ciertas personas se separan… a veces por necesidad de uno, otras por necesidad de otro, a veces por los dos. A veces hiriendo sólo a uno o a otro, otras a los dos o a ninguno. La vida es impredecible, igual que Nomadi… Y así, el pequeño nómada se encontró de nuevo con otro reto en su camino. Porque a veces las pruebas más difíciles de la vida son las que nosotros mismos nos ponemos. Suerte Nomadi.