De cara al horizonte: noviembre 2010

martes, 30 de noviembre de 2010

El fin de los sueños

Hoy te fuiste sin avisar. Hoy te esperé y no te encontré, buscándote entre recuerdos e imágenes. En cada latido y en cada suspiro se me encogió el alma imaginando que jamás volverás, que quizá me abandonaras para no volver más. La noche ya esta aquí, y me has dejado sólo ante ella, con sus innumerables estrellas vigilando mis pasos, intrigadas por lo que pueda hacer, mientras yo las contemplo desilusionado pensando que pensarán cuando vean que no pienso hacer nada porque nada puedo hacer, porque no estás y no sé dónde encontrarte. Al final llegará el momento y me iré, me marcharé con la mirada perdida y el corazón agotado de suspirar en cada latido, de imaginar que vienes pero en realidad no estás, mientras te sumas a una larga lista de listas sin terminar. Dónde empiezan y dónde acaban los sueños, dónde termina la realidad. Cómo saber el qué y el cómo de tantas cosas que se escurren entre mis dedos, que se pierden para volver más tarde a molestar, como una mosca que te despierta y entre airadas protestas se va para regresar más tarde buscando volver a jugar con un pobre hombre que sólo quiere dormir. Las noches se acumulan y los sueños se acaban, y en el cielo la Luna me vuelve a mirar, como tantas otras veces, como las veces que aun más volverá. Pero lo cierto es que la única que no vuelves y aún no sé cuándo lo harás eres tú. Me hago el indiferente, como si tuvieras un balón que no quisiera o un caramelo que no me gustara. Si miraras en mi mirada, mis ojos te dirían la verdad. Aún te espero todas las noches entre puntos y puntos que terminan en un gran punto y final, que a veces no es un punto porque se esconde por la mitad. Mientras, te sirvo una taza de té, o una de café descafeinado para poder dormir con los ojos abiertos, el alma en vilo y el corazón a medio ahogar. El té está sobre la mesa y con el café empieza a hablar. Ven pronto, porque desunir algo que el tiempo a unido tiempo te costará.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Querer y no poder, la historia de un insomne dormido.

Cada paso estaba impregnado de cierta impaciencia, tanta que los chicles pegados como lapas a las aceras se enervaban y las baldosas protestaban enfurruñadas ante tanta desconsideración. El sol se había escondido detrás de las nubes grises que amenazaban con darse una ducha y mojar a todo el mundo. Por cada latido, una imagen, un recuerdo. Cada vez más y más rapido. Hacía tanto tiempo que no la veía, que no estaba a su lado, que el temor a besarla que antaño escondía entre risas nerviosas y abrazos a medias se había esfumado. Quería volver a oir su risa graciosa, algo aguda y estridente, su forma de hacer de lo evidente algo gracioso y de lo sorprendente, algo normal. Deseaba sacudirse todo de encima, y sin más, plantarle un beso y decirle al oído algo como "Te quiero". Y al fin, llegó el autobús, ronroneando de forma bastante ruidosa, quizás cansado de perseguir a un ratón del que sólo llegó a ver su blanca cola. Y por las escaleras bajó ella, con una sonrisa de par en par. Por cada escalón, un latido más, un suspiro menos. Y al tenerla en frente, se sintió como un niño que quiere inflar un globo que permanece insolente y arrogantemente flácido. Tanto tenía, que no había por dónde. Tanto había que no sabía que hacer. Y en el momento de la verdad, se fundió con ella en uno de esos abrazos a medias que tanto detestaba, que a ella tanto le gustaban. Y las nubes decidieron por fin ducharse, dejándolos a ella húmedamente feliz, a él, tristemente empapado, pues nunca llueve a gusto de todos. Todo acabó cuando el gato decidió marcharse, cansado de querer y no poder, de poder y no querer, mientras el ratón se rie sonconamente pegado al suelo.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Un café sólo

Con sus dedos tocaba las fibras de su corazón y este latía de forma parecida a una guitarra. Los pájaros volaban ya a sus casas y el sol se escondía entre las torres más altas de la ciudad, sonrojado, con la sensación de que esa noche tampoco sería capaz de dormir. Escuchó sus palabras, dulcemente amargas, como un zumo de naranjas pasado, como suena un violín desafinado. Sabía que cada paso era el último, que en cada zancada llegaba al final, allí donde la verdad le estaría esperando sentado en la barra de un bar para invitarle a un vaso de agua fría. Disfrutó cada instante, captando la esencia de cada una de las imágenes que en sus sueños recordaría cada noche, y que poco a poco se emborronarán, se desgastarán, como lo hace un chicle mil veces mascado, como se difumina el agua del mar al llegar a la orilla. Sintió cómo aquello que le daba vida, que le daba alas para volar lejos, le quitaba el aliento y, poco a poco, volaba a ras de suelo hasta posarse brusca e indefinidamente. Escuchó los pasos con los que todo acababa, con los que un sueño terminaba por siempre jamás, y sin querer se guardó la melancolía en el bolsillo. Por fin, todo terminó, el tren lanzó su último aviso y el revisor su mirada más severa, y de forma torpe pero decidida, deslizó su tripa sobre el frío acero, cada vez más rápido, cada vez más irreversible. Y al salir de la estación se llevó las manos a los bolsillos para resguardarlas del frío, y en ellos halló la melancolía que se llevó como quien se lleva un sobre de azúcar de la cafetería. Y con él se hizo un café con azúcar caducado. Sólos, él y el café.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Luciérnagas con insomnio

Te busco y no te encuentro, y cuando no te busco, me importunas maleducadamente. Te quiero cuando no estás, te odio si te vas. Pero prefiero atarme las manos con lazos de cuello de rosa y sufrir tu ausencia, que atar mi alma con sonrisas huecas por el día y sangrarla por la noche, a la luz de un flexo oxidado. No pido más que un "por favor", un aviso de que estarás, para prepararme el guión que seguirán mis pasos ausentes, vacíos, inertes. No me hagas improvisar, buscar el desinterés cuando me hierven las venas al sentirte detrás, al escucharte respirar. No aparezcas sin más, mirándome a los ojos, porque en ellos hallarás la verdad, encontrarás la espesura que inunda mi caminar, el pesar de mis latidos, de mi respirar. Dame tiempo para pensar antes de hablar, para pasar lista y encontrar a las fugitivas, aquellas que se mueren por salir, por envolverte con sus deseos y llevarte lejos, allá donde jamás te encontrarán. Déjame sólo, a la luz de mi flexo roto, donde espero sin cesar, retorciéndome de dolor, que te vayas sin más. De ti sólo quiero un hasta nunca, no un adiós, ni si quiera un quizás. Deja que el tiempo me borre, que la lluvia me empape, que el viento me lleve donde los búhos duermen tan poco que siempre están, donde las luciérnagas sufren de insomnio y la Luna de estrés; donde haga tanto ruido que no me escuche pensar, donde no seas sino una imagen de un sueño irreal. Lamento odiarte, pero lamentaría querer tenerte. Siento irme, pero sentíría quedarme. Déjame marchar, ya que tú no te irás. Que en el camino encuentre las huellas de otros caminantes que escucharon la nana de un corazón roto, el cantar de un jilguero afónico, la razón de su inexistente existencia. Porque hay cosas del corazón que la razón no entiende. Hay cosas que no pueden ser, y sólo imaginarlas es ya una maravilla. Maravillosamente dolorosa.

martes, 16 de noviembre de 2010

El despertador dormido

Hoy, a la luz de la oscuridad, contemplé mi alma. En un latir sin querer escuché el ritmo de mi corazón, el aleteo acompasado de las gaviotas que sobre la mar esperan encontrar a un salmón con alzheimer. Hoy, abrí la celda de los sueños fantasiosos, y estos huyeron despavoridos, buscando el son de otro cantar. Hoy entendí frente al reflejo de unos ojos rojos que la arena no es buena para hacer edificios, que sobre el barro todo resbala y se tambalea, que sobre el aire, todo viene y todo va, y en el camino deja su marca a fuego en la sien. Hoy escuché como suena mi melodía cuando la canta otro animal. Mañana, horriblemente asustado, abriré los ojos a la luz, abandonaré al abismo a los gusanos destinados a pudrirse entre rosas de plástico y tazas de manzanilla amarga, hasta que el olor sea tan fuerte que las moscas no quieran ni parar. Mañana, seguiré como sigue el río, sin pararse a pensar si la ladera es buena o si quiere llegar al mar. Mañana volveré a caminar entre el día y la noche, entre el cielo y la tierra, esperando un soplo de aire, un frío despertar, un despertador dormido que algún día sonará a la hora de la siesta.

El vigués que devoró la Gran Manzana

Es pura energía, quizás demasiada, pero dicen que más vale que sobre a no que falte. En su mente todo funciona de forma distinta, de forma singular. Donde hay un hoja en blanco él ve oportunidades, imágenes, sentimientos... No se rinde, no tiene límites, es como un caballo desbocado que no encuentra obstáculo alguno. Es de esas personas que en diez años habrá vivido más cosas que el resto de nosotros en dos vidas. Y, a fin de cuentas, es un buen amigo. Está en lo bueno, en lo malo, siempre que necesito alguien que me escuche, sé que en la habitación de minusválidos para válidos del cuarto derecha tengo un lugar, un lugar donde no existe el no puedo, donde los sueños más idealistas tienen su lugar, donde no hay cabida para lo imposible, porque lo imposible es solo aquello que es un poco más difícil de conseguir. No puedo encontrar forma de agradecértelo, porque cualquier cosa que haga será insignificante en comparación. Lo único que puedo hacer es pensar que siempre estaremos el uno para el otro, porque recuerda que siempre estaré para apoyarte en tus locas aventuras, en tus disparatadas ideas. Me gusta imaginar que, pase lo que pase, allá donde la vida me lleve (a Maranello, Getafe o la caja de un supermercado), seguiré teniendo un lugar donde alguien me escuche en la habitación de minusválidos para válidos del cuarto derecha o en un gran apartamento con vistas al Central Park y una Harley en el garaje en la casa de un famoso publicista de la Gran Manzana con ligero acento gallego.
Gracias jefe PIS.
Con cariño, de tu ayudante al mando.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Pasión

Miles de corazones latiendo juntos, desbocados. Un suspiro, un abrir y cerrar de ojos y todo cambia. Ilusiones, esfuerzo, trabajo. La gloria y la derrota en cuatro metros de puro arte, en cuatro gomas negras como la noche de oriente. El hombre contra el hombre, el hombre contra la máquina, contra el destino. Pasión inmensa, roja, amarilla, azul... Orgullo y rabia en un minuto escaso, en cuatro quilómetros de puro asfalto. Se sabe cuándo empieza pero nunca cuando acaba. Una veintena de elegidos, cientos de pensadores y miles de seguidores persiguiendo lo mismo, luchando por un mismo objetivo. Los sueños tienen cuatro ruedas, un cavallino en la frente y setecientos en el corazón.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Cuando la Luna se confunde de lugar

Cuando la Luna aparece donde no debe estar es inútil obstinarse intentando que se marche del lugar. En su equivocación permanecerá toda la noche, y su reflejo nítido y frío permanecerá en la retina de las aves nocturnas, aquellas que murieron de hambre esperando a que ella volviera a donde solía estar. Y buscar entre las nubes gotas de rocío que mañana descansarán en las hojas secas de un tulipán, que se encuentra allí por el mero hecho de rimar con la tierra que la quiere albergar. Corta pero intensa, en su seno alberga las razones de que mañana llueva, y no son otras que un puñado de estrellas malcriadas que salen de fiesta a horas poco recomendadas. Y al amanecer, un pájaro reposa sobre el cadáver de su homónimo nocturno, el que pereció pensando que la Luna volvería a dormitar en el lado del cielo reservado para tal eventualidad. Y al atardecer, un estornudo estruendoso, un alma que quiere escapar de las garras de la pasión que ha encerrado al corazón y a la razón en una cárcel de hielo, frío como la noche, como el cadáver de un tulipán oportunista que sucumbió al peso del rocío.