jueves, 18 de noviembre de 2010
Luciérnagas con insomnio
Te busco y no te encuentro, y cuando no te busco, me importunas maleducadamente. Te quiero cuando no estás, te odio si te vas. Pero prefiero atarme las manos con lazos de cuello de rosa y sufrir tu ausencia, que atar mi alma con sonrisas huecas por el día y sangrarla por la noche, a la luz de un flexo oxidado. No pido más que un "por favor", un aviso de que estarás, para prepararme el guión que seguirán mis pasos ausentes, vacíos, inertes. No me hagas improvisar, buscar el desinterés cuando me hierven las venas al sentirte detrás, al escucharte respirar. No aparezcas sin más, mirándome a los ojos, porque en ellos hallarás la verdad, encontrarás la espesura que inunda mi caminar, el pesar de mis latidos, de mi respirar. Dame tiempo para pensar antes de hablar, para pasar lista y encontrar a las fugitivas, aquellas que se mueren por salir, por envolverte con sus deseos y llevarte lejos, allá donde jamás te encontrarán. Déjame sólo, a la luz de mi flexo roto, donde espero sin cesar, retorciéndome de dolor, que te vayas sin más. De ti sólo quiero un hasta nunca, no un adiós, ni si quiera un quizás. Deja que el tiempo me borre, que la lluvia me empape, que el viento me lleve donde los búhos duermen tan poco que siempre están, donde las luciérnagas sufren de insomnio y la Luna de estrés; donde haga tanto ruido que no me escuche pensar, donde no seas sino una imagen de un sueño irreal. Lamento odiarte, pero lamentaría querer tenerte. Siento irme, pero sentíría quedarme. Déjame marchar, ya que tú no te irás. Que en el camino encuentre las huellas de otros caminantes que escucharon la nana de un corazón roto, el cantar de un jilguero afónico, la razón de su inexistente existencia. Porque hay cosas del corazón que la razón no entiende. Hay cosas que no pueden ser, y sólo imaginarlas es ya una maravilla. Maravillosamente dolorosa.
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