De cara al horizonte: febrero 2018

miércoles, 28 de febrero de 2018

Perdiendo el norte

He perdido el norte, también el sur,
me he perdido tanto que lo único
que encuentro en este puto mundo eres tú.

Y no sé si la brújula ya no funciona
porque eres tú el imán que ha convertido
su manecilla en un juego de azar.

He quemado los mapas
con el fuego que arde
en mis manos, en mi pecho
cada vez que te veo.

He pensado que mejor
no vuelvo a pensar nunca más,
que me arranco el cerebro
y ya, si quieres, lo puedes tirar.

He arrancado de mi sangre
toda voluntad que no sea
ser feliz cuando sonríes.

Pero aún queda un amargo
aroma a miedo cada vez
que de tu boca sale un silencio.

Y aun así, pese al miedo,
pese a tus silencios
y a los silencios,
a tu rebeldía
y a la rebelión
de un mundo que se
revuelve contra mí
sin aparente razón.

Aun así, joder, qué feliz soy,
solo con sentir que estás ahí,
que aunque no sepa a dónde,
ya sé que solo no voy.

miércoles, 14 de febrero de 2018

El día en que Nomadi encontró su hogar

Bosques frondosos, mar abierto, acantilados tan altos que el vértigo absorbía el oxígeno de su cerebro y la valentía huía de su pecho por sus piernas dejando un cosquilleo nervioso al borde del miedo. Nomadi había visto de todo, había viajado tanto que sus pasos formaban ya una historia en la que el principio parecía muy lejano y el final era incierto. Nomadi viajaba y viajaba, pero nunca encontraba un sitio al que llamar hogar. Y hablaba con las criaturas que habitaban cada lugar, acribillándoles con preguntas, secuestrando su tiempo y obligándoles a formar de su causa perdida. Y escuchaba a las plantas, al mar y al viento. Pero nadie tenía la solución. Al final, siempre pasaba lo mismo: la frustración llenaba a Nomadi de un dolor de fondo, como un ruido en forma de zumbido que llenaba los silencios de su vida. Y abandonaba ese lugar, recordando a todas las criaturas que había conocido y dejándolas atrás, emprendiendo de nuevo su camino solo.

Y Nomadi viajó y viajó, buscando su hogar. Dejando atrás conversaciones, historias y vidas enteras, y emprendiendo de nuevo su interminable travesía solo. Hasta que un día Nomadi, al borde de uno de sus acantilados, a punto estuvo de encontrar la muerte. El azar quiso que encontrara tierra firme de nuevo en vez de precipitarse al abismo. Y en esa fracción de segundo en la que la vida pasa por delante como una película con protagonista e inesperado final, comprendió la verdad. El mundo era su hogar, pero no el mundo de los árboles, ni las piedras, ni el mar, sino el de los búhos, las serpientes, los leones y las cucarachas. El de las vidas de todas aquellas criaturas que le habían regalado su tiempo para ayudarle, a las que había conocido en medio de su interminable viaje. Así, Nomadi aprendió que el mundo es solo eso: infinitas partículas y átomos a los que el tiempo ha dado múltiples formas. Y que su hogar habita en las personas que dan forma a ese mundo, que lo habitan, que nacen, viven y mueren, dando su espíritu a una historia mucho más grande que la de su individuo: la del universo.

Ahora Nomadi comprendió que lo que importa no es a dónde ir, sino con quién. Y en lo alto de otro acantilado divisa el mar. La noche cubre el bosque iluminado por diminutas luces, la de las criaturas que lo habitan y que son su hogar. Pero Nomadi ya no está solo, vuelve a viajar acompañado y llevando a cuestas su hogar. Hola Yoko, bienvenido a este interminable viajar.