lunes, 8 de febrero de 2010
El perro y su amiga
Se percató, aunque quizás demasiado tarde. Estuvo bien para salir del paso, para pasar un buen rato. Pero esa máscara que se había puesto en la fiesta de disfraces se había adherido a su rostro más fuerte de lo deseado. Ahora, sentía angustia y presion. Sufría con solo pensar en quitársela, en cortar ese fino y tozudo hilo que rodeaba su cabeza. El fuego consumió las llamas, y las ramas ascendieron y se disolvieron en el aire. Pero ya no eran ellas. La música sonó, las notas revolotearon juguetonas a la par que unos dedos anónimos acariciaban suavemente una gran boca de madera. Alguien apareció con una máscara igual que la suya. Ambos desaparecieron, y tras las llamas de maderas voladoras se perdieron. Nadie más supo nunca qué fue de la chica y el perro de la máscara de cristal. Al anochecer, un ladrido. Y al amanecer, un silbido. El resto del dia, la mar ronronea, apremiando a Chopin a tocar una vez más.
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