jueves, 2 de septiembre de 2010
Érase una vez...
Hubo una vez un hombre que acudía todos los días al mar, y desde las rocas contemplaba las olas estrellarse sin cesar. Dicen que aquel hombre buscaba algo. Dicen que anhelaba historias, algo que contar. Entre las piedras esperaba encontrar palabras, frases sin terminar, cuentos sin dueños, fantasías sin final. Las olas murmuraban cosas, la brisa le susurraba sin parar. Pero por más que él escuchaba, nada lograba entender. Cada tarde, desde el borde del acantilado, su larga sombra se podía contemplar, hasta que el sol se escondía en el horizonte y la noche se lo tragaba sin piedad. Un día el sol se hizo de rogar y, escondido entre nubes grises y negras, alargó su letargo sin preguntar. Cuando al fin se dignó a asomarse en el cielo, aun con legañas en los ojos, una sombra surgió de la nada, y en el mar se descubrió su macabra silueta, la de aquel que busca sin razón, que escarba sin parar y, sin darse cuenta, se entierra en su propio buscar. Dicen que el mar se lo llevó, que la sal le corroyó. Alrededor de sus huesos, alguien pudo un día encontrar un montón de palabras partidas por la mitad, escombros de una historia que se derrumbó al empezar. Érase una vez...
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1 comentario:
Eres un hombre entregado a contar historias, que vienen y que van como las olas del mar. ¡Qué alegría volver a leerte!
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