sábado, 11 de septiembre de 2010
Al borde de la noche
Tenía en el alma la mirada perdida de quien busca las estrellas en una noche nublada. En sus ojos enrojecidos se sentía el silencioso gritar de unas lágrimas escondidas tras la vergüenza disfrazada de ánimo. Y es que nadie quiere sentir que se caen los muros que esconden el alma, como quien sale de la ducha y a mitad de camino pierde la toalla. Nadie busca sentir que siente que no sabe lo que siente, porque sentir y no saber es luchar con tirachinas en una batalla de armas. Nadie quiere encontrarse con una interrogación que anhela ser respondida, y con una exclamación que se alarma ante tal posibilidad. Sólo quien no quiere encontrar bellotas las busca con interés en un arrozal, aliviando la curiosidad, calmando el miedo, dando de comer a una vaca comida de perro. Ni siquiera un perro quiere tener que decidir entre quedarse tras un telón de seda rosa o plantarse en un escenario sin luz, porque no quiere salir ante las miradas policíacas de un público a oscuras, porque sabe que tras el telón nunca dirá su guión, un guión sin título y con autor, cuyas frases se escriben entre los aplausos y abucheos de aquellos que contemplan la obra. Espectadores varios y pintorescos, algunos con interés amable y agradable, otros con maliciosa curiosidad, que aplauden o abuchean guardándose entre las hojas del programa el origen de su alegría o pesar. Al fin, las nubes se fueron, las estrellas aparecieron, y en medio de tanta consternación, dirigió, sin saberlo, la mirada al suelo en el momento más inoportuno, privándose de la verdad, agachando la cabeza con condescendencia ante el disfraz de una fiesta a la que nunca asistirá.
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