martes, 11 de mayo de 2010
Un payaso de segunda
Caminaba lento, despacio, entre la multitud. Y de pronto, sin previo aviso, el cristal se rompió. Miles de pedazos saltaron por los aires y rasgaron el cielo, que comenzó a llorar. Miró austado, sin apenas respirar, a su alrededor. Nadie se había percatado. Pero los restos de su alma yacían en el suelo. Y entonces sintió el vacío, la angustia, la opresión. Sintió dentro de sí que se encogía, lenta pero inevitablemente, hacia la desaparición. Entre el llanto del cielo, el de sus lágrimas, recogió los cristales rotos. Y al cogerlos, de su piel emanaban rosas, miles de rosas. Y cuantos más cristales cogía, más rosas acababan en el suelo, y al mezclarse con el agua se difuminaban, coloreando el suelo de rojo pasión, de rojo dolor. Un trueno a lo lejos, un rayo en el cielo. Las nubes protestaron ante el dantesco espectáculo. El payaso se retiró, avergonzado, y sólo quedó la carpa, que al final cedió y cayó sobre un rosal diluído que yacía en la acera. Pasaron los días, los años, y un día alguien levantó la enorme carpa de cristal. Debajo, sólo agua, roja agua. En ella, el amargo sabor del dolor perdido. En el aire, el sonido de un lamento sordo y eterno.
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1 comentario:
¡Cuánta tristeza y dolor siento en este relato! cristales rotos, alma despedazada, rosas rojas, lágrimas...
Solo el amor, logrará curar y renacer a ese triste corazón.
Te dejo un abrazo silencioso con aroma de manzana,
Naia
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