De cara al horizonte: El sueño de la razón produce monstruos

domingo, 5 de diciembre de 2010

El sueño de la razón produce monstruos

Hubo una vez un pintor cuyos cuadros eran todos uno. Lo mismo daba que daba lo mismo cómo lo hiciera que lo hicera como fuera. A veces empezaba dibujando el contorno, por la esquina derecha, por la esquina izquierda. Otras veces cogía la paleta sin más y daba color a formas inexistentes. Incluso probó cerrando los ojos o con la mano izquierda. Fuera como fuera, siempre, al acabar, se encontraba de frente con un Sol extrañamente brillante y unas nubes esponjosamente grises de cara al horizonte. Unas gaviotas solitarias parecían descansar al borde de un acantilado donde el mar estaba en calma y acariciaba las rocas con condescendencia. Y en medio de la playa, un hombre moldeaba la arena con aparente calma, con la tranquilidad dibujada en su rostro joven y la seguridad en su mirada. Desconsolado, el pintor pintaba y rompía sus cuadros al acabar y acumulaba astillas en sus manos de tanto romper y pintar. Un día, exahusto, se quedó dormido sobre el lienzo en blanco y con el pincel en la mano. Y al soñar, la razón se sumió en un profundo letargo dejando al corazón campar a sus anchas llenándolo todo de imágenes apocalítpicas, palabras malsonantes y verdades inconcebibles. Los muros caen, el alma se quita el bozal y a pleno pulmón grita sin que nadie la pueda acallar, hasta dejarse la garganta en ello, roja e inflamada de tanto sangrar las mentiras con que la rutina la disfrazaba de forma ridícula y esperpéntica. Entre tanta algarabía, el pintor despertó, y horrorizado descubrió que en sueños había pintado. Pero ya no era lo de siempre, ni nunca volvería a ser igual. El Sol se tornó enfermizo, cansado y viejo de tanto empujar, de cara al horizonte, de espaldas a su pintor. Las nubes se tornaron negras y negramente lloraban, al igual que las gaviotas que contemplaban al mar maltratar furiosamente a las rocas. Y entre tanto horror, un joven frustrado en medio de la playa, buscando entre la arena y encontrando carbón. Y cada vez que sumergía la mano, un trozo de su alma se desprendía y se escondía entre las conchas de crustáceos fantasmas. Dicen que se volvió loco, que sobre el lienzo pereció, que su cuerpo reposa sobre los monstruos que la razón produce al soñar.

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