sábado, 11 de diciembre de 2010
El enfado de las criaturas nocturnas
En la oscuridad vio el reflejo, el reflejo de lo indecible. Se le agarrotaron las manos, tanto que se doblaron como el tallo de una flor. Y a la mañana recordó en un pozo la oscuridad de la noche pasada, se sumió en el dolor y se quedó dormido, atormentado por pesadillas sin sentido ni razón, sin piedad ni compasión. Al abrir los ojos, un cuervo le miraba desde la ventana, un cuervo negro, como la noche que ya había llegado, como su alma dormida y angustiada. Se horrorizó al pensar que vivía a oscuras, que el día no llegaba jamás, porque jamás lo veía. El cuervo huyó, asustado por tan perturbador lugar, y al desplegar sus alas removió el polvo de los recuerdos que en el alféizar se acumulaban. Y él, alérgico, estornudó al sentir sus recuerdos, estornudó tan fuerte que ni si quiera Jesús pudo evitar que su alma saliera por la boca y huyera lejos, allá donde la oscuridad era para los búhos y los sueños. Sin alma y con corazón, se quedó cual planta al sol, que no era el sol, sino la luna disfrazada intentando enrabietar a las criaturas de la noche.
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