Y por fin, lo escuchó desde la lejanía, con su ligero trotar, su pesado avanzar. Sintió la furia y la rabia que hacían temblar su cuerpo, al igual que un flan en su plato, como una flor seca cuando la abeja se va desilusionada. Y sintió en su estómago que vomitaría las últimas rosas de su juventud, aquellas que la vida le regaló en forma de semilla y ella se dedicó a maltratar, ahogándolas de ignorancia, secándolas con pasotismo. Escuchó en cada travesaño el dulce traqueteo, el lento pasar del tiempo que desperdició ocultando sus penas en vasos de vino rancio, zumo de uvas putrefactas a la luz del Sol, zumo amargo enrarecido en barricas de mohoso desprecio. A la luz de la Luna, brilló la via que condujo su vida hasta que la máquina echó demasiado vapor, consumió demasiado carbón y, cubierta de hollín, descarriló sin remedio, abandonando con un estridente y doloroso quejido los railes de frío acero. Encontró en cada piedra de la vía una razón para desamparar el alma que por dentro la inundaba, que por fuera quería salir para seguir viviendo. En cada una de esas piedras, el odio y el temor, el miedo. Pero la Luna, caprichosa aquella noche, decidió darse un paseo por el cielo, incordiando a otras estrellas que brillaban más de lo que su ego podía permitir. Y en su pasear, las vías se convirtieron en la senda que debía retomar, en un nuevo camino para empezar. Los travesaños contenían los segundos que aún quedaban por vivir, aquellos que le regalarían rosas fuera de temporada para cultivar con mimo y paciencia. En cada una de las piedras encontró los momentos que nunca debió olvidar, aquellos que marginó en el oscuro ostracismo de la obstinación consentida.
En la noche, en la fría noche, un tren avanza pausada y parsimoniosamente, como un gordo gusano con zapatos de hierro, esperando zamparse de un sólo bocado las vidas de los ingenuos que se interponen en su camino. En la noche, en la oscura noche, un alma contempla los vagones avanzar, como avanza la vida sin remedio, llenándose de recuerdos que repartir en la última estación. Cuán doloroso es enfrentarse a los miedos, qué difícil reconocer la verdad. Qué lástima perder la partida escondiendo las cartas que el temor no deja jugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario