lunes, 4 de octubre de 2010
Los secretos de una lombriz de tierra
Se despertó pensando que era de día, que ya no dormiría más, que el Sol en el cielo le sonreiría y que se iba a levantar, escuchando a los pájaros cantar, a las lombrices susurrarle a la tierra y a las hojas del árbol cantarle al viento. Pero al abrir los ojos, la más absoluta oscuridad le invadió. Ni si quiera la Luna se veía, menos decir las estrellas, que son como niñas pequeñas que no van a ningún lado sin su madre. Y el frío le sobrecogió, tanto que su alma se estremeció en el silencio de la noche, en el silencio de los pájaros dormidos, de las lombrices reposantes, de las hojas siseantes que con su dulce ulular adormecen al árbol. Y su alma se escondió donde se esconden las almas perdidas, aquellas que circulan por el mundo sin saber de dónde vienen ni a dónde van, sintiendo que el tiempo las maltrata sin cesar, con caramelos de fresa, con dulces de ajo, que se entremezclan en ese plato de sabores que es la vida. La noche se hizo más oscura, y el cielo empezó a llorar, como lloran los peces cuando ven sus burbujas marchar. Y en la noche un sonido abrupto, un sonoro gritar, el del cielo entristecido por ver al Sol poco a poco llegar, despidiendo la noche solo, sin estrellas en su despertar. Y entonces se durmió, sin saber que al despertar, volvería a encontrarse de bruces en la oscuridad, que los pájaros dormirían por siempre jamás y que las gotas de rocío se volverían a secar, ajenas a la desgracia de una vida sin luz, de una lombriz bajo tierra, que se esconde para que los gatos de callejón no descubran sus arenosos secretos.
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