domingo, 3 de abril de 2016
La liberación de Nomadi
A veces, sin darnos cuenta, nos encontramos ante un abismo y no recordamos cómo hemos llegado a él. Y así estaba Nomadi, de frente a ese lago inmenso, todavía buscando en su propio reflejo en el agua las respuestas que no encontraba. El pequeño nómada guardaba muchas preguntas sin responder en su pequeña mochila, tantas dudas como noches había permanecido allí, sentado al borde del lago sin saber qué hacer. Tras él, un par de árboles viejos, curtidos por el tiempo, que todo lo saben pero no pueden hablar; y los cientos, miles, millones de pasos que le habían llevado hasta allí. Cada uno parecía igual que el anterior, pero siempre era distinto. Nomadi tenía la sensación de que jamás se había cuestionado el destino de sus pasos, que uno imitaba al anterior sin aparente motivo. El bosque era suyo -o él era del bosque-, ante sus ojos no había más límites que los de la propia naturaleza. Y sin embargo, parecía que su ruta seguía un camino trazado por un ente invisible. ¿Qué le impedía cambiar de rumbo, qué se escondía en su subconsciente? Entonces se dio cuenta. Ese algo era lo mismo que le había empujado a caminar en el limbo, a buscar un destino sin valor ni determinación. El miedo había guiado sus pasos. Su corazón respiraba tranquilo, atormentado por el temor, cada vez que uno de sus pies se volvía a posar a pocos centímetros del anterior, buscando imitar su huella. Pero ahora su corazón latía frenético, ansioso, igual que un niño pequeño al que descubren en medio de su mentira. Nomadi miró a su alrededor: águilas, búhos, liebres u osos parecían ser libres, pero siempre hacían lo mismo. Algo en su interior les hacía creer que para cada destino solo existe un camino. Ese mismo algo que en el pequeño nómada se disfrazaba de miedo dentro de su corazón, lo había atrapado y teñía su sangre. Y Nomadi se enfadó, se enfadó tanto consigo mismo, con su corazón, con el bosque, con el miedo... que dejó de buscar respuestas y vació su mochila desperdigando sus preguntas por el suelo, delante de los dos árboles que sabían pero no podían responderlas. Algo se rompió dentro de él y fue la coraza que el miedo había tejido alrededor de su alma. Su corazón latía rápido, emocionado por sentirse con miedo pero libre al fin. Porque la tranquilidad no es alimento para el alma, que languidece de inanición cuando es conformismo lo que la nutre. Porque el miedo no debe oprimir la mente, sino el pecho, haciendo que el corazón lata deprisa pero sin barreras. Porque Nomadi por fin sabía que su destino, que era ser feliz, se hallaba en alguna parte de ese mundo que era su hogar, porque para Nomadi el mundo entero es su hogar. Y ahora, por fin, era libre de elegir su camino. Sin pensarlo dos veces, se tiró de cabeza al agua y comenzó a nadar. Tras él, ya no quedan huellas ni pasos, solo el agua de un lago inmenso que con sus brazadas apenas consigue enturbiar y que, a su paso, permanece aparentemente intacto. Y desde el cielo, Enzo sonríe y los animales del bosque le envidian, porque Nomadi ya es libre.
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1 comentario:
Qué envidia de libertad :) muy bonito.
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