Y qué más daba si se iba o si no,
qué importaba anestesiar el corazón
si, al sentir el calor en sus venas,
volaba enloquecida su imaginación.
Lejos, sin rumbo, sin sentido,
hasta llegar a la nada y caer,
y entre sollozos recoger después
los restos de un sueño roto.
El suelo seguía en su sitio,
las paredes, imperturbables, también,
pero su ardiente y mutilador desvarío
lo convertía todo en amargo aire vacío.
Sentado en la penumbra del salón,
se preguntaba dónde estaba la razón
cuando la necesitaba, cuando su cuerpo,
drogado, lo teñía todo de negro carbón.
Abría los ojos para ver el gris, rosa,
y descubrir, desolado, que nada era de color,
que no hay tiempo ni pincel
que pinte el oscuro lienzo del desamor.
Y el cielo, a sus pies, cayó,
y lo atrapó entre el suelo y sus anhelos,
como un pájaro encerrado para siempre
entre las rejas de su jaula de latón.
El tiempo se hizo nada, desapareció,
mientras intentaba olvidar lo inolvidable,
algo que jamás existió, algo tan real
como el dolor de una cicatriz que se abre en el corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario