viernes, 20 de mayo de 2016
Nomadi recordó a Enzo
De repente, Nomadi sintió que no podía respirar, que había exhalado todo el aire de sus pulmones hasta dejarlos vacíos. Y por más que intentaba inhalar, nunca era suficiente. De repente recordó aquel momento en el que se arrancó el corazón del pecho y lo estrujó como si fuera una fruta, y al guardarlo de nuevo, estaba seco y magullado. Y al recordarlo, sintió un profundo dolor en su pecho. El aire se había perdido en el viento y su sangre huía por las cloacas en busca de un refugio en el que olvidar cada traumático instante en el que él había ofrecido su vida entera a cambio de una esperanza escrita en un idioma que sólo él podía entender. Había regalado sus sueños, casi los había machacado y pisoteado, todo por alimentar aquella vana ilusión de que Enzo podía volver. Y, cuando estaba casi convencido de que estaba enloqueciendo y comenzaba a recobrar el sentido, un recuerdo volvía de forma furtiva y él volvía a apretar con más fuerza el corazón entre sus manos, mientras la sangre se escurría por sus dedos e iba a parar al suelo. Pero ya ni siquiera los recuerdos servían de bálsamo, ni la esperanza era ya verde, sino que se había convertido en un negro denso e impenetrable, triste y lúgubre. Ahora no podía respirar, y al no hacerlo, miles de ideas se quedaban atrapadas en su mente, incapaces de salir por su boca en forma de palabras. Esas ideas iban de un lado a otro y tomaban el control de su cuerpo inerte, un cuerpo que ya no le pertenecía porque no era capaz ni de respirar ni de latir, un cuerpo del que ya no era consciente.
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