Hace tiempo que no sé qué decir,
pero sé que quiero decir algo,
que mi alma arde con violencia,
que la sangre no llega a mis manos.
Cada suspiro parece de hielo,
cada latido, un mazazo sordo y hueco,
y al respirar, mi garganta se agrieta
y sucumbe a un silencio seco.
Me ahogo, y por dentro muero,
porque ya no entiendo cuánto
ha de esperar mi alma para
encontrar, en algún lugar, consuelo.
Y si río, lloro, y si lloro, desespero;
y al pensar, enloquece mi fuero interno,
buscando razones ocultas tras mis
pasos dudosos, vacilantes, inquietos.
Las noches pasan, los días vuelan,
y mis palabras no llegan, se esfuman,
me abandonan y me condenan.
Mis silencios se alargan, arde mi corazón,
arrasado hasta los cimientos por
una oscura e irreverente pasión.
Y, al final, algo acabó, algo murió,
dentro de mi pecho, todo se estremeció,
mientras mi corazón palpita enardecido
por una risa que nadie escuchó.
Y, al final, una lágrima cayó
y empapó el suelo que bajo mis pies
se hunde, como se desvanece la ilusión
de abrir los ojos y descubrir
que mi dolor fue un mal sueño,
y mi silencio, un inocente instante de indecisión.
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