viernes, 28 de octubre de 2011
El árbol de la vida
Se sentó bajo la copa del árbol y lloró. Aún recordaba cuando, de pequeña, había plantado una semilla que su padre le había regalado. Día tras día, noche tras noche, ambos crecieron a la par, uno más rápido que el otro. Ella conoció su primer amor cuando la primavera vio crecer las primeras hojas de su hermano vegetal. Y ella se sentó al lado de su árbol cuando conoció el primer desamor, cuando el otoño llegó y tiño las hojas de melancólico marrón. Más tarde, ella vió nacer a sus hijos entre lágrimas de alegría, mientras el árbol acogía entre sus ramas el maravilloso momento en el que una paloma contemplaba, espectante y temerosa, el momento en el que la vida eclosionaba de un pequeño punto blanco en la inmensidad del universo. Y el tiempo pasó y pobló sus semblantes de arrugas, aunque ella las ocultaba con cremas y el con musgo, los años no perdonan, y en sus ramas se esconde las visicitudes de una vida, en las cicatrices de ella, los errores y los tropiezos, en el corazón de ambos, la esencia de la existencia, la grandiosiad de la vida. Mientras ella lloraba, el árbol derramaba lágrima de elaborada savia. Uno al lado del otro, solos los dos, con todo un camino por detrás, con la sensación de que lo que aún queda por delante poco va a durar. Y así, entre lágrimas saladas, entre sabias lágrimas de savia, un corazón se apagaba mientras otro lo cubría con el melancólico marrón del otoño. En invierno, una fina capa de dolor helado congeló el tiempo. Y en primavera, el dolor se derritió dejando paso a la vida, el pasado quedó en el pasado, y el futuro empezó a corretear en el presente.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario