domingo, 9 de octubre de 2011
Una melodía diabólica
Sigues un camino. No sabes cuál es, mas lo sigues sin cuestionártelo. A pesar de los baches, a pesar de las adversidades, de las alegrías, de aquellas que debieron serlo pero no lo fueron. Sigues encontrando a cada paso la razón de tu indiferencia, aquella que te impulsa a dar otro paso, y así indefinidamente hasta que tu caminar se convierte en un fin en si mismo, en una sinrazón, en un motivo desmotivado que busca bajo las piedras un corazón latiendo. Hace ya tiempo que tu alma te dejó tirado en alguna de las curvas de tu infructuoso sendero, y allí sigue llorando desconsolada. Caminas sin motivo y desalmado, lo único humano que en tí queda es el corazón, que suena hueco y sin sentimiento, casi artificial. Tu vida bien podría parecer una melodía al piano, en la que una nota suena tozuda y repetitiva, taladrando la partitura, marcando un ritmo y un compás que el pianista no se atreve a cambiar. El piano ya no es de quien lo toca, la música se ha adueñado de sus manos y él ya no decide dónde van sus dedos, que revolotean ágil y forzadamente sobre la sonriente boca del monstruo de madera. Algún día amanecerá antes de que la noche se haya ido, el tiempo te pillará con el pie cambiado y te darás cuenta de lo lejos que queda ya todo aquello por lo que empezaste a caminar. Escucharás en tus endebles oídos el lamento de tu alma que, kilómetros atrás, suspira roncamente deseando que llegue la doble barra y, con ello, el final de una partitura que ya no es melodiosa, sino ruidosa y aparentemente vulgar.
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