Un día se descubrió intentando encontrar cuál era su hogar, dónde estaba aquel sitio en el que podría descansar con la tranquilidad de saber que hasta los sentimientos que allí vivía le eran familiares. Esa incógnita se convirtió, en poco tiempo, en una duda existencial que amenazaba con destruir su existencia: no había paso que diera sin que el corazón se le encogiera, no había lugar al que mirara sin que sintiera que, de repente, su pecho se hinchaba esperando más aire del que podía inspirar, y entonces se formaba un nudo en su garganta que ataba su alma a los más oscuros temores. Hasta los silencios dejaron de ser silencios y se convirtieron en el hogar de un incesante ruido de fondo compuesto de interrogaciones disonantes.
Caminaba tan distraído por el bosque, buscando tan desesperadamente que, a los cinco segundos, no podía recordar lo que había visto cinco segundos antes. Y es que cuando la obsesión pasa a ser la guía de nuestros desvelos, lo importante deja de ser el resultado de encontrar algo, y lo prioritario pasa a ser la acción de buscar, ya sea bien o mal. No importa el cómo, sino el qué.
Y así pasaron los días y las noches, las luces y las sombras, el frío, casi helado, de la vida que pasa sin mirar donde pisa. Incluso las criaturas del bosque, desde las más grandes a las más pequeñas, desde las que procuraban su bienestar hasta aquellas a quienes su desgracia les gustaría contemplar y, a veces, provocar; hasta el mismísimo lobo, quien tiempo atrás deseó albergar su alma en sus fauces, con quien una turbulenta amistad había conseguido entablar... Todos contemplaron a Nomadi surcar el bosque sin cesar, con más prisa que cuidado. Aquel nómada del mundo que un día, ya no sabían cuál, llegó al bosque en medio de llantos, y ahora se había convertido en el alma del bosque... ahora se alejaba sin ni siquiera mirar atrás. Hasta el lobo aulló constantemente para advertirle de que, sin darse cuenta, el bosque estaba dejando atrás, arriesgándose a la ira de la Luna que, recelosa, desde la otra cara del universo se preguntaba a quién su peludo amigo gritaba sus más profundos sentimientos que no fuera ella al abrigo de la helada oscuridad.
Todos le vieron alejarse, entre lágrimas amargas, lágrimas falsas, sonrisas verdaderas y sonrisas caducas. Y Nomadi buscaba y buscaba hasta que un día, entre las sombras del fin del bosque se perdió. Ese día, la tierra se empapó con las lágrimas del cielo que alimentaban la desdicha de los charcos y riachuelos, hogares de los antiguos compañeros de vida del nómada del mundo.
Y así, pasó del bosque a la selva. Así, Nomadi, que nunca tuvo hogar, perdió el único lugar hasta aquel entonces del que podía describir con los ojos cerrados hasta el más recóndito lugar. Así, Nomadi olvidó que es un nómada del mundo, quien todos lugares habita pero ninguno llama hogar... porque su hogar es el mundo que lo ve crecer y luchar. Y el lobo, aunque enojado y furioso, al principio lo decidió abandonar... pronto aulló con fuerza y tras él echó a correr.
Nomadi sigue caminando sin saber que en la selva se ha adentrado con un lobo furioso y turbulentamente amigo de su caminar. Para, Nomadi, que tus pies se van a cansar.
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