Hace ya tanto tiempo que ni el tiempo se acuerda. Las imágenes se pierden en el pasado y se hacen borrosas, se difuminan. Y a medida que se acercan al presente, son cada vez más nítidas y dantescas.
Un día tras otro, de nuevo el horror. De nuevo vierte su vida por el retrete, su alma desaparece entre las cañerías oxidadas de una ciudad que duerme mientras su espíritu se pudre en el ostracismo de los deshechos más pueriles del hombre. ¿Cansancio? ¿Frustración? ¿Costumbre? ¿Enfermedad? Después de tantas noches, de tantos dulces amargos, ya no importa el por qué.. sólo el resultado. Y el resultado es un alma desdichada, desgajada en mil pedazos que se van disolviendo en las lágrimas que la ciudad vierte al mundo.
Y cada vez, aunque sea otra más, es una nueva. Nunca se acostumbrará a esa escena tan particular, a esa cadena de sonidos, uno tras otro, desde el más insignificante al más ruidoso, desde el más sincero al más engañoso. Jamás podrá habituarse a la avalancha de sentimientos que acompañan a cada uno de ellos. El vacío primero, la comprensión después, seguida de la incomprensión y la tristeza.
Y al amanecer, el olvido incompleto, el que deja la huella de un dolor nocturno alumbrado por la parpadeante luz de una estrella... porque incluso las estrellas tiemblan cuando la vida se va por el retrete. Cuando la sinrazón se tiñe de negro, ni siquiera una bola gigante de gas llameante es capaz de iluminar el más oscuro de los desvelos.
Así, el Sol terminó de esconderse, y media cara de la Tierra dijo buenas noches mientras la otra saludaba a un nuevo día, ignorando que en algún lugar, en la otra parte, un río de lágrimas hace temblar las luces del cielo.
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