Pero el sol ya no da calor... los pájaros tiritan en las ramas de los árboles y huyen de sus sombras, los gatos callejeros se tumban panza arriba en las aceras... pero nada. El suelo, impertérrito, permanece como el hielo... frío, como su corazón. Un corazón que late de pura inercia, que siente por la mera presencia de un libro invisible que todo lo ordena, en el que la historia escribe el papel exacto de cada uno sobre la faz de la Tierra. Ni siquiera sus lágrimas tienen sal, porque sus ojos ya no son capaces de llorar sus penas. Y las alegrías vienen y van, y dejan alguna sonrisa, pero la tristeza tiene su rincón en el etéreo transparente que llaman alma. Un rincón cada vez más grande, cada vez más oscuro, cada vez más invisible pero siempre presente, resonando en el eco de cada latido inercial, en ese sonido silencioso que mueve el aire cuando muere un ruido. Hay palabras que se ahogan en la garganta, hay sentimientos que fluyen por las venas pero no llegan al corazón, que los lleva de un lado a otro sin darse cuenta de que en su rutinario existir se ha colado un polizón. Hay soles que no calientan nada, pero cuyas sombras son tan frías que hasta la sangre se escarcha.
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