jueves, 23 de abril de 2009
Abran los ojos
Hace diecisiete años que una niña le habló al mundo de forma clara y contundente sobre la situación del mundo. Su discurso es un ejemplo de objetividad, de valor, de aplomo. Trató de tú a tú a aquellos que dirigen el mundo desde sus asientos de piel y les hizo callar durante más de seis minutos recriminándoles su actitud y bajándoles de ese altar a donde se han subido. Han pasado ya casi diecisiete años. Severn Suzuki, con 29 años ya, se sentirá decepcionada. Sus hijos verán el mismo espectáculo dantesco que ella presenció, que nosotros presenciamos, consecuencia de la deshumanización de la humanidad. No somos el centro del universo, no somos el ser superior de la mayor creación que jamás se haya visto en el etéreo infinito. Somos una parte más de un lugar que aún desconocemos del todo, del que sólo atisbamos a comprender una mínima parte. Nos comportamos como si fuéramos la perfección hecha realidad. Allá donde escarben, verán defectos por todos lados. Les repetiré eso que tanto han escuchado una y otra vez, y que aún así, cuando lo vuelven a escuchar, fingen descaradamente sorpresa y asombro ante unos hechos que les "indignan". Millones de personas mueren por hambre mientras otras tantas mueren de opulencia. Miles de niños carecen de un hogar digno mientras en otros lugares hay más casas que personas para ocuparlos. No hay agua en África al tiempo que occidente la despilfarra. No hay dinero para medicamentos a la vez que se construyen edificios inútiles, gigantescas y millonarias inversiones para desafiar a la naturaleza y a la física. Hemos entrado en un círculo vicioso de crear-destruir, crear-destruir, un círculo infinito en un mundo finito, un ciclo deshumanizante en una sociedad de humanos. No hace ni un siglo que un hombre llamado Marx revolucionó el mundo luchando por una sociedad mejor, justa e igualitaria, porque aquella de entonces sobrepasaba lo inhumano. Los trabajadores exaltados le siguieron y lucharon por aquello que ciegamente creyeron posible, y lo consiguieron. Mas sólo alcanzado un mínimo objetivo, la revolución se quedó en un eco del pasado que ahora se quiere hacer callar. Pero una cosa es cierta, y muy cierta: el mundo de hoy en día es igual de injusto y desigual que el de aquel por entonces, con la diferencia de que ahora son menos los que sufren. Aún así, llegará el día en que digan basta, se rebelen contra nosotros, y pidan lo que es suyo. Ojalá llegue ya ese momento. Quítense la venda de los ojos, la falsa conciencia de la que Marx habló aún existe.
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