De cara al horizonte: noviembre 2012

domingo, 11 de noviembre de 2012

Filosofía de una carrera: la carrera de la vida

Hay momentos en los que uno piensa en dejarlo todo, en entrar en boxes y bajarse para no volverse a subir. Hay instantes en los que uno siente que ya no hay ni el más mínimo agarre entre el asfalto y la goma, en los que por más que uno pegue hachazos al volante, ve cómo en cada curva está al borde del abismo, rozando la puzolana. Vueltas que se hacen eternas, y cada frenada se clava en el alma dolorida que dice 'basta', incapaz de soportar ni una sola vez más volar a 300 para detenerse a 90 en apenas 100 metros. Y a cada centímetro de asfalto que recorre, la fuerza para pisar el acelerador a fondo se diluye. Pero nunca, nunca hay que renunciar.
Uno siempre ha de agarrarse al volante como si estuviera agarrando su propio alma, con toda la fuerza que sus manos sean capaces, con firmeza y seguridad, aunque no se sienta. Porque en esta vida muy pocas veces se siente realmente lo que se tiene que sentir, pero hay curvas en el circuito que son imposibles de hacer si no se hacen con decisión, con seguridad, aunque no se sienta ninguna de las dos. Nunca se debe pensar, ni en lo más remoto, en entrar en boxes. Abandonar es lo fácil, dejarse la piel en la pista cuando ya está llena de ampollas y heridas es un reto que solo los grandes campeones están dispuestos a asumir, un reto complicado que está al alcance únicamente de aquellos que tienen destrezas inimaginables al volante.
¿Nunca debe entrarse en boxes? Sí, pero nunca para abandonar, sólo para poner nuevos neumáticos y poder seguir adelante y a por todas. Y no se puede estar parando cada dos por tres porque entonces no hay carrera. Descansar, estar triste, darlo todo por perdido... es aceptable siempre que sea algo puntual y no se convierta en la norma. La esperanza, la alegría, el espíritu de lucha deben inundar nuestro corazón.
Y siempre, siempre hay que pisar el acelerador a fondo, aunque cuando lo hagamos nos duela desde el primero hasta el último nervio de la pierna, aunque griten de sufrimiento todas y cada una de las células de nuestro cuerpo. Si hay oportunidad, hay que aprovecharla por pequeña que sea y nunca dudar. Y aun así, como dijera Collin McRae, "If in doubt, flat out".
¿Todo esto para qué? Porque una carrera es muy larga, no se reduce todo a una curva o a unas vueltas, son muchas y muchas vueltas a un circuito que a veces nos es más fácil y otras imposible. Porque en toda carrera hay momentos en los que se sufre, pero si uno se mantiene y lucha, podrá estar para ver los buenos. Y aunque los haya que salgan desde la pole y jamás tengan la más mínima complicación, esos serán los que nunca saborearán el sabor de una victoria conseguida gracias a la dedicación entera del espíritu y cuerpo. Y porque hay que recordar que, aunque no siempre podemos elegir toda la gente que está en nuestro equipo, siempre, siempre hay alguien en él que a través de la radio nos dice: "Keep pushing".

Dedicado a una grandísima persona que vale más que cualquier monoplaza de Fórmula 1 y que algún día cruzará la bandera a cuadros siendo el primero de todos.

Felicidades Juanjo.




viernes, 2 de noviembre de 2012

Cuando Enzo perdonó a Nomadi

De repente, Nomadi no pudo hablar. Había corrido tanto y tan lejos, tan rápido y tan desesperadamente, que no había visto ni siquiera hacia dónde iba. Había dejado que su espíritu se embargara del pánico de una duda estúpida con una pregunta evidente que no quería ver... Pero es que cuando la duda inunda los más profundos recovecos del corazón no hay razón que pueda mediar ante la intensidad de una voluntad que sólo verá su final cuando la irracional lógica del universo pasa de ser un bache en el suelo a un muro en el camino.
De repente, Nomadi se encontró con un gigantesco muro: el de la verdad. Y la verdad era que había corrido durante horas buscando su hogar y, cuando se cansó de mirar sin mirar, echó un vistazo a su alrededor y descubrió que ya no sabía dónde estaba. Eso no era el bosque, ese no era su bosque. Los altos árboles pero separados, las pequeñas charcas y los diseminados arbustos habían dado paso a grandes ramas entrelazadas, tan densas de hojas que apenas unos rayos de sol lograban llegar a tocar el suelo... un suelo tupido de arbustos de todas clases y tipos, de diversas alturas. Allá donde posaba la vista, el pequeño nómada sólo veía verde y más verde, en distintas tonalidades y con distintas formas... pero verde. Y durante unos instantes, la incertidumbre dio paso al pánico contenido, pues Nomadi siempre acostumbraba a encerrar sus sus frustraciones en la dura coraza de su alma: odio, tristeza, desesperación... todos iban acumulándose hasta que cierto día Nomadi no aguantaba más... y ese día, cuando su alma decía 'ya basta', esperaba paciente a encontrar una buena excusa para soltarlos todos. Por el contrario, alegría, felicidad, amor, esperanza... todos ellos salían impulsados desde lo más hondo de las entrañas del pequeño nómada con la fuerza de mil huracanes.
¿Dónde estaba? Escuchó tras de sí el aullido del lobo, lo que significaba que le había seguido. Y durante un instante, se sintió increíblemente culpable puesto que en todo ese tiempo ni siquiera se había preocupado de saber si el lobo estaba a su lado. Cierto era que no eran grandes amigos y que sabía que, en algún momento, sus diferencias los separarían. Pero de momento, ambos compartían la soledad de un viaje que ninguno recordaba dónde había empezado ni en qué lugar tocaría a su fin. Aunque era un nómada del mundo, nunca acostumbraba a olvidarse de aquellos que en algún momento de su larga travesía le habían apoyado.
En ese momento, el lobo llegó y se puso a su lado. En su mirada se reflejaba cierto enojo pero cuando Nomadi acarició su suave y cobrizo lomo el perdón se desprendió de cada uno de sus pelos.
- Gracias... y lo siento-, dijo el pequeño nómada.
El lobo aulló de la forma en que sólo le aullaba a la Luna.
- Sé que por mi culpa hemos dejado el bosque. Lo siento, Enzo... A veces, aunque estés a mi lado, me siento sólo y me dejo llevar... A veces me canso de mi propio destino y decido que quiero encontrar mi hogar-, dijo mientras el lobo lo miraba fijamente. Te prometería que no volverá a pasar... pero te estaría mintiendo.
Nomadi suspiró y se sentó en el suelo. Había dejado atrás el único sitio que conocía... Los búhos, las ardillas, los jabalíes... todos ellos, con buenas o malas intenciones, pero eran caras conocidas, una referencia en su mundo. La 'charca plateada', el árbol solitario, a los pies del cual muchos habían desaparecido bajo sus raíces atrapados enterrados por su propia duda. Antes no tenía un hogar... pero tenía las experiencias que aquellos lugares y animales le dejaban en su día a día, que eran siempre las mismas y nuevas al mismo tiempo. Ya no podía volver... porque un nómada pocas veces da un paso atrás. Lo hecho, hecho está. Con las mismas, el pánico huyó de su cuerpo al ver que la férrea decisión de seguir adelante había hecho acto de presencia. Pegando un brinco y poniéndose de pie tan deprisa que a punto estuvo de tirar al suelo sus flechas dijo:
- Vamos Enzo, hay un mundo que caminar.
Y así, Nomadi y Enzo volvieron a iniciar otro capítulo más de ese viaje sin retorno que es su vida. Y es que errores se cometen muchos y son inevitables, porque la vida es muy larga y hasta los aciertos necesitan descansar. Pero nunca se ha de dejar que el descanso se convierta en eterno... porque ese será el fin de cualquier alma, que estará abocada a la oscuridad de la indiferencia y la tristeza asumida.
Así, un nómada y un lobo siguieron su camino con paso firme y decidido, sin saber hacia dónde, pero sí por qué: para vivir. Recuerda Nomadi: pies en el suelo, cabeza al frente y mirada al cielo... aunque esté cubierto.