lunes, 29 de febrero de 2016
Nomadi y su oscuro reflejo
Es lo que tiene caminar siempre por un camino pero con la vista puesta en otro, que a veces sin pensarlo los pies se dirigen hacia el borde intentando cruzar, y el cerebro súbitamente consciente, da un golpe de realidad e intenta parar el arrebato de sinceridad. Y así, los pies se enredan y uno acaba precipitándose de bruces al limbo entre ambos caminos. Allí estaba Nomadi, tirado en medio de la nada. Había perdido el norte... y el sur, y el este. Lo había perdido todo salvo dos cosas: el férreo y racional convencimiento de volver al camino del que se había salido y el apasionado y sincero deseo de deshacerse de todo y andar, no... correr, casi volar, por donde siempre soñó. Pero ni el deseo era lo suficientemente valiente, ni el convencimiento lo bastante sólido. Avanzó días y noches atravesando matorrales, esquivando árboles, tropezando con obstáculos minúsculos pero que, poco a poco, ralentizaban su avanzar. Y así llegó el día en el que el pequeño nómada decidió que no quería caminar más hasta no saber qué sendero seguir... Un inmenso lago de aguas oscuras y profundas se extendía hasta donde la vista le alcanzaba, justo en medio de ambos caminos. Y es que siempre llega el momento en el que todo nómada debe decidir, porque una cosa es caminar sin saber hacia dónde, algo natural para todo nómada, y otra sin saber por dónde. Tarde o temprano llega el momento de pisar firme, sin dudar. Se hizo la noche... y el día de nuevo, y la noche otra vez. Y allí sigue Nomadi, esperando encontrar la respuesta en el reflejo que un agua densa y oscura devuelve de su propio mirar, buceando en sus ojos para intentar encontrar la verdad que se pega a la suela de sus zapatos y que, como un chicle, ni se despega ni le deja caminar en paz. Vamos Nomadi, decide ya, que en alguna parte Enzo comienza a desesperar y te mira con aprehensión sabiendo que no podrás nadar.
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