Odia las noches que te oscurecen el alma,
las que te envenenan la sangre,
que quema pero no arde,
que desvela sin que haya llama.
Destroza, olvida y borra los segundos
que pudiste evitar pero viviste,
y escupen en tu memoria
como un tributo a tu estupidez.
Llora y grita, guarda en silencio
lo que no quieras decir,
sabiendo que pesa y ahoga
como una soga con la que convivir.
No pienses, sufre y miente,
al final lo olvidarás,
y jamás recordarás ese paso
en falso que te hizo perder.
Hay en cada instante
un trozo de tu vida,
un suspiro que llena de aire
tus pulmones, y luego los vacía.
Y cada suspiro lo sentirás distinto:
unos, un cosquilleo triste
que flota indeciso y trémulo,
como una nota perdida
en una partitura inacabada.
Otros, insípidos, intrascendentes,
transparentes e inofensivos,
que solo pasan por pasar,
por llenar el tiempo con algo que contar.
Otros, nerviosos y alegres,
una ola de agua cristalina
que todo lo inunda y lo llena
con la ilusión de vivir.
Y si al final los quieres contar,
"uno, dos, tres...",
que nunca sea de noche,
porque hay un número ilimitado
de ellas que puedes odiar.