Me recorres desde la suela de los pies
hasta la punta del alma,
me retumbas desde la oscuridad
de mi pecho hasta la luz de mis ojos.
Te siento en el cosquilleo que
ruboriza mis entrañas al respirar,
en los pasos torpes que doy
cuando no me dejas pensar.
Te siento en los tiempos muertos
que me retuercen el estómago,
y me ahogan, me aplastan,
como si por dentro fuera a reventar.
Y si recogieran mi cuerpo en trozos
ninguno de ellos tendrían sentido ya,
porque son un puzle que solo
tú sabes cómo volver a formar.
Te siento tanto que no siento nada
más allá de imaginarte infinito,
de quererte entre silencios,
de gritarte entre suspiros.
Me río por no llorar, porque ya no sé
si es de tristeza o de felicidad.
Me has mezclado tanto por dentro
que yo ya no soy yo, ni fui, ni seré.
Porque has deformado tanto la realidad
que los verbos juegas y me liarán,
y retorcieron mis frases hasta
que las hubieran hecho una calamidad.
Y vengo de aquí para allá sin saber
ni el inicio ni el final, igual que
esta historia que has escrito
sin saber siquiera que se iba a publicar.