De cara al horizonte: noviembre 2011

domingo, 20 de noviembre de 2011

Sentarse a esperarse

Y llegó el momento en el que los golpes ya no duelen, ese momento en el que un bache más o uno menos ya no importan cuando tienes los pies rotos de dar patadas a las piedras; cuando la lluvia o el viento ya no importan porque no hay motivo del que preocuparse. Y en ese momento sólo tienes la opción de seguir el camino con tus pies rotos, con la ropa mojada y el alma en stand by, ese instante en el que hay que intentar mover como sea una roca inamovible que se ha anclado al fondo del mar donde ha encontrado la paz entre las lágrimas de los peces que ya no se pueden notar. También puedes rendirte, pero eso es algo que no se elige, simplemente, sucede.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Por aquellos que van pero no vuelven


Hace tiempo que descubrí tu fachada, que te quité la máscara de apariencia con la que disfrazabas la cruda verdad. Hace tiempo que te conozco y, aún así, no me acostumbro a ti. Me sigues a todas partes, lo llenas todo con tu molesta y estúpida presencia, la de quien quiere estar pero no debe. Y tú, con tus andares petulantes y tu sonrisa malévola inundas mi alma con la rabia de aquello que se va, con la tristeza en el corazón que latía pidiendo un cambio pero que se arrepiente y clama al cielo otra oportunidad. Nunca pensé que fueras a llegar, nunca creí que tu existencia fuera real, te creía una imagen terrorífica de un cuento de hadas mal escrito. Y aquí estás, ensuciando los pinceles con los que pinto mi vida, dejando tu rastro de sucia imperfección en cada detalle, en cada esquina, en todos los recónditos escondrijos de los dibujos que guardo debajo de la almohada, para que cada noche cobren vida y se desprendan de ti. Pero no hay cura sin dolor, esa es la razón, esa es tu razón. Y mientras supura la herida de un corte profundo, los segundos van pero no vuelven, el pasado se queda atrás mientras el futuro me llama ansioso. Mientras el corte aún escuece al aire, espero cada luna llena con la esperanza de que te conviertas en alguna criatura nocturna, en otro personaje de cuento de hadas y desaparezcas. Pero has llegado al final de un capítulo y ya no puedo hacerte desaparecer. Vas a conseguir poner el punto y final, conseguirás llevarte el nombre de las páginas manchadas de café, aquellas que leí intentando permanecer despierto esperando algo, no sé el qué. Y tu aparecerás al final de la obra, y serás un personaje secundario que no dudó en ponerle la zancadilla al principal para tener su minuto de gloria. Has llegado para irte, llevándote contigo algunos de mis dibujos que tu enseñaste. Y aunque ya lo sé, aunque soy consciente, cuando te vayas gritaré, me romperé la garganta y arrojaré mis cuerdas vocales a la tierra, clamando que vuelvas, que des media vuelta y dejes mis dibujos debajo de la almohada, que recojas los jirones en los que convertiste mi sábana. Y con el corazón en la mano te rogaré que lo recojas todo y te vayas para no volver más. Estás haciendo las maletas, y de reojo veo que me dejarás con una mano delante y con otra detrás, lo suficiente para dar un puñetazo sobre la mesa y jurarte que nunca volverás. Mientras, vivo temiendo el momento en el que escuche el portazo que darás un aciago día de verano que nunca podré olvidar.