De cara al horizonte: 2018

miércoles, 10 de octubre de 2018

Ahora

Ir tan alto que el
oxígeno me falte,
y allí ser tan feliz
que el oxígeno me sobre.

Mirarte de reojo y
dejar de pensar,
sentir que algo me
arrastra a la muerte cerebral
racional.

Ahogarme con los
hormigueos en las manos
por quererte agarrar
para no soltarte jamás.

Tocarte y descubrir
que la piel es mi
órgano preferido,
bueno, el segundo,
no vamos a mentir.

Vivir sin un plan,
solo por la aventura
de no saber qué
pasará mañana al despertar.

Escribir sin más,
amordazando al cerebro
y enredando el papel 
entre mis venas y nervios,
dejando que mi cuerpo
decida que palabra va...
ahora.

jueves, 22 de marzo de 2018

El científico loco

Qué es la valentía si no se es valiente, si no coges la hoja del diccionario por la letra v y haces con ella un avión de papel en el que metes tus sueños y los lanzas al aire con todas tus ganas para ver hasta dónde llegan. Qué sería de la libertad, nada más que una palabra bonita, si no empezáramos por definirla como nos diera la gana, usarla cuando quisiéramos y traducirla a otros idiomas con sonidos inventados. Qué sería de los principios, de la vida, que es en sí caos y cambio, si nuestra vida no fuera en sí un cambio permanente, una voluble y concienzuda expresión de nuestro yo más intenso e interno, y al mismo tiempo, un terco y definido reflejo de una ambición clara. Ay, qué sería de la felicidad si no la buscáramos a costa de todo y de nada, si no la persiguiéramos pertrechados con tantas armas que nos hicieran daño hasta en el sentido común, si no dejáramos volar nuestra imaginación tan lejos que la razón apenas pudiera seguir su camino, ni siquiera su estela, ni siquiera el rastro en el recuerdo de aquellos que la vieron pasar. Qué sería de tantas cosas si no las hubiera visto en ti, si no me las hubieras contagiado, inculcado, contado, demostrado, a veces negado o renegado, si no las hubieras llevado grabadas tan a fuego en tu piel que hasta las células las sienten. Qué sería de mí, más que un nombre, un DNI, si no fuera por ti. Y qué contento estoy de mí, por ti, porque hasta las cosas en las que no nos parecemos me gustan, bien porque me gustan en ti, bien porque el hecho de que las personifiques las han borrado de mi ser. Eres como la probeta gigante de un científico loco que olvidó la ciencia y cuya única hipótesis es que la vida está para vivirla. Gracias por enseñarle al mundo, por enseñarme a mí que equivocarse puede ser bueno y que ser feliz es algo tan impagable que merece la pena arriesgar hasta lo que uno no tiene por el mero hecho de poder tenerlo todo. Gracias, porque solo pensar que estás ahí, que te tengo de ejemplo de tantas cosas buenas y, seguramente, para que no me corrijas llena de humildad, malas; es el mayor regalo que me has dado nunca. Y te lo recuerdo hoy, en el día de tu cumpleaños. Qué egoísta soy. Justo eso no lo aprendí de ti.

Felicidades mamá.


miércoles, 28 de febrero de 2018

Perdiendo el norte

He perdido el norte, también el sur,
me he perdido tanto que lo único
que encuentro en este puto mundo eres tú.

Y no sé si la brújula ya no funciona
porque eres tú el imán que ha convertido
su manecilla en un juego de azar.

He quemado los mapas
con el fuego que arde
en mis manos, en mi pecho
cada vez que te veo.

He pensado que mejor
no vuelvo a pensar nunca más,
que me arranco el cerebro
y ya, si quieres, lo puedes tirar.

He arrancado de mi sangre
toda voluntad que no sea
ser feliz cuando sonríes.

Pero aún queda un amargo
aroma a miedo cada vez
que de tu boca sale un silencio.

Y aun así, pese al miedo,
pese a tus silencios
y a los silencios,
a tu rebeldía
y a la rebelión
de un mundo que se
revuelve contra mí
sin aparente razón.

Aun así, joder, qué feliz soy,
solo con sentir que estás ahí,
que aunque no sepa a dónde,
ya sé que solo no voy.

miércoles, 14 de febrero de 2018

El día en que Nomadi encontró su hogar

Bosques frondosos, mar abierto, acantilados tan altos que el vértigo absorbía el oxígeno de su cerebro y la valentía huía de su pecho por sus piernas dejando un cosquilleo nervioso al borde del miedo. Nomadi había visto de todo, había viajado tanto que sus pasos formaban ya una historia en la que el principio parecía muy lejano y el final era incierto. Nomadi viajaba y viajaba, pero nunca encontraba un sitio al que llamar hogar. Y hablaba con las criaturas que habitaban cada lugar, acribillándoles con preguntas, secuestrando su tiempo y obligándoles a formar de su causa perdida. Y escuchaba a las plantas, al mar y al viento. Pero nadie tenía la solución. Al final, siempre pasaba lo mismo: la frustración llenaba a Nomadi de un dolor de fondo, como un ruido en forma de zumbido que llenaba los silencios de su vida. Y abandonaba ese lugar, recordando a todas las criaturas que había conocido y dejándolas atrás, emprendiendo de nuevo su camino solo.

Y Nomadi viajó y viajó, buscando su hogar. Dejando atrás conversaciones, historias y vidas enteras, y emprendiendo de nuevo su interminable travesía solo. Hasta que un día Nomadi, al borde de uno de sus acantilados, a punto estuvo de encontrar la muerte. El azar quiso que encontrara tierra firme de nuevo en vez de precipitarse al abismo. Y en esa fracción de segundo en la que la vida pasa por delante como una película con protagonista e inesperado final, comprendió la verdad. El mundo era su hogar, pero no el mundo de los árboles, ni las piedras, ni el mar, sino el de los búhos, las serpientes, los leones y las cucarachas. El de las vidas de todas aquellas criaturas que le habían regalado su tiempo para ayudarle, a las que había conocido en medio de su interminable viaje. Así, Nomadi aprendió que el mundo es solo eso: infinitas partículas y átomos a los que el tiempo ha dado múltiples formas. Y que su hogar habita en las personas que dan forma a ese mundo, que lo habitan, que nacen, viven y mueren, dando su espíritu a una historia mucho más grande que la de su individuo: la del universo.

Ahora Nomadi comprendió que lo que importa no es a dónde ir, sino con quién. Y en lo alto de otro acantilado divisa el mar. La noche cubre el bosque iluminado por diminutas luces, la de las criaturas que lo habitan y que son su hogar. Pero Nomadi ya no está solo, vuelve a viajar acompañado y llevando a cuestas su hogar. Hola Yoko, bienvenido a este interminable viajar.