martes, 18 de mayo de 2010
Arena también
Hace tiempo que relleno silencios con ruidos innecesarios, que garabateo ansiosamente papeles en blanco, que inundo el tiempo con hechos baldíos. Hace ya demasiado tiempo... Pero hoy, después de tantos años, el cansancio ha hecho mella en mí. La férra vigilancia que había establecido, tratando de impedir que la verdad llegara a mi conciencia, ha flaqueado. Y ella no ha aprovechado el descuido, entrando al galope, arrasando con todo y con nada. El silencio se ha vuelto verdad sonora que incomoda mis tímpanos como moscardón veraniego, las hojas se han rellenado de palabras escurridizas que escapan a mi goma cuales ratas callejeras. Y las ratas me llevaron a la playa, donde pasé el tiempo cogiendo la arena una y otra vez, viendo como se escurría entre mis dedos otra vez y una. Al fin, me convertí en piedra sin percatarme y, más tarde, en arena. Al fin, yo fui la arena que un día intenté coger. Al fin seré la arena cogida por otro que, en su vano intento de retenerme en sus manos, se convertirá en arena también. Así es como cae un imperio. Así se derrumba un castillo de naipes.
martes, 11 de mayo de 2010
Un payaso de segunda
Caminaba lento, despacio, entre la multitud. Y de pronto, sin previo aviso, el cristal se rompió. Miles de pedazos saltaron por los aires y rasgaron el cielo, que comenzó a llorar. Miró austado, sin apenas respirar, a su alrededor. Nadie se había percatado. Pero los restos de su alma yacían en el suelo. Y entonces sintió el vacío, la angustia, la opresión. Sintió dentro de sí que se encogía, lenta pero inevitablemente, hacia la desaparición. Entre el llanto del cielo, el de sus lágrimas, recogió los cristales rotos. Y al cogerlos, de su piel emanaban rosas, miles de rosas. Y cuantos más cristales cogía, más rosas acababan en el suelo, y al mezclarse con el agua se difuminaban, coloreando el suelo de rojo pasión, de rojo dolor. Un trueno a lo lejos, un rayo en el cielo. Las nubes protestaron ante el dantesco espectáculo. El payaso se retiró, avergonzado, y sólo quedó la carpa, que al final cedió y cayó sobre un rosal diluído que yacía en la acera. Pasaron los días, los años, y un día alguien levantó la enorme carpa de cristal. Debajo, sólo agua, roja agua. En ella, el amargo sabor del dolor perdido. En el aire, el sonido de un lamento sordo y eterno.
martes, 4 de mayo de 2010
Modo sombra On/Off
Estaba deprimida, estaba agotada, estaba que no estaba de lo cansada que estaba de estar. Hasta el viento le parecía horrible y desastroso, con sus manazas llenas de dedos dispuestos a imponer el caos en su pelo. Las nubes que cubrían parte del cielo eran un monstruo venido de los abismos para encapotar sus sueños. La multitud era como una gran masa de problemas que la agobiaban y la empujaban al malhacer, a dejar la tapa de la mermelada mal cerrada, el grifo medio abierto y las puertas goteando, a la dejadez y la desdicha de la desgana. Qué desesperación tan patética... Pero al doblar la esquina todo cambió. Las notas flotaban en el aire y como un hilo de partitura entraron por un oido y salieron por el otro, dejando su felicidad dentro y llevándose la basura que el basurero olvidó durante semanas. Un simple acordeón acompañado de un violín estaban en medio de la inmensa plaza, en el centro de la marabunta, iluminándolo todo con su alegría, su desenfado y su despreocupación. Quizás parezca tonto, pero casi sintió hasta ganas de bailar. Y entonces el viento dejó de ser el malvado peluquero manazas y se convirtió en un liberador de cabellos reprimidos. Las nubes pasaron a ser las perfectas protectoras que dejaban un día luminoso sin que el Sol molestara a la vista, y la multitud una divertida yincana que hacían del tedioso camino al trabajo una experiencia única. Alguien en algún lado se ha dado cuenta de que tenía la linterna en modo oscuro y lo ha cambiado a modo luz. Qué distinto se ve todo ahora y qué igual es el objeto a observar.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)