En medio de la oscuridad
pesan más las palabras,
se caen y, con gran estruendo,
el suelo consiguen resquebrajar.
Cuando todo es negro
y los ojos nada ven,
enmudece la lengua,
ahogando el alma en gritos.
En la noche, las palabras queman,
y allá donde cicatrices hubiera,
escuecen, se abren de par en par,
y la sangre enturbian y envenenan.
Nada se ve, nada se escucha,
y temerosos, nadie nada dice
cuando, tumbados boca arriba,
esperamos el sueño con desdicha.
Cuán ridículo se siente
una palabra en la oscuridad,
qué lógico a veces parece
derramar una lágrima, suspirar.
Cruel y paradójico es
pensar en qué decir
cuando nadie puede escuchar.
Estúpido, ilógico y fácil,
tragarse las palabras
en medio de la oscuridad.
Se caen, se desmoronan,
del cuello tiran,
en el alma se amontonan,
hasta que en la noche se pierden
y dejan su amargo sabor en el paladar.
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