Qué poco hay que decir
cuando las palabras no valen nada,
y es mejor rendirse y solo sentir.
Qué inútiles los pensamientos,
cómo duelen los recuerdos,
cuando el pasado se escapa
y el futuro no quiere llegar.
Y un día, una caricia basta
para cubrirlo todo con felicidad,
para estremecer el alma
y darle alas para volar.
Latidos que se resuenan
con el eco del dolor,
llorando qué bonito es amar
cuando hay una razón.
Qué inservible el tiempo
cuando solo pasa,
qué estúpida el alma
cuando es simplemente una tela
sobre el cuerpo moribundo de la pasión.
Se quiebra el viento como una hoja seca
cuando se escapa en un suspiro de frustración.
Un recorrido lento que, por dentro,
revuelve las palabras que se marchitan
y se pudren, encerradas sin compasión,
cuando la felicidad abrió sus alas y voló.
Y cada latido retumba y arrasa,
vibra contra el cuerpo que se vuelve a estremecer,
y el corazón sigue corriendo, soñando
con volver a encontrar los colores
que inundaron un lienzo de pura emoción.
martes, 20 de junio de 2017
domingo, 18 de junio de 2017
Las (p)rutas p(r)isas
Abrirse en canal, sangrar,
buscar un bote para
poderlo guardar.
Agitarlo con timidez
cuando nadie puede mirar,
o callar y gritar por dentro,
¿qué más da?
Es casi lo mismo, es casi igual.
Recuérdalo cuando te palpite la sien
cuando te quemen las venas
y sepas por qué, o sepas por quién,
y comprendas que ese cosquilleo inquieto
que te desvela y te rompe por dentro a la vez
no son los monstruos de la razón,
sino el llanto incompleto
que a nadie dejaste ver.
Dónde están ahora tus risas enlatadas
y tus caras de payaso estúpido,
cómo te vas a engañar otra vez
cuando ya nadie te cree,
cómo contarle a un sordo
que lo que oye no es nada
sino el todo, aquello que se remueve en su alma
y no le deja soñar.
Corre tan lejos como puedas y déjalo atrás,
imagina que lo podrás olvidar
mientras notas, sin saberlo, en el peso de tus pasos
que la sombra de tu infelicidad
ha impregnado la suela de tus zapatos,
la firma de un autor que escribió sin saberlo
el principio de su fin sobre un suelo mojado.
buscar un bote para
poderlo guardar.
Agitarlo con timidez
cuando nadie puede mirar,
o callar y gritar por dentro,
¿qué más da?
Es casi lo mismo, es casi igual.
Recuérdalo cuando te palpite la sien
cuando te quemen las venas
y sepas por qué, o sepas por quién,
y comprendas que ese cosquilleo inquieto
que te desvela y te rompe por dentro a la vez
no son los monstruos de la razón,
sino el llanto incompleto
que a nadie dejaste ver.
Dónde están ahora tus risas enlatadas
y tus caras de payaso estúpido,
cómo te vas a engañar otra vez
cuando ya nadie te cree,
cómo contarle a un sordo
que lo que oye no es nada
sino el todo, aquello que se remueve en su alma
y no le deja soñar.
Corre tan lejos como puedas y déjalo atrás,
imagina que lo podrás olvidar
mientras notas, sin saberlo, en el peso de tus pasos
que la sombra de tu infelicidad
ha impregnado la suela de tus zapatos,
la firma de un autor que escribió sin saberlo
el principio de su fin sobre un suelo mojado.
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