Abrirse en canal, sangrar,
buscar un bote para
poderlo guardar.
Agitarlo con timidez
cuando nadie puede mirar,
o callar y gritar por dentro,
¿qué más da?
Es casi lo mismo, es casi igual.
Recuérdalo cuando te palpite la sien
cuando te quemen las venas
y sepas por qué, o sepas por quién,
y comprendas que ese cosquilleo inquieto
que te desvela y te rompe por dentro a la vez
no son los monstruos de la razón,
sino el llanto incompleto
que a nadie dejaste ver.
Dónde están ahora tus risas enlatadas
y tus caras de payaso estúpido,
cómo te vas a engañar otra vez
cuando ya nadie te cree,
cómo contarle a un sordo
que lo que oye no es nada
sino el todo, aquello que se remueve en su alma
y no le deja soñar.
Corre tan lejos como puedas y déjalo atrás,
imagina que lo podrás olvidar
mientras notas, sin saberlo, en el peso de tus pasos
que la sombra de tu infelicidad
ha impregnado la suela de tus zapatos,
la firma de un autor que escribió sin saberlo
el principio de su fin sobre un suelo mojado.
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