Hace algún tiempo, el universo dio lugar a algo singular y único. Desde su mismo origen, ha inundado la más profunda oscuridad con la intensidad de sus rayo e incluso fue capaz de dar a luz vida. Desde entonces, de forma incansable y sin pedir nada a cambio, todos los días inunda la vida de sus criaturas con una luz fuerte, brillante y tan intensa que es capaz de teñir de esperanza los momentos más tristes. Jamás ha reclamado nada, siempre ha dado todo hasta la extenuación y más allá, desdibujando las líneas de lo humanamente posible, rompiéndolas y haciéndolas añicos. Hace mucho tiempo, el universo dio lugar a algo singular y único, un astro de inmensa energía que inundó la Tierra de luz y vida.
El Sol y tú os parecéis mucho, pero a ti puedo abrazarte sin temor a quemarme. Puedo preguntarte cuando no sé qué hacer, un mero hecho capaz de regalarme una paz de espíritu inmensa. Sé que estás ahí aunque haya más de mil kilómetros entre nosotros. Todos los años te doy las gracias, pero cada año la palabra palidece al lado de todo lo que has hecho y haces por mí y por nosotros cada día de tu vida.
Eres maravillosa, increíble y única, y cualquier cosa que intente regalarte es insignificante en comparación con todo lo que me has dado a mí. El solo hecho de sentir que por mis venas corre tu sangre, esa que te ha empujado a explorar los límites de lo imposible, a cuestionarte el mundo contra viento y marea, hace que sienta una mezcla de orgullo y satisfacción que es el mejor regalo que puedo tener. De momento, no puedo darte nada a cambio, salvo dejarte mi vaca sagrada. Y decirte cuánto te quiero.
Felicidades mamá.
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