No sé cómo expresarlo. Este finde ha sido algo duro. El sábado, cuando me levanté, recibí una mala noticia. Un amigo mío de Gijón había muerto. Un chaval de 16 años, con el que tuve mis más y mis menos, como siempre cuando se es pequeño, pero a fin de cuentas compartimos muchos momentos de mi infancia, había muerto. Creo que aún no he llegado a comprender la magnitud del hecho en sí, pues todavía no he llorado de desconsolación, apenas dos o tres lágrimas brotaron de mis ojos cuando me enteré. No sé si es que soy fuerte o si, por el contrario, y lo que más miedo me da, es que me he vuelto insensible. Sin embargo, en todo el día casi no articulé palabra, enfrascado en mis pensamientos silenciosos, en mi mundo. Quizás temiera que el hecho de hablar, de rasgar el silencio, hiciera que la realidad volviera a mí, cruda y despiadada. Quizás pensara que cualquier cosa que pudiera decir en ese momento fueran meras banalidades.
Y aún, dos días después, sigo poco a poco asimilando que ya nunca lo volveré a ver. Nunca más, cuando vaya a Gijón, iré a su casa a hablar con Cristina y estará el allí, nunca más volveré a ver cruzar su moto yendo al club de tenis. La muerte le esperaba en una curva, maldita curva. Un sólo instante, una curva, un coche, un muro. Un corazón rebosante de vida, fuerte y vigoroso, se detiene. Un sólo instante, se hace el silencio, silencio eterno. Un sólo instante. Su pérdida se siente, se palpa, en la distancia. Allí donde estés, Pedro, adiós. Mientras una sóla persona recuerde en su memoria, albergue y cuide con mimo los momentos que disfrutaron a tu lado, mientras sóla una persona recuerde que fuiste, con tus defectos y tus virtudes, una buena persona con un gran corazón, tu recuerdo permanecerá vivo. Adiós, Pedro. Descansa en paz.
lunes, 29 de junio de 2009
jueves, 18 de junio de 2009
Alma
Cielo azul, cálida mañana. Intento unir los trozos de mi alma, mi alma rota, despedazada. Nunca fui capaz, nunca pude y nunca podré. Me pasaré la vida haciendo siempre el mismo puzzle, porque nunca conseguí mantenerlo unido. Poco a poco, mi puzzle se deshace inexorablemente. Cada día lucho contra la realidad, y esa lucha me cuesta mi alma, que se debilita, se entristece, se vuelve melancólica. Y entonces llega un día en que no puedo aguantar más, la realidad, cruda realidad, irrumpe demoledora, furiosa, como caballos desbocados, que en su trotar arrasan y despedazan mi alma. Esa noche lloro. Lloro mientras busco entre un mar de escombros de mi ser los trozos de mi alma. Y las junto. Y me pregunto cuánto durará. Y en medio de la noche escucho un lamento desgarrado que me adormece. Quizá sea un pájaro pidiendo libertad, quizá sea mi alma clamando eterna paz.
martes, 16 de junio de 2009
El último vals
- La última, por favor.
Sus ojos rojos, hinchados, lastimosos, suplicando una última vez más.
- Agárrame la mano.
Se miraron el uno al otro. Ella, hermosamente anciana; él, cansado, moribundo.
La música sonó, y un bello vals, su último vals, comenzó. Las notas del violín desgarraban el silencio, como la música desgarraba los recuerdos de él, como sus lágrimas al surcar su envejecido rostro. Cada acorde, una lápida, una losa que lo enterraba más, que lo sumergía en la oscuridad. Cada compás, un recuerdo, cada nota, un instante. Cada momento allí agarrados era miel y hiel, consciente de que cada silencio que dejaban atrás suponía un paso más hacia el final del vals, del último vals. Él, enamorado, y ella, impotente, aterrorizada, aferrando contra su pecho esa mano, el último lazo que la unía a él, a su vida, temiendo que de un momento a otro la melodía cesase, la vida terminase, y tuviese que llorar, esta vez, al lado de un cuerpo inerte. Y así pasaron segundos, minutos, quizás horas. Y el violín se fue apagando, diminuendo, el arco acariciando vagamente la cuerda, la vida resistiendo cansada la lucha. Y el violín cesó. El vals acabó. Se hizo el silencio, los recuerdos, fotogramas que pasaron mientras la música sonó, se desvanecieron en la oscuridad, en la oscuridad de la mente, en la oscuridad de la muerte. Y cerró los ojos. Allí, tumbado en la cama, yacía el hombre que durante años le regaló cada instante de su vida. Y el violinista se levantó, saludó y se fue. Y ella soltó la mano, lo miró por ultima vez, y en un leve murmuro, le susurro al oído:
- Gracias.
Sus ojos rojos, hinchados, lastimosos, suplicando una última vez más.
- Agárrame la mano.
Se miraron el uno al otro. Ella, hermosamente anciana; él, cansado, moribundo.
La música sonó, y un bello vals, su último vals, comenzó. Las notas del violín desgarraban el silencio, como la música desgarraba los recuerdos de él, como sus lágrimas al surcar su envejecido rostro. Cada acorde, una lápida, una losa que lo enterraba más, que lo sumergía en la oscuridad. Cada compás, un recuerdo, cada nota, un instante. Cada momento allí agarrados era miel y hiel, consciente de que cada silencio que dejaban atrás suponía un paso más hacia el final del vals, del último vals. Él, enamorado, y ella, impotente, aterrorizada, aferrando contra su pecho esa mano, el último lazo que la unía a él, a su vida, temiendo que de un momento a otro la melodía cesase, la vida terminase, y tuviese que llorar, esta vez, al lado de un cuerpo inerte. Y así pasaron segundos, minutos, quizás horas. Y el violín se fue apagando, diminuendo, el arco acariciando vagamente la cuerda, la vida resistiendo cansada la lucha. Y el violín cesó. El vals acabó. Se hizo el silencio, los recuerdos, fotogramas que pasaron mientras la música sonó, se desvanecieron en la oscuridad, en la oscuridad de la mente, en la oscuridad de la muerte. Y cerró los ojos. Allí, tumbado en la cama, yacía el hombre que durante años le regaló cada instante de su vida. Y el violinista se levantó, saludó y se fue. Y ella soltó la mano, lo miró por ultima vez, y en un leve murmuro, le susurro al oído:
- Gracias.
lunes, 15 de junio de 2009
Hielo
Enfrentarse a los miedos, cara a cara. Asusta. Hace tiempo que me quedé allí, en medio del hielo. El tiempo pasaba, y mis esperanzas se derretían. No podía verlo,no quise mirar. Ahora, en una isla, isla que se desvanecerá, he abierto los ojos aunque no quiera. Y miro al frente, y solo veo agua, agua muy fría. No quiero nadar, lanzarme de cabeza. Pero ya no hay marcha atrás. Ahora me arrepiento. Me frustra, me asusta no ser yo quien pueda decidir, no controlar mi nave, pensar que puede vagar a la deriva sin que yo pueda evitarlo. Es algo que no entiendo, que me resisto a comprender. Quiero saber todo, poder hacer de la vida un número, un número comprensible. Pero ya no, no si quiero vivir. Y lloro, no quiero. Mas el hielo no aguanta. Y me lanzo, sin pensar, sin mirar. Y el agua está fría. Y no sé por qué. Pero no puedo saberlo. Hay cosas que no se pueden aprender, que no se pueden enseñar. Llorar, amar, no tienen fórmula. Y llego a la orilla. Y veo mi isla hundirse. Y suspiro. Me alegro. Hay cosas que son, sin más. No tener que saberlo todo, que todo no dependa de tí, miedo, pero también alivio. Si me equivoco, mi vida es un error, mi existencia un fallo. Pero hay cosas en las que no puedo fallar. Ahora me doy cuenta, ahora es cuando no quiero saber nada. Y ahora noto la ropa, la ropa mojada, que se ciñe a mí, y me recuerda el frío del agua, la soledad de la isla. Me limito a saber, a conocer aquello que es posible. Pero ahora amo, lloro y siento, sin más. Porque amarte no tiene fórmula. Quizás sea duro, quizás sea bueno, pero al menos es, sin más, irracional. No quiero saberlo todo, perdón, algo he de saber. Pero no quiero entender por qué te amo. Porque de saberlo, lo conocería, y de conocerlo, decidiría, y eligiendo fallaría, y podría dejar de amarte. Mejor así. Porque hay cosas que no se entienden, porque hay cosas que se sienten, y no se pueden saber. Siente, conoce, mezcla. En fin, vive. Y ama.
http://www.youtube.com/watch?v=I0tMmsUEGOY
http://www.youtube.com/watch?v=I0tMmsUEGOY
martes, 9 de junio de 2009
Vivir
Y allí estaba, a las dos de la tarde de un domingo de septiembre, contemplando el presente y añorándolo, añorando aquello que en minutos sería recuerdo, echando de menos lo que aún tocaba con mis manos. Mirando aquí, allá, arriba, abajo, recordando en un minuto once años de existencia. Llegado el momento, dije adiós, un adiós del que me arrepentí toda mi vida, un adiós inconscientemente débil, frío, casi rencoroso, quizás por la tristeza o por el miedo. Una vez sentado, mirando atrás, intentando lo inevitable, queriendo parar aquello que ya ocurría. Y lo ví. Amor, pasión, locura, tristeza, alegría, consternación, odio, rencor... sentimientos. Y abrí los ojos, y me dí cuenta de cuán engañado estaba, de cuánto ignoramos lo que de verdad es la vida, de cómo los sentimientos, que son fin, se convierten en medio, en herramienta. De cuán fríos somos, ignorantes del momento, del ahora, ilusos del futuro. Quiero amar, enloquecer y entristecer, odiar y sentir el momento. Quiero ser humano. Quiero vivir. Aunque solo sea cinco minutos, valdrán toda una vida.
domingo, 7 de junio de 2009
Tormenta.
La oscuridad cubre el cielo, cielo roto. Los rayos iluminan en apenas un instante el mar infinito. Y en medio, el barco, mi barco. La mar, furiosamente bella, ruge por engullir cuanto queda de mí. Y mientras, el timón, vacío. No soy yo quien dirige la nave, no soy yo quien la controla. La tempestad, ansiosa, espera. Yo, impotente, cuento los segundos para yacer en el fondo, junto a los hierros de mi barco. Mis intentos de agarrar el timón son inútiles. Estoy a merced del viento y espero mi destino sentado, de cara al horizonte. Escupe, imbécil, entrega a la oscuridad aquello que te ilumina, lamenta eternamente el momento en que perdiste las riendas.
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