Como un suspiro ruidoso en medio de un salón silencioso, como una cara sonriente en un mar de entrecejos fruncidos. De aquí para allí, de allí para allá, tanta gente, entre tantas personas con sus bocas llenas de saludos y secretos, de alegrías y emociones compartidas. Y sin embargo, no había nadie. Sola. La propia sonoridad de la palabra retumbaba en su cabeza y la apabullaba. ¿Por qué? ¿Alguna vez iba a dejar de sentirse sola? En su largo caminar la acompañaban muchas personas, a muchas de las cuales tenía un gran cariño. Y, sin embargo, a veces tenía la sensación de nadar a contracorriente, de pelear contra el mundo en una batalla horriblemente desigual, uno contra uno, pero un uno muy grande, no el suyo desde luego. Había ocasiones en las que una terrible desazón llenaba sus pulmones hasta casi hacerlos estallar, y corría a buscar un oído que la pudiera consolar, pero no había boca que encontrara las palabras que pudieran ayudar. De hecho, había momentos en los que un maullido de Eduardo podían valer más. Y así prosiguió su camino, intentando saciar su inconformidad, conociendo a gente a cada paso que daba, en cualquier lugar, entablando con ellos conversación y, a veces, hasta amistad. En medio de su frenesí nunca llegó a escuchar cómo Eduardo le quería contar que el alma es un lugar inexpugnable donde nadie puede llegar a entrar. Aún se escucha a Eduardo maullar mientras Silvia reparte "holas" sin parar.
1 comentario:
Qué triste...jo!
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