De cara al horizonte: septiembre 2011

jueves, 22 de septiembre de 2011

La mierda de debajo de la alfombra

Bien y mal, mal y bien. Va por la vida intentando siempre saber si actúa como debiera o si está metiendo la pata tan hondo que pueda llegar a manchar su jersey nuevo. Está loco, desquiciado de tanto pensar lo que hace y dice, lo que dijo e hizo, lo que hará y dirá. Lo último que él quiere es causar daño a nadie y, sin embargo, a veces lo hace. Entonces cae abatido ante la impotencia de querer saber por qué y no encontrar sino más preguntas sin respuesta. Y cuando aún no ha acabado con una, ya está la siguiente rondando su cabeza, buscando un buen sitio donde posarse y sembrar la duda y la incoherencia. Al final, acaba por desistir, por ocultar toda la mierda bajo la alfombra y esperar que al despertar, los bultos desaparezcan sin más.
Al abrir los ojos, todo sigue igual. Y en su búsqueda del bien y el mal se topa con la escurridiza verdad. Remueve la casa, lo pone todo patas arriba, mas la verdad no se busca ni se tiene, la verdad a veces ni siquiera existe. Pero él no atiende a razones ni a sinrazones, él sigue pensando cada paso que da con la intención de no pisar demasiado fuerte, no sea que rompa la baldosa o esta se pueda quejar.
La gente le mira extraño cuando lo ve dudar bajando los escalones, cuando nota en su mirada el debate interno de su mente ante las más simples preguntas. Y entre tanta verdad, entre tanto bien y mal, nunca se dará cuenta de que las cosas no son, las cosas fueron o están siendo. En una película, puedes pensar si lo que ya has visto estuvo bien o mal, pero quizás por culpa de ello te pierdas la mejor escena, y quizás nunca te des cuenta del grandioso final porque quieres adivinarlo antes de que llegue a empezar.
Pobre Pablo, ni siquiera se da cuenta de que está viendo una película. Está más preocupado en no infligir demasiado daño al sofá.

martes, 13 de septiembre de 2011

El secreto de las sábanas

Las noches son para dormir, no para estar despierto. Y por eso se enoja a la Luna, que se enfada al ver que todos se van cuando ella llega. Pero, noche tras noche, siempre hay alguien que la acompaña. Un grupo de adolescentes que busca diversión en el fondo de botellas de alcohol barato; un solitario treintañero que pretende hallar en ellas el amor que no encuentra, que quizás encontraría si apartara la vista del posavasos y clavara la mirada en la camarera que todas las tardes repasa mentalmente las palabras con las que engatusarle y que se hielan al verle entrar, que se derriten en las copas que le sirve. Noche tras noche, la Luna disfruta de la presencia de cientos y cientos de personas, que en la oscuridad buscan tapar los recuerdos que durante el día no consiguen olvidar. Cientos y miles de caras, de ojeras moradas que al día siguiente originan sospechas y rumores allá por donde van. Tantas y tantas almas insomnes que no encuentran consuelo entre las sábanas de su cama, a quienes el canto de las sirenas no adormece, sino que atormenta. Pensamientos que fluyen, pesadillas que esperan agazapadas bajo la almohada, esperando que aquellos incautos que ceden ante el peso de los párpados apoyen sus cabezas y abran el corazón a sus más horribles temores. Preguntas sin respuesta, respuestas que buscan preguntas a las que responder. La noche es un territorio extraño en el que uno puede encontrarse lo mejor, disfrutar de los más dulces momentos, de fantasías oníricas sin límites ni explicación, de sufrimiento sin razón. La noche es el momento para aquellos que dudan, los que aman, los que piensan demasiado, aquellos que sufren, que disfrutan, quienes creen que el día es demasiado corto y sus ocupaciones demasiado apremiante. Es el momento para que todos ellos busquen aquello que anhelan, es el instante en el que se dan cuenta de que deberían estar durmiendo, dejando que sus deseos más censurables salgan de la cárcel que la inteligencia les ha impuesto para resolver los desaguisados que la razón ha causado. Y eso lo sabe la Luna, pero no se lo dice a nadie, ni siquiera a las estrellas. No quiere que descubran el secreto de las sábanas y todos se echen a dormir, dejándola a ella sola en medio de tantos planetas que la miran con recelo por ser tan pequeña y bella.

sábado, 10 de septiembre de 2011

La caja de Leyre

Últimamente ya no sabe cuándo tiene que reir o llorar, cuándo soltar una carcajada tan sonora que rompa el espacio que la rodea, cuándo encoger su habitación hasta convertirla en una caja pequeña que aprisiona su corazón y ahoga sus pulmones. Ha perdido su manual de instrucciones y ya no recuerda cómo tenía que hacer para reiniciarse, para dejár atrás esa locura transitoria que lleva ya demasiado tiempo transitando por su cabeza. El cielo, mientras, sigue a sus asuntos. Y a pesar de ser verano, alterna días de inmenso calor y grandes nubes negras con otros en los que el Sol cubre todo el horizonte, desconcertado ante la idea de sonreir con más ganas que nunca y sentir que todos a su alrededor tiritan de frío, quizás de miedo algunos; otros, por un exceso de café. Y así sigue ella, la pobre Leyre, intentando hacer coincidir sístole y diástole a su debido tiempo. Por las noches se tumba en la cama y se pone a llorar, porque no hay nana que pueda dormirla, que haga que sus ojos se cubran de una fina capa de sueños sin que antes den mil y una vueltas atolondrados por el zumbido incesante de su cabeza. Y, es entonces, cuando no sabe si encoger su habitación hasta convertirla en una caja pequeña que aprisona su corazón, si meterse debajo de las sábanas e ignorar el brillo de las estrellas; o si debe saltar en la cama hasta oir los muelles gritar de diversión, abriendo puertas y ventanas, extendiendo los límites de su alma más allá de lo que el Cielo y la Tierra pueden abarcar, restregándose las lágrimas por su cara a modo de bálsamo hidratante, de brillo de ojos. Con tanta actividad, acaba por rendirse extenuada a los encantos de Morfeo, sin saber aún si al despertar, el Sol llenará de calor la Tierra, si al abrir los ojos debe dejarse llevar llevando o resistirse pataleando en su pequeña caja de cristal.