Se miraron a los ojos:
ella, sonrisa desgastada,
dientes alicaídos,
derrota en su mirada.
Él, oronda barriga,
oronda como su alma;
corazón de hierro,
voluntad de paja.
Se vieron el uno al otro,
con los ojos mudos,
y comprendieron con enojo
que ya no eran uno.
A pesar del tiempo,
de lo ancho recorrido,
de los obstáculos superados,
del dolor vivido.
A pesar de la fe,
de la inercia de la vida,
del incesante discurrir del tiempo
que todo y nada olvida.
A pesar de los pesares
y de los frutos de su amor,
comprendieron que no siempre
es suficiente amar sin condición.
Y la llama se apagó
como se extingue una estrella,
dejando de su grandiosidad
una luz que parpadea,
recuerdo de lo que un día fue
y jamás regresará,
recuerdo de lo que pasa sin consuelo
pero que por algo ha de pasar.
Hay cosas que son imposibles
y sólo imaginarlas ya son una maravilla...
maravillosamente dolorosa.
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