Hay momentos críticos en la vida de una persona en los que debe decidir si pisa el acelerador a fondo en medio de una curva, con fe en la vida y sin temer en las consecuencias, o si suelta el volante y pisa el freno. Son momentos que pueden durar mucho o poco, que pueden ser casi eternos o durar instantes, pues hay muchos tipos de curvas: cerradas, abiertas, largas, enlazadas...
Momentos en los que no debe pensar en el pasado, dónde ni cómo fue la salida, ni en cuántos adelantamientos hizo, por fuera o por dentro... Momentos en los que, más que nunca, no importa el antes ni importará el después, sólo importa el presente. Porque cuando estás en medio de una curva y sientes que te vas a ir, da igual que sea porque entraste demasiado rápido, porque frenaste demasiado tarde, porque no cogiste bien el vértice... En ese instante lo que importa es cómo vas a volver a la trazada... y si realmente lo quieres hacer; si quieres pisar a fondo y agarrar el volante con todas tus fuerzas, confiando en que todo saldrá bien, o si lo abandonas todo y ves terminar la carrera y empezar la siguiente pensando que pudiste hacer más, afrontando un reto con un agujero en tu confianza en el que es probable que vuelvas a caer. La experiencia lo es todo, y al volante más.
Y si decides arriesgarlo todo, si decides seguir y pisar a fondo, puede que salga bien y todo quede en un susto, que la vida siga y el único recuerdo que quede es el eco del frenético latir de tu corazón, que durante unos instantes estuvo a punto de salir por la boca y poner pies en polvorosa. Si es así, habrás conseguido el éxito. Pero puede que no sea suficiente, que al final acabes fuera y tras de ti queden las humeantes marcas de quien quiso demasiado, más de lo que pudo obtener... Y habrá gente que en esos trazos negros vea las marcas del fracaso: nunca los creas. Nunca te arrepientas de lo que hiciste ni de lo que quisiste hacer: más vale una vida vivida con la impetuosa y arriesgada libertad del corazón que con la lastimera y amargante melancolía de la razón. Aquellos que te reprochen las marcas en el asfalto son aquellos que jamás se atreverían a pisar la pista, los que temen siquiera ponerse detrás de un volante. Y si es así, si acabas fuera y dejas sobre lo gris un trazo negro... habrás conseguido el éxito. El éxito de creer en ti y de creer en la vida cuando esta más te daba la espalda, de sacar fuerzas de donde no parecía haberlas.
Y así estaba, a punto de afrontar una de las últimas curvas de una de las últimas vueltas. Y aún quedaba una distancia eterna para ganar, y aún los tenía que alcanzar y sobrepasar... tantos obstáculos, tan poco tiempo. Y aún así, frenó tan tarde como pudo, se agarró al volante y soñó. Soñó con el rugido de la vida a miles de revoluciones, con pequeños trozos de goma quemada en el asfalto, que no siempre son el símbolo del fracaso.
Más vale frenar tarde y arriesgarse a perder que dejar que el miedo lleve un volante que conduce tu vida.
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